jueves, 30 de septiembre de 2010

Este blog llegó a su fin

Queridos amigos y amigas
Al iniciar este blog me propuse el desafío de escribir 200 fábulas, ni una más, ni una menos. Cumplida la tarea con la anterior entrega, les agradezco haber dispuesto parte de su tiempo para visitar este espacio. Ahora me cambio de sendero; hay trabajo pendiente en otras casas y espero acometerlo mientras me dure la energía.

dr. Vicious

P.D..- ¿Y si me echara una canita al aire de vez en cuando?

Fábula última: la luz y las tinieblas

Habían devuelto la luz al castillo en la montaña y la habían confinado a una mazmorra. Las tinieblas se apoderaban de la Tierra. El precioso don languidecía; el mundo andaba a tientas, los animales chocaban unos contra otros y no pocas veces se comían por equivocación, tanto habían mutado sus instintos.
El cancerbero, arrepentido, sollozaba internamente de emoción. ¡Oh, amor divino, de qué barbaridad estoy siendo cómplice! Yo debería cuidar la puerta inversa. ¿O lo hago y no reparo en ello?
Al final de los tiempos la luz se devorará a sí misma y reinarán las tinieblas, el silencio y la nada; he allí la verdad verdadera. Hasta los fuegos artificiales tienen su momento, luego la selva torna a su hábito. Cuando las estrellas dejen de girar y las explosiones solares pasen a la historia se difundirá por el espacio oscuro y vacío, apagadas las llamas, el amor de Dios.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Fábula primera: dr. Vicious se retira a la selva

En los primeros tiempos los animales hablaron. Los bueyes mataban sus días dialogando sobre las anfractuosidades del terreno o el verdor de los campos; en cuanto a las urracas, les llegaba a dar gusto contemplar el empeño que ponía el zorzal en cazar lombrices, al comentarlo entre ellas el pájaro las oía de lejos y les echaba improperios. Las arañas les enseñaban a tejer a las moscas y éstas caían en la trampa. La sádica traidora les ofrecía cumplir su última voluntad y las moscas, que no terminaban de aprender, le imploraban a coro: "Si nos liberas te enseñaremos a comer caca". El león rugía las órdenes, el perro las pasaba en limpio y el búho las interpretaba. El topo se lo pasaba peleando con los gusanos; los peces más grandes se comían a los más chicos y las sirenas coqueteaban con los delfines, quienes las sacaban a la superficie a cambio de besos en la boca. Tenían su propia Cámara de Diputados, que rebosaba de animales deseosos de escuchar su propia voz, de tal forma que desde las tribunas las demás bestias contemplaban el espectáculo que ofrecían los brutos de ambos sexos, ataviados con lujosos paños de vanidad. Los insultaban desde las gradas, pero en el fondo querían ser como ellos, igual como la hiedra sueña con ser muralla.
Por esos mismos días el ocioso espíritu del dr. Vicious se instaló en la selva a meditar sobre su vida, hastiado de los dobleces del hombre (que no eran otra cosa que los suyos). Ansiaba resolver las grandes preguntas que se formulan en las fogatas veraniegas, como por ejemplo si existen los ovnis o los aparecidos, qué hay un metro más allá del Universo, por qué Dios incluye al Diablo y por qué uno envejece menos si viaja a la velocidad de la luz. Sin embargo, como es sabido que dr. Vicious sufre déficit atencional, bien pronto el carnaval de los animales lo desconcentró y absorbió a tal punto que durante tres años no le quedó otra que maravillarse ante las historias que se le ofrecieron a sangre de pato a sus ojos y a sus oídos. Así las fue recogiendo a manera de fábulas, pues de no haber sido de tal modo no habrían pasado por verdaderas.

martes, 28 de septiembre de 2010

La laucha en la catedral

En un rincón de la catedral vivía una laucha. Amaba el silencio del recinto, que sin decirle nada la sobrecogía. Miraba los ángeles pintados en los cielos y alguna vez intentó trepar hasta allí, pero cuando iba generalmente en el cuarto metro de la columna elegida se aterraba al mirar hacia abajo y bajaba en un dos por tres.
Curioso que en la catedral no hubiese gato. Más bien había y bien gordo, pero moraba en los patios y sobre todo en los tejados, a la sombra de los naranjos. Se llamaba gato Emilio y en la época en que se desarrolló esta fábula ya se había convertido en un viejo culón, de modo que la laucha corría por las naves de la catedral como Pedro por su casa.
Por las noches subía al sagrario y se comía las hostias, que el sacristán no tenía el resguardo de dejar con llave.
De la escasez de hostias el cura vivía echándoles la culpa a las monjitas pero qué me dicen, nunca se atrevió a encararlas. Al menos en este caso las monjitas eran inocentes como una paloma. Y el cura también.
Como a eso de las nueve y media de la mañana la despertaba la música de una radio a pilas que encendía el sacristán. Era un hombre sacador de vuelta. Un día la laucha escuchó que el curita le ordenaba: pase el plumero por los capiteles. El sacristán sabía lo que eran los capiteles, pero se hizo el leso y no les pasó el plumero.
Cierta tarde, poco antes de la misa de las siete, la laucha dormitaba bajo el cojín del confesionario cuando fue aplastada por las rodillas de una señora que le decía cosas pecaminosas al sacerdote. Este escuchaba sus pecados con tedio hasta que llegaron los pecados buenos; entonces le echó una mirada de reojo para reconocerla en la misa. La laucha se salvó aquella vez gracias a su esqueleto cartilaginoso. Tuvo la suerte de que la rodilla se encajara justo en el tercer tercio de la columna, sin comprometer cabeza, corazón ni pulmones. Anduvo renqueando un tiempo hasta que se le pasó el malestar.
Una mañana entró gritando una feligresa. El sacerdote le abrió malhumorado las puertas de la catedral.
Qué pasa, mujer.
¡Murió el gato padre!
¿Murió el gato Emilio? Entiérrelo pues.
¿No le puede hacer una misa?
Cómo se le ocurre.
¿Me empresta una pala?
Pídale al sacristán.
¿Lo pongo al lado del rosal padre?
Entiérrelo donde quiera.
La feligresa le encargó al sacristán que enterrara al gato Emilio al lado del rosal. El sacristán le dijo que bueno, pero más tarde. Cuando oscureció metió al gato en una bolsa y lo echó al tarro de la basura. Después movió un poco de tierra y clavó una crucecita a los pies del rosal.
Al día siguiente amaneció un gato chico dentro de la iglesia y de inmediato le echó el ojo a la laucha. La laucha se salvó por milímetros, gracias a la inexperiencia del infantil felino. Mas la lección no fue en vano y la roedora optó por iniciar un retiro bajo el piso de tabla. El retiro duró tres meses. Salió flaca, medio intoxicada por el olor del encerado, decidida a darle una orientación superior a su vida. Una tarde entró al confesionario metida en el moño de una vieja que no sabía ni cómo se llamaba, aunque la sobrina que la acompañaba le decía tía Josefina. Ayudada por un altavoz, la laucha se confesó a la maleta.
He pecado padre.
Dime tus pecados Josefina.
Le mandé un gato chico a la iglesia.
Ya lo he visto Josefina gracias.
Pero el gato es re meón y se le mea en el altar padre.
Ah...
El curita la absolvió. La vieja abandonó el templo del brazo de su sobrina. Le noté la voz como resfriada tía Josefina. Apúrate niña que va a llegar el Gastón. El tío Gastón murió hace tiempo tía.
El martes que siguió a dicho suceso el sacerdote encabezó la catequesis semanal. A la salida llamó a la feligresa y cuando estaban a solas, bien oscuros, le pidió que devolviera el gato nuevo a la casa de la Josefina. Por qué padre, tan bonito que está, le llega a brillar el pelaje. No me contradigas.
La laucha lo escuchó todo y entonó en silencio un himno de alabanza. Imaginó que un coro de arcángeles la elevaba a los altares y se sintió apetecida por el lado bueno del silencio.

lunes, 27 de septiembre de 2010

El perro satisfecho y el perro flaco

El maestro de los canes reunió a sus alumnos y les dictó esta fábula.
Había una vez un perro satisfecho y un perro flaco. Díjole el primero al segundo: "Cambia esa cara y ven a disfrutar esta cena conmigo". El perro flaco parecía adolecer de una patología estomacal, pues comía poco y nada. "No, gracias, ¡y aún es tiempo de que sigas mi sendero de privaciones!", le espetó al robusto animal.
El perro satisfecho miró al perro flaco con cierta lástima y nula admiración, pensando en cuánto daño le hacía su ignorancia.
El perro satisfecho fue bueno y justo con los demás, tuvo privilegiada descendencia y llegó a ocupar un alto puesto en la comarca. Murió a avanzada edad, rodeado del cariño de sus hijos y sus nietos.
El perro flaco falleció a los pocos meses, aquejado de dolores, solo en su rincón, y pronto fue olvidado.
El maestro de los canes terminó con la siguiente moraleja: "El presente nos enseña que el optimista empeño en surgir conduce al progreso de la raza y que el pasado apegado a miedos y creencias religiosas quedó felizmente confinado en los libros de historia".
Sus perritos están aprendiendo la lección.

jueves, 23 de septiembre de 2010

El insecto que se hizo árbol

Para hacer pareja con "Inefable sabiduría"

