viernes, 28 de marzo de 2008

La mariposa, la luciérnaga y el concierto de los animales

El día en que la mariposa y la luciérnaga pusieron sus pies, por así decirlo, en la faz de la tierra, el hombre, que era el más sabio de todos los animales, pues no existía otro que supiera leer, citó a una asamblea con carácter de urgente. Primera citación, dos de la tarde; segunda citación, dos y cuarto de la tarde.
Apareció puntualmente a la primera citación el concierto de animales que por esos tiempos poblaba la selva, de modo que no fue necesario esperar la segunda citación para dar comienzo a la asamblea. El hombre bajó del árbol, dio a conocer la noticia y luego ofreció la palabra a la concurrencia. En la selva no cabía un alfiler.
Dijo el león:
-Si están con nosotros es para ser admiradas. La admiración hace nacer el deseo de posesión y quien posee es simplemente el más poderoso. Por lo tanto ambas son mías pues me pertenecen por el poder que ostento. No se habla más del asunto.
Dijo la lechuza:
-Al menos la luciérnaga debiese quedar para mí, ya que veo que por las noches sobrevuela mi espacio con aires coquetos. Estoy prendada de su lucecilla.
Dijo el mono:
-No soy tan poderoso como tú, temido y respetado león; ni tan sabio como usted, bienamado presidente, mas no por eso he de renunciar a mi derecho: proclamo que utilizaré todos mis medios para conquistar a ambas bellezas.
Dijo el cocodrilo:
-Desde abajo se disfrutan más los encantos que nos ofrecen estas dos pinturitas y si alguna de ellas pasa por mi lado no puedo prometeros que mis fauces no se abran.
Dijo el hipopótamo, mirando fijamente a las dos, que eran exhibidas a los demás en el claro de la selva:
-Soy feo y lerdo, lo admito, pero quiero que sepan que poseo algunos ahorros en el banco. Con gusto sacrificaré parte de ellos por el placer de disfrutaros.
Torpe y penoso resultaría resumir cada una de las intervenciones. En suma, todas las bestias alegaron su derecho a deleitarse con el atractivo de la luciérnaga y los encantos de la mariposa, con sólidas razones o ingeniosos sofismas. Antes de disponer que les fueran regaladas ambas al león, el hombre les concedió la palabra.
Dijo la luciérnaga:
-Si he de brillar intensamente, pues entonces que mi luz sea para el más poderoso. Gustosa me voy donde el señor león, pues me han contado... aunque de vez en cuando no me haría mal una velada con el respetable hipopótamo.
Dijo la mariposa:
-Si he de elegir, deseo volar para siempre ante un paisaje cuyo horizonte sea un espejo. Necesito verme a cada momento, toda otra acción me insatisface.
El hombre dio la orden y la sesión se levantó entre el generalizado desánimo. Cada animal debió contentarse con su igual, salvo el león, que siguió tomando lo que quiso.
Ha llegado el momento de la moraleja. De las numerosas que se desprenden de esta fábula elijo ésta: la belleza femenina es tan potente que enceguece a quien alardea de ella y enloquece a quienes la contemplan. No existe símbolo de armonía y perfección que proporcione más ansiedad y desdicha para aquélla que lo encarna en la superficie de su cuerpo que éste.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando pasaron por delante de mi rama sentí una quemazón en mis ojos, y un vahído que casi me caigo de la rama.
La lechucita