Nació como todos los de su especie, con cabeza, tórax y abdomen. Creció junto a los suyos; lo alimentaron de tiernas hojas. Ya mayor, conoció las delicias gastronómicas que brindan al paladar otros insectos. Nada como la carne viva, patas ajenas temblando, retorciéndose en la boca.
Todo hubiese andado perfecto, a las mil maravillas, como se dice, hasta que se dio cuenta de que se estaba convirtiendo en árbol. El tema no era tanto ese, porque ser árbol es bastante agradable, fuera de cómodo. El temor era que los demás se percataran, ya que hasta bien entrada su madurez nadie lo había percibido. Mas ciertos signos, últimamente, ciertas miradas, ciertos comentarios que le llegaban de soslayo...
El día que no pudo ir más contra la metamorfosis inscrita en sus genes lo sorprendió en medio de un camino polvoroso, provinciano, acompañado del canto de las chicharras. Pasaba una carreta de bueyes y contempló el paso cansino de las bestias como un árbol que ve pasar una bicicleta. Le hablaron, no respondió.
De su tronco fueron brotando las ramas, todas al mismo tiempo. Mis patas me servían para moverme, pero nunca sentí que me pertenecieran. Estas ramas consagran mi inmovilidad pero expanden mi verdadero ser en diversas direcciones. En los humanos a esto se le llama esquizofrenia, la enfermedad de los poetas. Yo, que fui un insecto, debo agradecerle a Dios mi mutación. La inmovilidad, para quienes están acostumbrados a la acción, equivale a la desesperación que sienten aquellos a quienes una parálisis los sorprende en su mejor momento. Pero a mí, que fui un insecto, sólo me acarreará beneficios.
Así razonaba el árbol mientras veía pasar a los animales de la selva, que no reparaban en él, ocupados en defenderse o conquistar, en echarse a la boca las ansiadas patas temblorosas.
Se había hecho materia su sueño de ser invisible y a la vez estar presente, amar sin ser amado.
Pero la transformación continuó. Las ramas tornaron a su origen, fueron metiéndose por la abertura que les ofreció el tronco -de tal forma que por un tiempo el árbol tomó la forma de una batidora de merengue- y siguieron su camino hasta confundirse con la raíz. El proceso redujo al tronco a su mínima expresión, todo a ojos vista y sin que nadie lo tomara en cuenta. Cuando el tronco desapareció, las raíces no tuvieron qué alimentar y la fábula cuenta que así llegó a su fin la vida del insecto que se convirtió en árbol.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El pájaro maldito

Más allá, donde la selva no halla superficie, tierra donde asentarse y se disuelve o se derrite; más allá, donde el futuro es un chiste surrealista inventado por un grupo de enanos que alegran la fiesta. Más allá o en esa circunstancia, allí donde debiera haber razón, allí fue a dar el pájaro maldito no admitido en secta alguna de la tierra.
Se sentía ahogado, deseoso de expresarse, mas, ¿quién lo iba a atender? ¿En nombre de qué nobleza habría de ser bien recibido? Sí tuvo alas, pero allí no le servían, mejor dicho, alas no tenía ya.
De modo que qué hago ahora. Idea, gritaré.
¡Eh! ¡Llegué! ¡Ya estoy aquí!
Vano intento de expiación, el despojo. Allí el pájaro maldito es considerado menos que nada, si es que es considerado.
Al menos si mi alma volviese a la naturaleza.
Se internó en un valle fragante de luces primaverales que enrojecen el rostro, anduvo entre un follaje sin raíces, le costaba dar un paso, un solo paso equivalía a una tarde entera de aquellas que aún recordaba. Miró hacia el cielo; también le costó. Y en vez de cielo vio copas de árboles sin troncos, hojas caducas y perennes, hojas donde cabría enrollado un elefante, perfectamente. Había de qué desesperarse. ¡Si se hubiese inclinado, hundido bajo el agua evaporada que tocaban las plantas de sus patas!
En cambio, prosiguió su investigación forzada. El día resultaba eterno, las flores se movían sin emitir un solo ruido y de pronto emergieron búfalos bañados en oro de 24 kilates y la cortina se cerró tras ellos y el pájaro maldito volvió a quedar solo, rodeado ahora de barras horizontales de adobe del tamaño de carros de tren que no podían ser rodeadas, porque a cada paso que avanzaba las barras se expandían al doble de su tamaño original.
Poco y nada que hacer.
Eso lo aprendió cuando volvió a ladear la cabeza.

Inefable sabiduría

En aquella selva plagada de animales de todas las especies hubo uno que pasó por la vida sin que nadie se diera cuenta de que estaba allí. Como jamás fue inscrito en el registro civil ni menos bautizado, careció de nombre, de modo que no hay cómo llamarlo a la hora del recuento. Qué raro es el fenómeno: lo tuve ante mis ojos y ahora que deseo hablar de él no se me ocurre la forma, pues no hallo cómo describirlo, me faltan no tanto las palabras como las imágenes de su esplendor, si es que lo tuvo. Se me figura que debió de ser pasivo, incluso inmóvil; ignorante, receptivo, intuitivo sobre todo. Tal vez amó más que otros animales, pero quién puede saberlo, si apenas hablaba... ¿hablaba, he dicho? No recuerdo su voz. Las bestias jamás lo pasaron a llevar, pero pagaría un millón a ojos cerrados y sin derecho a reclamo a la que me contara algo de él. Siendo visible tuvo una vida invisible y por ende misteriosa, nula a los ojos de la selva. No me da la inteligencia para decir nada más de él. Si hubiese hecho algo, levantado la mano, quizás discrepado aunque fuese una sola vez, si se hubiese hecho notar de cualquier modo.
¡Cuánto lamento no haberlo amado como se lo merecía! Ignoro si esto que confieso es una culpa compartida entre él y nosotros o solamente mía y de la selva.
Del otro recordaré que fue un erudito y que sobre él sí que hay mucho que decir, pero como toda su vida se encuentra extensamente documentada hasta en los más mínimos detalles y en las más diversas manifestaciones que registra la cultura, sólo he de subrayar la paradoja que gobernó su existencia entera. Proclamó que la sabiduría lleva al amor y que del amor se desprende luz. "Mientras más sabemos más amamos y cuando amamos de esa forma, mayor es la luz que nos rodea", solía decir en sus amenas conversaciones. Y sin embargo era malvado, pero eso lo dirá la historia, ya que hoy aparece ante nuestros ojos como un padre iluminador. Pequeños deslices empiezan a notarse, cual grietas microscópicas; el tono de su voz, por ejemplo, profundo y más bien susurrante. No fue de estadios, operaba en pequeñas salas calefaccionadas.

martes, 14 de septiembre de 2010

La oruga y las mariposas

La oruga no podía desplazarse de su rama, vivía atada a las hojas, que iba devorando una por una; apenas intentaba aprender algo nuevo se le venían ideas a la cabeza, que en vez de arrojar luces anudaban aún más su alma. Dichos nudos no eran malos en sí mismos y constituían su esencia. Versaban acerca de las más diversas fantasías, inocentes y perversas. Cuando era pequeña e iba al colegio sus maestros le decían que padecía de un mal llamado déficit atencional. Ya mayor se dio cuenta de que su vida entera sería una conversación consigo misma, atando y desatando nudos. En el anfiteatro levantado dentro de su cabeza se hallaba sentada ella sola, contemplando la función con los ojos bien abiertos. Las obras se repetían una y otra vez; era raro que se anunciase estrenos y cuando los había y eran aplaudidos se integraban de inmediato al repertorio. Si no gustaban eran dejados de lado, como les sucede a los autores de obras fracasadas.
Los nudos tendían a complicarse cada vez más. Había algunos que sorprendían a los mismos marineros que se inventaba la oruga para acentuar su vanidad. Sin embargo, nada realmente original y bueno salió jamás de ellos y bien podría considerarse que su vida fue una pérdida de tiempo, de no mediar que a su muerte brotaron de sus restos bellas mariposas que le dieron al mundo nuevas luces.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Los dos lobos y el cordero

Disputándose un cordero, dos lobos se dieron muerte a dentelladas; en el Más Allá se culpaban mutuamente, sin darse cuenta de su nueva realidad.
Te insisto en que yo lo vi primero, amigo mío.
Te equivocas, noble compañero, esta oreja de la víctima es la mejor prueba que desmiente tus palabras.
Si así fuese, qué hace entonces la otra oreja en mi garganta.
Te ha motivado la rabia y la crueldad, no era necesario intervenir si la presa ya era mía.
Eres persuasivo, mas tus argumentos no le hacen mella a mi razón, actúas como aquel que niega a Dios solamente por no verlo.
Estás temblando de rabia y contención, si por ti fuera también me despedazas a mí para sacarle más provecho al filo de tus dientes.
El valle oscureció, hubo que hacer una fogata. Los dos lobos seguían discutiendo sobre el cadáver del cordero, que ya despedía mal olor, al igual que ellos mismos.
Como gran cosa te concedería un muslo.
Obras como aquellos que se las dan de generosos regalando lo ajeno.
Veo que no le entran balas a tu espíritu agobiado por la frustración de la derrota.
Este fuego tiene un destino para mí solito.
No trataré de convencerte, porque al alma caída no se le convence con nada.
El cordero sacaba tiernos lamentos de sus tripas infectas. Oh, hermanos míos, les rogaba, comprensible parece que la carne escondida bajo mi lana despertara vuestro apetito en el monte, pero eso aquí no es justo.
Las bestias no tenían oídos para los restos del pobre animalillo; eran cadáveres descompuestos que se daban el abrazo del oso sobre el asqueroso borrego mutilado, quien pagaba sus pecados junto a ellas.
Pasaron muchos años; el cordero se hizo polvo y los lobos también.
Cuando en ciertas noches arrecia sobre la faz de la tierra un ventarrón nauseabundo acompañado del canto de una brisa débil que huele a materia descompuesta y anuncia la esperanza, es que los tres seres han reaparecido de las tinieblas para recrear su drama.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Las musarañas reman a la isla

Las musarañas se subieron a un bote para llegar a la isla. Remaron hasta el cansancio y en medio del mar, donde el viento sur ya levantaba las primeras olas, osaron jugar a las adivinanzas; se iba haciendo tarde y un manto de sombra empezó a cubrir el paisaje austral.
Inquieta, la musaraña que no estaba preguntó: "¿Quiénes son ustedes?"
-Somos un sueño, surgió un coro de voces desde el bote.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Las vacas, rumbo al matadero

Cuando las vacas entraron en fila al matadero, una de ellas levantó la vista al sol y quedó ciega, al menos eso creyó, pues de pronto no vio nada; otra se miró el barro en las patas y quiso sacárselo para presentarse limpia a los ojos de Dios, así le habían enseñado. "Si todas marchamos a un tiempo hacia atrás, no se notará que estamos escapando", propuso la que encabezaba la hilera, pero nadie le hizo caso, estaban resignadas. O más que resignadas, vivían la comodidad del desplazamiento y de sólo pensar en andar para atrás... salirse del plan es mucho trabajo, no es para nosotras, gran trato se nos dio y no es que no desconfiemos, en el fondo es que aceptamos y el miedo es un instinto que venceremos con la fuerza de la voluntad.
Las vacas les ofrecen su carne a sus hermanos mayores, son como Jesucristo, se echan encima el pecado de la humanidad, sobre todo el de la gula.
¡Adelante, Juana! (Matilde apura la cola que tiene enfrente).
-¿Dónde nos llevan?
-Adelante, Juana.
-Y el campo, Matilde, qué se hizo.
-Ya nunca más. A tus ojos vedado.
-¡Por qué! ¡Me gustaba!
-Porque sí.
-Que mala eres. Deseas que me vaya mal.
-¿Recuerdas cuando los camiones hacían sonar sus bocinas en la carretera?
-¡Sí! Los recuerdo como si estuvieran pasando delante de mí.
-Esas bocinas no las volverás a escuchar.
-¡No quiero!
-Las campanas de la iglesia luterana tañían a las seis de la tarde. ¿Recuerdas?
-Me nublaban los ojos y me hacían llorar, parecían la metáfora de un lamento vespertino. Y las teníamos a no más de mil metros del establo. Nos dormíamos rezando y nos deseábamos el bien.
-Ya no doblarán las campanas, ya no habrá más vísperas.
-¡No, no digas eso!
-Sí, Juana, nos llevan al matadero.
-Qué es un matadero. Me da miedo...
-Un lugar sombrío y húmedo.
-¿No hay pasto, no hay fardos, no hay robles de ancha copa que nos protejan de la lluvia y del calor?
-No.
-¿Y mis hijos, Matilde? ¿Qué será de ellos?
-Ellos oirán esta tarde las campanas y se acordarán de ti.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Pájaros de poca monta

Dos pájaros de poca monta en dos ramas de árbol diferente
Uno canta, el otro canta
Tienen su voz, hay que admitirlo
Lo acallan todo con su canto unificado
El bosque no mueve una sola de sus hojas
Las mariposas se reprimen para no romper el hechizo
Luego uno vuela, el otro no
El bosque no se da por aludido
No mueve una sola de sus hojas
El que no vuela espera
El bosque se impacienta, concede leve brisa entre las ramas
Eleva el vuelo entonces el que no ha volado
Resuenan cantos de artificio

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El Creador, su hermano y el Caos

El Creador acudió al oftalmólogo para cambiar sus lentes por unos poto de botella. De un tiempo a esta parte veía cada vez menos. Su hermano lo fue a buscar a la consulta, lo acompañó a su casa, lo dejó sentado en una silla y se fue directo a un bar. En el bar lo atendió el Caos; le sirvió un whisky doble.
-Mi hermano está quedando ciego -susurró, mirando fijamente el vaso.
El Caos se apiadó del Creador y partió a visitarlo. Al entrar, su casa se hallaba en tinieblas.
-¿Me quieres? -le preguntó. El Creador lo reconoció por la voz.
-No. Quiero saber por qué el tiempo va siempre hacia adelante.
-Yo soy la causa. Y ahora, ¿me quieres?
-No. Quiero saber qué hay detrás de ti.
El Caos se hizo a un lado y el Creador avanzó a tientas, porque no veía nada.
Estaba ciego.

martes, 31 de agosto de 2010

El corazón, el cerebro y el sexo

Tres compañeros caminaban por la arena del desierto; el sol estaba en su cénit.
-Guardémonos bajo las piedras y salgamos al atardecer -aconsejó el cerebro.
-Tú razonas bien, pero yo no puedo esperar, menos aún con el calor que me gobierna. Debo cazar algo ahora mismo, pues me anima un intenso deseo que desestabiliza mi ser. Lo satisfago y enseguida te acompaño -le contestó el sexo.
-¡Carne débil! ¡Psique cautelosa! Una vez emprendido el camino, jamás doy marcha atrás -dijo el corazón.
Separado el trío, el sexo cazó a su presa pero se consumió en la arena y sus tripas fueron devoradas por los buitres. El corazón cayó bajo su suplicio dorado antes de llegar a destino; se llenó de gloria y su travesía ha dado origen a un sinnúmero de libros. Fue sepultado con honores. En cuanto al cerebro, salió efectivamente al atardecer y se encontró con un paisaje agradable de temperatura, mas difuso, ensombrecido. Gozó de breves momentos entre las siluetas fantasmales de los cactus y cuando el frío se hizo insoportable debió retornar a su piedra.

martes, 24 de agosto de 2010

La rata y el halcón

Dos elefantes se daban trompadas. Los vio del cielo un halcón con una rata atrapada entre sus garras.
-Me carga escuchar peleas a la hora de comer, se quejó en voz alta. La rata, ingeniosa por apuro, no por vocación, le sugirió una idea.
-Déjame en el suelo y verás cómo terminan su disputa. Entonces me vuelves a recoger.
-Me cargan las peleas, repetía el halcón.
-Bueno, qué dices.
Con la mente en su obsesión el halcón soltó a la rata. Apenas el bicho puso sus patitas en la tierra los elefantes tomaron las de Villadiego. Uno arrancó hacia el sur, el otro hacia el norte y la rata a su agujero.
El halcón no paraba de quejarse:
-Me cargan las peleas, ya no se puede comer tranquilo acá.

lunes, 9 de agosto de 2010

El gato y Jesucristo

Hubo en los suburbios de la selva un gato que ideó una trampa para perpetuar su nombre. Consistía en sumar méritos para hacerse imprescindible. Por dar unos pocos ejemplos de su ciencia, cazaba ratones sin dejar huellas de sangre, jugueteaba con la agilidad de un bailarín y hasta aprendió a tocar el ukelele. Cumplida la primera parte de su plan venía la segunda: de un día para otro el gato abandonaba a la gata que se había obnubilado con sus gracias y se retiraba del mundo para dedicarse únicamente al ukelele. En eso se parecía un poco a Wakefield y a otros que yo conozco. Luego de pasado un tiempo, cuando advertía que los rasgos de su figura aminoraban en la tela del recuerdo, volvía para hacerse querer con una soltura de cuerpo impresionante.
Llamado a declarar, el búho lo declaró inocente e incluso destacó en el fallo su arte musical.
Pero el gato vivía una contradicción vital, en su fuero interno. Lo que hacía tenía como destino una farsa, eso lo sabía de antemano, pero no conociendo otro sistema, o estando ya tan habituado al suyo, terminaba cayendo en su propia trampa.
El búho lo había absuelto, mas precisaba una condena.
Pasó Jesucristo por la selva y el gato se echó a sus pies antes que nadie. Jesucristo se ofuscó:
-Por qué me molestas.
El gato se le abrazó a las rodillas. Jesucristo le insistió:
-Ando apurado. Qué se te ofrece.
Dijo el gato:
-Condenadme, Señor. Una palabra tuya bastará.
Jesucristo dijo:
-Bueno, ya -y se fue, haciendo una cosa rara con los brazos.
El gato quedó metido.

jueves, 5 de agosto de 2010

El Sol les concede la palabra a los planetas

El Sol convocó a los planetas y les dijo: hablen ahora o callen para siempre. Los planetas se vieron sorprendidos por el llamado de su rey y al principio no hallaron qué hacer, mas pronto se ordenaron y conformaron grupos, no necesariamente amistosos.
Venus llamó a Mercurio, pero el pequeñito arrancó de susto y se perdió en la inmensidad. Mercurio era un espécimen influenciable, solo tenía ojos para el Sol y otro cuerpo lo volvía irascible. Pensaba así: "El universo soy Yo y esa Luz", porque según su forma de ver las cosas todo lo demás era mera comparsa.
Ante lo que interpretó como un desprecio, Venus se dio la vuelta y fijó sus ojos en la Tierra, que en ese momento contemplaba hipnotizada a Marte.
Sintió la Tierra el canto de sirena proveniente del lugar donde vienen los rayos del Sol y giró la vista. Descubrió las bellas formas del planeta y, extasiada, ya no miró a nadie más. Poco le duró la emoción: no bien oyó el carraspeo de Marte a sus espaldas se armó de valor y se dispuso a la batalla. Marte y Venus se mofaron de ella mediante señas y la bautizaron "La veleidosa", aunque no se lo dijeron.
Bien lejos de ese drama, Júpiter aprovechó el momento concedido por el Sol y con su grave voz impelió a Saturno a desprenderse de sus anillos para que ambos se abocaran de una vez por todas al tema de cómo derrocar al astro rey. "De acuerdo estoy con sus planes, Maestro, mas no me pida renegar de mi personalidad para llevarlos a cabo, ya que sin mis preciadas argollas sólo me convertiría en su sombra", argumentó Saturno. Júpiter lanzó unos exabruptos y volvió a sus estudios.
Urano y Neptuno hablaron a tientas en su mundo de hielo y de tinieblas. De lo que se dijeron ambos nadie se enteró y así sus palabras, que pudieron tornarse inmortales, pasaron a ser intrascendentes.
Casi al borde del sistema, Plutón soltó un chillido.
-No te metas en peleas de perros grandes -lo reconvino el Sol.

miércoles, 4 de agosto de 2010

El lobo y el perro siberiano

El perro siberiano miraba en menos a los demás canes. Íntimamente se sentía superior a ellos por tener los ojos azules.
Rumbo a Siberia trotaba con sus compañeros de raza. La nieve iba cubriendo su pelaje al mismo tiempo que se derretía por el calor que le venía de la piel, de más adentro, de la sangre ardiente del perro siberiano. El trineo comandado por el hombre resplandecía en el silencio del paisaje y dejaba un surco que la nieve borraba en pocos minutos.
En lo más profundo de la tundra los acechaba el lobo, agazapado. Al verlos pasar giró sobre sí mismo y cuando se sintió seguro los persiguió desde lejos, hasta que el trineo dobló una curva y los dejó de ver.
El aullido del lobo se unió a otro surgido en desconocida zona y a otro más, y el lamento triplicado le heló la sangre al conductor. Azuzó a sus animales y los perros siberianos redoblaron la marcha.
En la cabaña los esperaba Olga, con una sopa humeante de huesos de cerdo.
Jamás habrían de llegar.

El lobo y el perro siberiano. Una interpretación

Vaga el hombre
Confiado de los hechos
Rumbo a la esperanza
No repara en que la necesidad
Lo despojará de la vida

viernes, 30 de julio de 2010

El león y los siete animales

Convocó el león a siete bestias del reino; los animales pidieron garantías, el rey no se las dio. Cada uno de ellos pensó que iba al matadero, pero sólo el más valiente se atrevió a revelar su pensamiento.
-¡Qué será de nosotros! -clamó.
-A seis me comeré, más no da mi buche. El séptimo quedará a salvo -aclaró el león.
Arrinconados en lo más profundo de la cueva el león los hizo hablar, avergonzado de que el sobreviviente se marchara propalando la horrenda verdad de una instintiva decisión.
-Poderoso rey, yo volaba alegremente por los cielos, sin pensar en la hora postrera, cuando escuché tu llamado. Te suplico una migaja de consideración hacia la inocencia de mi alegría. Déjame vivir aunque sea un día más -dijo la mariposa, y el león se conmovió.
-Temido soberano, aunque mi caso es diferente, no menor de compasión lo considero. Si despliego el ramillete de mis plumas en colorido abanico es para cantarle a la vida y al amor. ¿Castigarás con la muerte tan maravillosa ofrenda? -dijo el pavo real, y el león se conmovió.
-Amado padre, si he vivido en las tinieblas no ha sido para vislumbrar el infierno. No soporto la luz, los seres luminosos quieren matarme, no porque yo sea malo. He llegado a pensar que lo desean para sentir placer. Te imploro que me devuelvas al anonimato de mis túneles -dijo el topo, y el león se conmovió.
-Sé harto de estas cosas, porque he vivido alimentándome de ratas. Ahora que la rata soy yo comprendo a ese animal y desde mi nuevo estado te ruego me concedas el perdón, de lo contrario te adelanto que daré batalla -dijo el peuco, y el león se conmovió por el amor que el rapaz le tenía a la vida.
-Prudente mandamás, mi carne es correosa y se halla pegada a los huesos. No he cazado en quince días; más vale que me pases de largo -argumentó el zorro, y el león le halló razón.
-Viejo amigo, si has pensado en los días que vendrán, mejor sería que postergaras tus deseos con mi cuerpo corrompido. Mis hermanos suelen ensañarse con los victimarios de la raza -dijo el buitre, y el león se asustó.
-Si pensara que todo debe suceder porque la ley de la vida lo manda, me entregaría voluntariamente a sus fauces, venerado señor, pero ya que razono y siento de distinta manera, considero mi deber solicitarle que cambie de opinión -dijo el delfín, y el león se conmovió.
El rey de la selva se retiró a deliberar junto a la leona y sus cachorros. Mientras los contemplaba y a medida que pasaban los minutos y las horas, crecía en su alma una emoción desconocida hacia sus hermanos en la tierra y una mansa pesadumbre en su corazón. Cuando la piedad se le hizo insoportable volvió y los dejó ir a todos.

Moraleja: la felicidad se halla en el amor verdadero, en cuya esencia se aloja un fondo de tristeza.

jueves, 15 de julio de 2010

El perro y la mariposa

Andando más lento que el tiempo, el perro se asomó a la cresta del monte. Vio lo que ven todos los animales de la selva: más valles, más montes, el río sinuoso, nubes que vienen, nubes que van.
Se desanimó. Esperaba descubrir otra cosa.
Tomaba el camino de regreso a su casucha en el bajo cuando su vista se dejó llevar por el vuelo de una mariposa azulina. Le preguntó cuánto le había costado llegar a la cresta del monte; la mariposa le respondió que nada.
"Perro, a mí las cosas me cuestan nada; perro, a mí todo se me da fácilmente", le dijo con ingeniosa alegría, y desapareció.
El perro bajó por la ladera. Pensaba qué sería de su vida si tuviese alas. Pensaba que en las alas residía el secreto de las mariposas. Se amargaba reflexionando acerca de su vida de perro.
Un niño pasó corriendo. Le preguntó si había visto a una mariposa azulina. El perro le señaló con la pata la cresta del monte.
Al día siguiente se encontró con el niño. Le preguntó si había dado con la mariposa. El niño le dijo:
-Perro, estoy feliz. Mírala qué linda es.
El perro la vio dentro de una cajita, ensartada sobre un algodón. Sintió una mezcla de alegría y alivio y se marchó pensando que ese animal ya no daría más que hablar, y que tal vez ahora la selva se fijaría en sus ladridos.

viernes, 9 de julio de 2010

El gusano y sus alumnos, y los tres espíritus

El gusano entró a la universidad y se recibió de profesor. En la clase no se cansaba de repetirles a sus alumnos: si estudian se superarán.
Los gusanitos lo veían salir extenuado del colegio, casi sin voz en la garganta. Una tarde sucedió lo que a continuación se narra.
-El viejo va arrastrando la bufanda.
-Písasela.
-No, mejor písasela tú.
-Yo le meto conversación y ustedes se la pisan.
-Ya.
Y así ocurrió. Uno de los alumnos se acercó a él y comenzó a hablarle de una infinidad de temas, que el maestro gusano escuchaba con placer, mientras se decía, satisfecho: ha valido la pena el esfuerzo.
De pronto se quedó sin aire, y los gusanitos huían como rayos de una rueda.
Su funeral fue uno de los más imponentes en la historia de la selva. En su epitafio se lee: "Maestro Gusano: toda una vida dedicada a la enseñanza".
Al ingresar al Valle de los Muertos lo salieron a recibir tres espíritus. El de alas de dragón lo estudió con desprecio y siguió de largo, buscando almas de su talla. El de piel de león ni siquiera lo miró. El de cabeza de pollo se lo comió.
Ya estaba el maestro gusano dentro del infierno, condenado por su propia estupidez.

miércoles, 7 de julio de 2010

Las nubes y el tábano

Las nubes portando melancolía se desplazaron de un pueblo a otro, llevaron sombras negras a la tierra fértil y la cubrieron de lluvia.
Siguieron su lento vuelo hasta chocar con la montaña; allí descargaron su rabia, le dieron una y otra vez a la roca. Sólo consiguieron que brillara.
Desde un arbusto las miraba un tábano. ¿Quedará mucho para poder saltar a echarme en el lomo del buey? -pensaba.
Las nubes seguían pasando, pasaron todo el invierno y parte de la primavera, hasta que llegó el calor y se evaporaron. La tierra ardía. Había llegado la hora del tábano.
-Ya es tarde para mí, pensar que mis mejores días los pasé en esta rama -se lamentó el insecto.

lunes, 5 de julio de 2010

Los chanchos juegan dominó

Cuatro cerdos jugando al dominó.
-Chancho seis.
-Seis con cuatro.
-Chancho cuatro.
-Seis con dos.
-Chancho dos.
-Dos con cuatro.
-¡Paso!
A las dos de la mañana abandonan la taberna; llevan la cabeza llena de números del 1 al 6.
-Nos vemos más rato en la oficina -dice uno al despedirse.
-Hasta más rato.
-Hasta más rato.
-Hasta más rato.
Al día siguiente comenta uno de los cuatro cerdos:
-¿Cómo estamos para el martes?
-Bien.
-Bien.
-Bien.
El martes el jabalí abre la taberna, como todas las tardes a las seis.
Mesa reservada; llegan los cuatro chanchos.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes.
-¿Qué se sirven los señores? ¿Lo mismo de siempre?
-Sí.
-Sí.
-Sí.
-Sí.
-Dos piscolas, un gin con gin, una Cuba libre y la fuente de pichanga.
-Exactamente.
-Exactamente.
-Exactamente.
-Exactamente.
Los chanchos piden el dominó. El jabalí no se atreve a darles la noticia, pero finalmente se las da.
-Se robaron el dominó.
-¿Cómo? ¿Se lo robaron?
-¿Se lo robaron?
-¿Se lo robaron?
-¿Se robaron el dominó?
-Sí. Se lo robaron el jueves. Vino la Policía, sospecha de unos gatos que trabajan en la compañía de teléfonos.
-Y no nos avisó.
-Podría habernos avisado.
-¿Y cómo no nos avisó?
-¿Y qué vamos a hacer ahora?
-Tengo cacho.
-¿Cacho?
-¿Cacho?
-¿Cacho?
-¿Cacho?
-Sí. Bonito juego también.
Entra la Policía.
-Encontramos el dominó. Lo tenían las jirafas.
-¿No fueron los gatos?
-No. Fueron las jirafas.
Los chanchos se soban las manos. El jabalí le pregunta al policía:
-¿Dónde está?
-En el cuartel. Lo puede retirar mañana en la mañana, con su carnet de identidad.
Los chanchos, estupefactos.
-¿Mañana en la mañana?
-¿Mañana en la mañana?
-¿Mañana en la mañana?
-¿Mañana en la mañana?
-Así es.

Moraleja: hay historias sin final.

martes, 29 de junio de 2010

La doctora, el ratón fanático y el Valle de los Muertos

El ratón fanático veía un partido de fútbol por TV cuando el sinuoso y pérfido reptil se lo tragó. No había entrado aún su cola a la boca de la boa cuando su alma se presentó ante San Pedro. San Pedro es un decir, el Valle de los Muertos es un decir, de modo que a decir.
Se vio el ratón en la oscuridad más espantosa y perdió la conciencia. San Pedro lo recogió en sus brazos y preguntó si había pecado. Le dijeron que el único pecado suyo, si se podía llamar pecado, era ver demasiado fútbol por televisión.
"Te devolveremos a la selva, a ver si cambias. Ya nos visitarás de nuevo, y para siempre", decretó.
El reptil abrió la boca y el ratón saltó a la jungla, medio atontado. A un tordo le contaron que alguien escondido tras las matas vio toda la escena y difundió la noticia. El roedor llegó a ser un personaje y fue catalogado de "especial", aunque no echó pie atrás en su costumbre.
Tiempo después agarró una grave infección y le llegó su hora. Ante su lecho de muerte veía la TV cuando apareció la doctora, una serpiente devoradora de libros de terror. Examinolo y decidió hipnotizarlo, con su visto bueno. Deseaba conocer el Más Allá valiéndose de la hipnosis, tal como había leído.
-Yo ya estuve en este valle para el Mundial del 66 -le dijo el ratón con los ojos cerrados.
-Hábleme de eso -le dijo la doctora, pensando que había muerto.
-Pregunte usted.
-Dígame qué ve.
-El Mundial.
-Dígame qué oye.
-A Solabarrieta.
-Qué siente.
-Ganas de estrangularlo.
-¿Y cómo sabe que es el mismo Mundial?
-No es el mismo. Este es el de Sudáfrica. El otro lo transmitió Hernán Solís.
-¿Hay más almas?
-Parece, pero con el ruido de las vuvuzelas no siento nada.
-¿Hay cielo? ¿Hay infierno?
-¿No le dije que estaba hablando Solabarrieta?
-¿Quiere descansar?
-Preferiría.
-¿Seguimos mañana?
-¿Mañana? ¿Qué día es hoy?
-Viernes.
-Mañana no puedo: juega Alemania con Argentina.
-No lo dan.
-¿Que tampoco lo van a dar estos ladrones de TVN?
-Así es.
El ratón se murió de verdad y la doctora trató de hipnotizarlo y no pudo.

Moraleja: Contra los supremos negociados de Don Dinero el pobre fanático no tiene nada que hacer.

lunes, 14 de junio de 2010

El camaleón, el palote y el hombre

La selva llamó a un torneo de camuflaje; se presentaron tres candidatos. El anfiteatro estaba tan lleno que las moscas quedaron afuera: el ratón custodio las quiso hacer pasar pero no cupieron.
Salió a escena el primer candidato: era un camaleón montado en una rama, pero nadie lo vio. Fue preciso que el jabalí, que ofició de maestro de ceremonias en reemplazo de la cebra, lo tocara con su apuntador para que los animales lo reconocieran bajo la luz del foco. Atronaron aplausos de admiración y la víbora, que lucía pálida y delgada en la galería, le comentó al tucán: "Así quisiera ser; capturaría mil presas a destajo y nunca me faltaría la comida".
Cambió la escenografía: dos jirafas instalaron un arbusto y apareció un palote. El jabalí lo pinchó con el apuntador y el palote se movió, molesto. Recién ahí los animales lo pudieron divisar y el teatro se vino abajo. Los animales tiraban sus sombreros al aire de euforia ante el prodigio del insecto. El zorro le comentó a la zorra: "Aprende, mujer: vale más un disfraz que un buen razonamiento".
Salió el último candidato. Era un hombre anciano y semidesnudo, de barba blanca que casi le llegaba a los pies. Se sintió un murmullo de reprobación; las primeras pifias fueron creciendo y en un minuto el teatro entero lo condenó.
-¡Es un hombre! -exclamaban a coro- ¡Es un hombre a toda vista!
El viejo pidió la palabra, mas como no lo dejaban hablar fue necesaria la intervención del jabalí.
-¡A callar todos! Habla el hombre y se vota.
El hombre dijo:
-Sé que en principio el camaleón y el palote me llevan gran ventaja, pero trataré de remontarla. Los que me antecedieron usan sus formas y colores para protegerse de las bestias de la selva y para aprovecharse de ellas; en cambio yo actúo y pienso para guardarme de mis hermanos, que son harto más feroces. Mi gracia es hacer lo que hacen todos los de mi especie, mi gracia es hablar el mismo idioma de los aires de la época y así he sobrevivido miles de años. En los tiempos de la esclavitud jamás me manifesté en contra; una vez que se abolió jamás me he manifestado a favor. En la Rusia de los zares adoré al Zar, en la Rusia comunista me volví comunista. En la Alemania de Hitler me hice nazi con facilidad -yo mismo me asombré de mi conducta-; luego renegué y reniego de los nazis hasta hoy, como si se trataran de la peste. Fui pinochetista del mismo modo que ahora desprecio esa corriente. Fui el primer apóstol de un santo llamado Jesús, pero no me dio ni cosquillas decir que no lo conocía cuando me apremiaron. Pisoteé a la Mujer sin asco, hoy promuevo leyes en su beneficio. Encarcelé y desterré al homosexual, hoy le pongo alfombra roja. Comí la carne del animal que se me ponía por delante, hoy corren vientos de rechazo y me empiezo a sentir vegetariano. Fui católico de rosario y misa diaria, ahora me declaro agnóstico. Es tal mi vocación de mimetismo que todo lo pasado me parece ridículo y hasta yo me pregunto cómo pude pensar y ser así. Podría seguirles hablando toda la tarde...
-No es necesario -lo interrumpió el jabalí-. ¡A votar!
Ganó el hombre por paliza. Segundos quedaron en empate el camaleón y el palote. Al momento de recibir la copa el hombre rechazó tal honor.
-Sangre y lágrimas me ha costado este trofeo, con gusto lo cedo a mis contrincantes -dijo.

Moraleja: bueno parece seguir la corriente, pero no garantiza nada.

jueves, 10 de junio de 2010

La codorniz y el pájaro Beckett

La codorniz entró al bosque y se asustó con las sombras que oscurecieron su plumaje, a tal punto que a veces no se reconocía ni ella misma. Vagó angustiada la noche entera, sin hallar el camino de salida. No se enteró del amanecer ni del que le siguió. Estuvo perdida dentro del bosque dos días completos. Al amanecer del tercer día acertó a divisar un levísimo claro, apenas perceptible, y sus patas corrieron a más no poder, hasta que llegaron a la luz.
Se hallaba a la entrada, o a la salida, que venía siendo lo mismo, aunque desde el punto de vista de la codorniz era a la salida, se hallaba a la salida un pájaro Beckett, quien sentado en un pisito y con las botas embarradas custodiaba el bosque por orden de quizás quién sabe.
-Cómo se llama usted.
-Codorniz.
-Codorniz cuánto.
-Codorniz Estragón.
Al pájaro Beckett casi le da un infarto. Se mecía los cabellos y se pasaba las manos por los surcos de la cara. La codorniz se enterneció y se arrepintió de picotearle los zapatos. Beckett, que era un pájaro fuerte, estaba a punto de las lágrimas y le gritó a la codorniz si había visto al faisán Godot, que se había perdido. Le gritaba desesperado que él no podía entrar a buscarlo porque lo tenían de guardián reemplazando a un pájaro Kafka que estaba con licencia por neumonitis. "No vi a ese animal y no vi a ningún animal porque el bosque estaba oscurecido, yo apenas distinguía mis plumas", le dijo la codorniz.
-Salga usted y no vuelva a entrar -le ordenó el ave guardián y la codorniz corrió a la luz.
Era un valle soleado, ausente de pesadumbre, sin árboles ni arbustos, un llano cubierto de césped inglés por el que recién habían pasado la máquina, y que limitaba con unas suaves colinas que nunca tapaban el sol. Multitud de codornices bebés picoteaban semillas; el brillo de sus piquitos moviéndose de un lado a otro a ras de pasto producía un efecto inquietante.
Aquí me quiero quedar, se dijo la codorniz.

miércoles, 26 de mayo de 2010

El cerebro, la tiza y la almohadilla

Se llenó el pizarrón de nombres y fechas escritos por la tiza, que el cerebro asimiló. La almohadilla subió y los fue borrando; pero la tiza le dio nuevas tareas al cerebro escribiendo extraños signos por debajo.

Moraleja: merma la influencia de la Vieja Europa en el Nuevo Mundo, crece la de la Milenaria China.

lunes, 24 de mayo de 2010

Asamblea de animales

Citó el perro a asamblea por encargo del león. De maestra de ceremonias ofició la hiena y de secretario, el búho. La tabla comprendió cuatro puntos: 1.- Preparativos para el invierno. 2.- Renovación de directiva. 3.- Encuesta. 4.- Pago de cuotas. Vistos los dos primeros puntos, que tomaron al menos una hora, a raíz de las desmedidas intervenciones de una bandada de loros, la hiena presentó la encuesta y ofreció la palabra. Ésta constaba de una sola pregunta: ¿Cuál es el mejor de los mundos posibles?
La gallina levantó un ala.
-El mundo que no duele -opinó.
-¡Gallina tenía que ser! -se burló la hiena, con una risotada que se congeló cuando el león dio un salvaje martillazo.
-De aquí en adelante usted sólo cantará los números y al final, dará por terminada la reunión con una frase de cortesía. Diga una insignificante sílaba de sobra y con ella me estará entregando su cabeza -dictaminó el rey. Entretanto el búho, a un guiño del león, repartía números a quienes estaban pidiendo la palabra, con el fin de disciplinar aún más a la selva. La hiena tiritaba y en el galpón no volaba una mosca. La hiena dijo "número 2" y guardó silencio. Habló el cocodrilo.
-El mundo que no duele le servirá a la gallina, pero a mí no me sirve. Mis lágrimas lo demuestran; si no son de dolor la selva las tomará por masoquismo, de modo que a mi modo de ver el mejor de los mundos es aquel que no muere -opinó.
La hiena miró al león. La selva permanecía en sepulcral silencio.
-Número 3 -dijo.
Habló el macho de la viuda negra.
-Si yo no muero, mi amada no le dará un montón de hijitos al planeta. El mejor mundo es el mundo del placer.
-Número 4.
-El placer ocupa una milésima parte de mi vida. El mejor mundo es el del sacrificio -dijo el oso polar, quien venía despertando enflaquecido y hambriento, tras un invierno de estrecheces.
La hiena llamó a pronunciarse al número 5. Era la bacteria, quien comentó:
-El mejor mundo es el de la luz.
Habló el pez abisal, quien depositó su número en una rejilla.
-La bacteria se alimentará de luz, pero yo me alimento gracias a la oscuridad y el frío. No hay mundo mejor que el mío.
El león se impacientaba, pero aún quedaban números. Enseguida habló la lenta tortuga.
-El mejor mundo es el que no pasa.
Lo contradijo la fugaz mariposa:
-El mejor mundo es el que pasa.
Hace rato que el elefante quería hablar. Como faltaban 14 números para su turno decidió avanzar, mas lo hizo con la torpeza de un bobalicón, atropellando al resto:
-El mejor mundo es el de la noble fuerza -se oyó su voz de bajo profundo. Debajo de sus patas quedaron la cigarra, el buey, la hormiga, el vampiro y el áspid, quienes chillaban sin éxito "¡El ocio! ¡La abstinencia! ¡El trabajo! ¡La sangre! ¡El veneno!".
El león enfurecido dio término a la asamblea con la siguiente frase:
-¡Sálvese quien pueda!
Dicho y hecho. Se hizo el caos, quedó la pelería y de lo poco y nada que subsistió brotó el orden en la sala. "Hasta aquí no más llegamos", dijo cortésmente la hiena y levantó la sesión. A la salida el búho cobró las cuotas.

jueves, 20 de mayo de 2010

El alma, la sombra y el musgo

Transitaba un alma por el bosque; a la hora del crepúsculo se recostó cansada a la sombra de un roble y se transpuso. Soñó que tenía cuerpo, mas la sombra del roble vestía un manto de frío y humedad, de inmediato en el sueño al alma la esquilmaron y corría a campo traviesa desnuda y llena de vergüenza, y con las patas bien firmes sobre el pasto mojado.
Despertó el alma tiritando en el musgo a la sombra del roble; soñé que tenía cuerpo pensó y se puso feliz de ser sólo alma, aunque heredó inquietud. El musgo creyó sentir una leve vibración pero no le dio importancia, la atribuyó a la brisa. El alma voló y le dejó una mísera huella en la piel, poquita cosa.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Circe, Ulises, su hogar

Harto de saborear sus besos, Ulises quiso volver a su hogar. Se lo admitió con esas mismas palabras a Circe una mañana de sol, ante el mar calmo. La bruja lo llevó a su morada escondida entre unas rocas y gozó de él tres veces, y luego lo dejó ir.
Las velas se desplegaron, Circe derramó unas lágrimas y le dio la espalda. El cielo se cubrió de un manto negro, Ulises entró a una borrasca y su nave se perdió en la niebla.
Pasaron los años.
Circe halló otro corazón y lo encadenó al pecado, le sacó chispas. Ulises arribó a su hogar y buscó a los pretendientes para matarlos. Pero el destino de su viaje de retorno era un villorrio somnoliento, una fila de casas de adobe pintadas con cal, donde con suerte un par de viejos mustios salía a la calle a comprar cecinas y verduras; más que eso no se veía.
Volvió a la nave; se la habían robado unos niños, le dijeron. Sobre las olas cercanas a la línea del horizonte se divisaba apenas la punta del mástil.

jueves, 6 de mayo de 2010

Los hombres y los marcianos

Cuando los hombres llegaron a Marte lo hicieron en son de paz, porque así se estilaban las cosas en la Tierra. Los marcianos eran seres debiluchos y alargados. Poseían dos ojos, igual que los hombres, y sus patas de gallina se adaptaban muy bien a las anfractuosidades del terreno; fuera de eso tenían poco y nada que mostrar.
Los hombres colonizaron Marte sin tocar a los marcianos ni con el pétalo de una rosa. Construyeron sus edificios y se las ingeniaron para canalizar el agua que sacaron de las profundidades del planeta y para levantar torres de alta tensión. Al cabo de cinco años sus ciudades se podían ver con un simple telescopio desde la Tierra y fueron calificadas como "la primera maravilla del sistema".
Un día hombres, mujeres, niños y ancianos amanecieron todos muertos. Los mataron los marcianos, no se supo cómo. Sólo quedaron sus ciudades, que en poco tiempo tornaron en ruinas.
Moraleja: con el paso del tiempo el hombre ha ido perdiendo el instinto.

viernes, 30 de abril de 2010

Los hombres, los animales y los árboles

Cuando se acabó la Tierra y todos fueron llamados a presentarse ante los ojos del Señor, los hombres formaron una fila interminable y entraron de los primeros. Faltarían páginas de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos para referir el contenido de los argumentos que desplegó cada uno de ellos para ganarse un cupo en el limitadísimo espacio del Cielo. El Señor los iba escuchando con toda la paciencia del Santo Reino, sin quedarse dormido.
Acabado el último testimonio humano, equivalente al paso de miles de años en el tiempo terrenal, les tocó el turno a los animales. El primero en ingresar al Palacio Celeste fue el león, quien de pronto se sintió tan pequeño ante el Señor que miró hacia atrás, buscando al elefante para darle la pasada, mas el paquidermo lo había visto todo y corrió a esconderse tras la cebra. En fin, desfilaron con sus gruñidos, sus cantos y lamentos el susodicho león, la cebra, el elefante, el perro, el puercoespín, la lechuza, el lagarto, la lombriz, el renacuajo, la pulga y el microbio, quien vistió de frac para darse importancia. Los discursos fueron notablemente más pobres que los de los humanos y se limitaron por lo general a bosquejar dos o tres conceptos. Cada uno habló como pudo y es deber reconocer que no pocas veces el Señor pasó por sordo, porque como no entendía nada aguzaba el oído.
Al anochecer del Santo Reino les tocó el turno a las plantas y los árboles. El Señor miró la hora de reojo y le hizo al primero la pregunta consabida.
-Usted qué tiene que decir.
Se encontró con un silencio sepulcral como respuesta.
-Usted qué tiene que decir.
Los árboles estaban mudos. El Señor no se impacientó, pero anduvo cerca. Finalmente desde las sombras se adelantó un viejo roble, que parecía ser el más juicioso del reino vegetal, y habló a nombre de todos.
-Nosotros somos de pocas palabras.
-Pero algo dirán.
-Nosotros somos de pocas palabras.
-Recítese una poesía, aunque sea.
-Nosotros somos de pocas palabras.
Y así terminó la fábula.
Moraleja: existe la sospecha de que si el Señor repartiera el Cielo, el Purgatorio y el Infierno entre hombres, animales y árboles... pero a qué gastar tanta palabra.

jueves, 29 de abril de 2010

Las cuatro razones del lobo

Después de comida, a la hora del licor y del cigarro, le preguntó el león a su amigo el viejo lobo por qué había vuelto al bosque. El lobo le dijo que cuatro razones poderosas lo instaron a tomar tan drástica determinación.
"Porque aquí hay comida fresca. En la aldea no vi gallina gratis y la que venden viene flaca y envasada", protestó. El león bebió un sorbo de coñac y siguió escuchando.
"La segunda razón es que el brumo me tenía los ojos como las berenjenas". El león echó humo de cigarro, asintió y recordó que en un viaje realizado a la aldea para tramitar una posesión efectiva le había sucedido algo similar.
"La última razón es que me cansé de viajar como sardina en el Metro". El león volvió a asentir, porque recordó que también había pasado por las mismas.
Días después el león sacó a su familia a disfrutar de un espectáculo nocturno. Cuando les cortaban los boletos el patricio se dio una elegante media vuelta y al sorprender correteando al cánido salvaje exclamó con sorna:
-¡Mírenlo al viejo en su elemento, persiguiendo caperucitas libremente por el bosque!

viernes, 23 de abril de 2010

El perro que se subió a un árbol

La fábula del perro que se subió a un árbol consta de tres partes o segmentos.
Primer segmento: qué fue lo que lo hizo subirse a un árbol.
Segundo segmento: cómo fue que el perro se pudo subir a un árbol.
Tercer segmento: cómo bajó del árbol.
La primera parte se explica de la siguiente manera: un toro furioso.
La segunda parte se explica de la siguiente manera: el miedo al toro.
La tercera parte se explica de la siguiente manera: el perro saltó del árbol.
La fábula encierra la siguiente moraleja: el miedo puede hacer que un perro se suba a un árbol.

sábado, 17 de abril de 2010

El pajarito nuevo

Hubo una época en que los animales vivían mirando al cielo. Esperaban descubrir algo que los sacara de su estado de inercia. Las bestias aladas, terrestres y acuáticas se morían irremediablemente, las especies iban desapareciendo de la faz de la tierra y la naturaleza vegetal se adueñaba otra vez de campos y ciudades.
Una tarde de tormenta vieron pasear a mamá águila entre las nubes. En una garra llevaba a su polluelo y le enseñaba a volar. Los animales enloquecieron de placer:
-¡Pajarito nuevo! ¡Pajarito nuevo! -se gritaron unos a otros.
Los animales revivieron y la fauna de la selva se mantuvo saludable, pero no digamos que fue para mejor.

martes, 6 de abril de 2010

El león, el quiltro y el búho

-¡Ja ja ja, qué te trae por aquí, buen amigo! -le dijo el león al quiltro.
El quiltro respondió:
-Ando buscando sobras.
Dijo el león:
-Si me permites el consejo, te noto amargado y eso no es bueno para la salud.
El quiltro respondió:
-¿Acaso tengo razones para ser feliz? Cada día que pasa mi pesar se alimenta de motivos extras.
-Cambia de vida -dijo el león.
-Fácil decirlo -dijo el quiltro.
Pasó el búho y vio la escena. El león lo saludó cortésmente; el quiltro apenas lo miró.
Dijo el búho:
-La condena del quiltro es la condena del pueblo y la felicidad del león es la felicidad de los ricos.

Moraleja: la amargura que brota de la necesidad insatisfecha genera las grandes revoluciones pero no cambia el estado de las cosas; la cúspide del éxito estará poblada siempre por los mismos, aunque el bienestar les nubla la vista y la razón.

lunes, 22 de marzo de 2010

El lagarto y sus cuatro hijitos

Tuvo cuatro hijos el lagarto. Al primero le enseñó desde niño: ama a Dios Cocodrilo por sobre todas las cosas, ayuda al prójimo, no mientas y denuncia la corrupción doquiera la veas.
El hijo mayor estudiaba en su casa y llegó la serpiente. No me vas a decir que estás solito, se relamió el ofidio. Sí -le confesó-, ¡estoy solito! La serpiente metió la cabeza, miró a todas partes y se lo tragó de un bocado.
Sufrió como nunca el padre lagarto y aprendió la lección. A su segundo hijo le enseñó que amara a Dios Cocodrilo por sobre todas las cosas y denunciara la corrupción doquiera la viese, pero que tuviera cuidado con el prójimo y que en casos excepcionales no dudara en mentir para protegerse.
Un día el segundo hijo se dirigía a la escuela cuando con sus propios ojos vio a una pandilla de ratas sacando bellotas de la casa de la ardilla.
-¿Qué hacen? -preguntó.
-¡Ja ja ja! -rieron las ratas- ¡El lagarto se volvió sapo!
-¿Qué hacen? -insistió.
-Les pago porque me defienden del águila -intervino resignada la roedora de frondosa cola.
-Iré donde mi Dios Cocodrilo -amenazó el lagarto colegial y se encaminó al río.
No llegaba a la ribera cuando las ratas le abrieron las tripas y lo arrojaron al fango.
Lloró a mares el padre lagarto. Al tercer hijo le enseñó que amara a Dios Cocodrilo por sobre todas las cosas, pero que desconfiara de los animales de la selva e hiciera oídos sordos cuando viera "algo raro", pues ni siquiera le habló de la injusticia.
Tomaba sol el tercer lagarto en la orilla del río cuando de repente salió de las aguas el Dios Cocodrilo y se lo comió de un mordisco.
Nació el cuarto hijo del lagarto y cuando aprendió a hablar le pidió consejos a su padre. El viejo apenas pudo sacar la voz para decirle:
-Arréglatelas como puedas.

jueves, 18 de marzo de 2010

El hombre, la rata y la cucaracha

El hombre, la rata y la cucaracha se reunieron a campo abierto para repartirse el mundo. Los tres animales querían la superficie, pero el hombre, con su retórica, les hizo comprender que ésta solo es el pellejo del planeta y que en sus profundidades se halla la verdadera riqueza, de modo que les "regaló" las honduras subterráneas y él "se conformó" con lo de arriba. La rata y la cucaracha aceptaron el trato y se fueron a las cloacas, mas por las noches, mientras el hombre dormía, salían a la superficie "para tomar aire", conversar de temas varios y compartir algún mendrugo.
Cuando la debacle vino del cielo el hombre citó a urgente reunión para cambiar el trato. Admitió su egoísmo, se dio tres golpes en el pecho y en castigo "se autorrelegó" a las profundidades, devolviendo a sus hermanas a la superficie. La rata y la cucaracha se dejaron impresionar y subieron a la tierra. Con los años se hicieron fuertes, mientras que el hombre se fue debilitando.
Pasaron tres generaciones; se despejó el peligro. El hombre se vio en la necesidad de retornar a su sitio, pero apenas sacó la cabeza se lo comió una rata gigante. La cucaracha, cebada como cerdo de feria, lo vio todo desde lejos, echada a pata suelta bajo una montaña de caca de pájaro, y se reía de gusto.

lunes, 15 de marzo de 2010

El Deseo y el Vicio

Caminaba presuroso el Deseo por la calle cuando de una esquina lo llamó el Vicio.
-Dónde vas tan rápido -lo detuvo con su misteriosa voz.
-Me espera una mujer -le respondió el Deseo.
El Vicio vestía impermeable y fumaba un habano.
-¿Es la misma de otras veces? -tanteó.
-Sí -dijo el Deseo.
-¿Y te satisface con las posturas de siempre?
-Claro que sí, ¿cómo lo sabe?
-Entra a mi casa, tengo algo que ofrecerte.
El Deseo titubeó. El Vicio lo tomó del brazo y una vez adentro le enseñó varias puertas. Era una casa maravillosa. Por fuera se veía diminuta; por dentro tenía el porte de un castillo.
-Puedes probar de eso y de eso... y de eso.
El Deseo escogió una puerta y desapareció. Al rato salió, compungido.
-No vengo nunca más -protestó.
El Vicio no le dijo nada.
Tres días después el Deseo pasó "como por casualidad" por la misma esquina y miró hacia el rincón. Allí estaba el Vicio trasnochado, fumando, de impermeable. Se hablaron en voz baja y entraron a la casa.
A la semana siguiente el Deseo tocó a su puerta. Venía con una maleta. El Vicio lo recibió con una sonrisa cansada:
-Adelante, amigo -lo invitó- ubíquese con los demás.

La gata Hildegard y el perro Misael

Cuando las cartas se sucedían con una rapidez mayor a la habitual, los animales del pueblo solían murmurar que las cosas entre ambos estaban llegando a su límite. La cigüeña oficiaba de cartero, pero no los sacaba de la duda: respondía lo mínimo a la curiosidad malsana, más por desidia que por discreción. Era un cartero que vivía buscando nuevos horizontes y de hecho, apenas consiguió trabajo en una clínica particular renunció a su puesto.
Tuvieron que morir ambos personajes para que se conociera el intercambio epistolar. La desilusión fue inmensa. Los animales, reunidos en el granero, designaron a un cuervo de voz profunda para que leyera las cartas. Partieron escuchándolo con honda curiosidad, luego la atención se transformó en apatía y finalmente abandonaron el lugar en masa. El cuervo tomó el legajo de cartas y lo arrojó al fuego. El viento se llevó estas dos, que dicen así:

Estimado Perro Misael:
Sin el ánimo de parecer imprudente y sólo en aras de la buena educación, vuelvo a recomendarle que haría usted bien en ocultar un poco más sus actos, ya que en este pueblo nadie gana nada enterándose de su apetito sexual, su amor servil por los humanos, su extravertida conducta general y los aires socialistas que se está dando últimamente con su grupo de amigotes, peleándose y compartiéndolo todo sin el menor recato. Tapen usted y los suyos al menos sus heces, como lo hacen con sus huesos.
Ay de mí, qué tiempos estos.
Saluda Atte. a Ud.
Hildegard

Querida Gata Hildegard:
Me asombran una vez más sus palabras tan, como se dice con el debido respeto, colijuntas. ¿Desde cuándo se las da de inglesa? ¡Vamos, amiga, libérese de sus cadenas internas y exprese sus deseos! ¡Cómase su laucha a mandíbula batiente y no de ladito! ¡Hágase hembra al aire libre! ¡Maúllele a la vida! ¡Converse y discuta con sus vecinas! ¡No se eche el día entero al sol! Vive usted aislada, pensando en sí misma, recatada, en una eterna ensoñación. Quisiera seguirle hablando, pero me llaman mis "amigotes de la jauría". Se habla de un caballo muerto, a dos kilómetros de aquí.
Suyo
El Perro Misael

Moraleja: lo que la gata esconde, el perro lo muestra.

viernes, 5 de marzo de 2010

El corazón, el ratón y la cacatúa

Entró el amor a la casa alquilada y al abrir las ventanas para recibir aire fresco se le coló la tristeza. Por la noche, al acostarse, pletórico de felicidad, el amor apagó la luz y se entregó a fantásticas ensoñaciones. No pasaron diez minutos cuando un ruido lo desconcentró y lo obligó a levantarse. Encendió la luz y divisó a la tristeza en el rincón, devorando unas migajas.
-Sal de aquí, amiguito -le ordenó el corazón, con su voz angelical.
-Me dejas entrar y ahora me echas -replicó el ratón.
El corazón volvió a la cama y se durmió con el monótono roído.
A la mañana siguiente despertó sobresaltado. Soñaba que estaba recostado en una playa, bajo una palmera, cuando una ola lo expulsaba de la isla. Se incorporó, entró al baño y se miró al espejo. Descubrió que le faltaba un ventrículo. El ratón había engordado enormemente. Dormía plácidamente a los pies de la cama y sus bigotes estaban manchados de sangre.
Durante la noche la locura había ingresado por una rendija y ahora sobrevolaba las habitaciones y chocaba contra las paredes.
-¡Ábreme la ventana, idiota, que debo salir! -le gritó al corazón. El corazón trató de hacerlo, pero las ventanas se habían bloqueado. La cacatúa le insistía:
-¡Déjame salir, estúpido bobalicón!
El estallido irracional asustó al ratón, quien corrió a esconderse a su cueva, debajo de la cama. Desde allí emitió un lastimoso quejido que sobrecogió al angustiado corazón.
-¡Ábreme la puerta! -urgía la cacatúa, destrozando todo a su paso con el pico, el penacho y las alas.
No tardó el dueño en enterarse del caos que reinaba en su vivienda. Con la ayuda de Carabineros acudió a la casa, descerrajó la puerta, detuvo a los tres y los echó con viento fresco.
Moraleja: Eros cuenta con dos guardaespaldas, los rufianes Triste y Loco, quienes nunca lo abandonan, mucho menos cuando Eros intenta concertar citas privadas. Al ocupar una casa envenenan el aire; una vez que se han ido y las ventanas se han abierto, la casa se purifica y queda lastimosamente vacía.

miércoles, 24 de febrero de 2010

El amor y el deseo

Hace no mucho tiempo, por diferencias que no viene al caso recordar, el amor y el deseo, que antes convivían en estado de intensa felicidad, decidieron dormir en camas separadas y luego se declararon la guerra. La batalla decisiva se dio sobre el cuerpo de un hermafrodita desnudo en la hierba. El ejército del amor instaló dos divisiones en los senos, especialmente sobre la zona del corazón, y un batallón en los ojos y la boca. El ejército del deseo puso una división tras los matorrales que escondían al pene y la vagina y una brigada en el montículo que formaba la cabeza.
Fue una batalla feroz; duró del amanecer a la noche. El campo quedó plagado de ángeles ensangrentados y demonios adormecidos y ambos generales sufrieron graves heridas.
Los historiadores cuentan que la guerra la ganó el deseo. Jenofonte escribió:
"El amor llevaba la ventaja en número y calidad de armas y combatientes. Concentró su ataque en la zona púbica de su enemigo, lanzando pétalos de rosas que cubrieron al rival, pero descuidó la posición de la cabeza. Cuando cantaba victoria anticipada, los lanceros del deseo surgieron desde las raíces de las sienes para desequilibrar el combate y darle el triunfo a su bandera".
Esopo resumió la guerra con una moraleja:
"El amor es más grande, pero el deseo es más fuerte".

lunes, 15 de febrero de 2010

El pájaro de mal agüero

Tres años continuos de sequía vaciaron el granero de la selva. El león disponía de comida, pero comenzaba a impacientarse al notar el creciente éxodo de la cebra y el antílope, de modo que encomendó al elefante que encabezara una comisión. Llamó el elefante a una junta de científicos: el reno, el perro y el jabalí, tres académicos de indiscutible nivel, todos graduados en Harvard. Nada hallaron de raro en el normal vaivén de la meteorología. "Si de esta ciencia se tratase, habría de haber llovido mínimo hace dos años", sostuvo el informe final. El león le pidió al elefante que citase a los tres académicos a su cueva y allí los devoró; desterró luego al paquidermo. Ordenó entonces al búho que encabezara una rogativa, pero no surtió efecto. Cayó en sus fauces la pobre ave; la fe no la salvó.
Dispuso el destino que por la cueva del felino pasara un zorro distraído perteneciente a la tercera edad. Nada más verlo, el león le impuso la misma tarea en la que habían fracasado el elefante, el reno, el perro, el jabalí y el búho. No hallando qué hacer, el zorro le pidió unos días, que el león le concedió. "Algo se me habrá de ocurrir", pensó; menguaba entre tanto el alimento del rey.
Al cabo de unos días el zorro se presentó en la cueva.
-Descubrí la causa del problema -le dijo; el león saltó de gusto- acompáñeme, Su Majestad, y le mostraré.
Se fueron ambos al monte. El viejo zorro se metió a una madriguera y el león entró con él. Al cabo de cien metros no pudo caminar y tuvo que arrastrarse; las patas no le servían y la tierra le pelaba el lomo. Viendo esto, el zorro torció por un brazo del túnel y se perdió para siempre de su vista. Cuenta la fábula que terminó sus días en otras tierras, rodeado del cariño de sus hijos y sus nietos.
Al león le costó semanas zafarse de la trampa; para su fortuna nadie se enteró del chasco.
Volvieron las lluvias y con ellas las cebras y los antílopes aunque también, cada cierto número de años, la sequía. Cuando ésta se hacía presente en la selva el león les contaba a sus retoños la causa del infortunio.
"En el monte vive un pájaro de mal agüero, escondido en una cueva. Es un pájaro negro, que parece de bronce, porque brilla en la oscuridad. Cuando sale y canta es que habrá sequía. Pocos lo han escuchado; nadie lo ha visto. Y el que se asome a hurguetear quedará petrificado".
Los leoncitos se dormían inquietos con la historia y el rey se recogía en su rincón dibujando en su boca una mueca de fastidio, que la leona no lograba comprender.

jueves, 28 de enero de 2010

Las comadres gallinas, el zorro, el buey y la mosca

Las comadres gallinas parloteaban en el corral de esos temas que suelen hablar las gallinas. Pasó el buey con el arado a cuestas y les advirtió: "Déjense de cacarear". Las gallinas no le hicieron caso. A la vuelta de la cuadra les advirtió de nuevo: "Déjense de cacarear, gallinas chismosas". Las comadres no se dieron por aludidas.
Al rato pasó el zorro y las aduló. Lo primero que les preguntó fue qué dieta estaban haciendo para verse tan delgadas; lo segundo, que bálsamo se echaban para acentuar el brillo de sus plumas. Las gallinas lo miraron, sorprendidas. Una se fijó en sus ojos penetrantes, la otra en su espeso pelaje.
Cuando el buey pasó de nuevo encontró al zorro en el corral, limpiándose los colmillos.
-¿Qué se hicieron las dos comadres chismosas? -le preguntó.
-Oí tu consejo y lo puse en práctica, sociate. Y las comadres dejaron de cacarear -le respondió el astuto animal.
La mosca, ofuscada, gritó desde el cacho del buey:
-Vamos arando y menos conversa.
El buey no la tomó en cuenta y le habló al zorro:
-No me ayude tanto, compadre.
Moraleja: las fábulas podrán servir para cualquier cosa, menos para cambiar la conducta de los animales. Cada cual se hace el que aprende de ellas, pero lo que busca de verdad es reafirmar su naturaleza.

lunes, 18 de enero de 2010

La lechuza y las luciérnagas

A causa de su eterno insomnio, una lechuza asistió al singular espectáculo que protagonizaron miles de luciérnagas en el bosque. Cada una de ellas tenía el rostro de un dios, de un hada, de un ángel, de un demonio, y al fundirse alumbraban el sendero. Parecían filamentos que se revolvían en un remolino o se dispersaban, como el vuelo de las golondrinas.
Ver en el mismo lugar y al mismo tiempo a San Gabriel, al Minotauro, a Leda, Huitzilopochtl, Luzbel, Vishnú, Shamash, Odín, Marte, Alá, Cupido, Isis, Elohim y centenares de cabecitas luminosas que danzaban al compás de la música de las esferas sobrecogió a la pobre ave, que se tapó los ojos de espanto. Pero el revoloteo no la dejaba en paz, de modo que en un acto irracional se echó a volar y les salió al encuentro.
Quiénes son ustedes, qué luz es la que dan, déjenme en paz, por favor -les imploró, desesperada.
Las luciérnagas le respondieron a coro:
Somos los sueños del hombre.