lunes, 24 de marzo de 2008

La mancha de tinta, el niño y el secante

En los tiempos en que los educandos usaban lapicera, una de ellas defraudó a su dueño y expulsó una voluminosa gota de tinta en el cuaderno donde anotaba la materia que dictaba el profesor.
Cayó la gota desde unos 8 centímetros de altura, pues lo hizo en el instante en que el niño descansaba la mano, apoyando el brazo en el borde de la mesa. La gota, de un azul oscuro, casi negro, se expandió cual ameba sobre la superficie lisa de la hoja. El niño tembló; menos que la mancha: ¡a no más de 20 centímetros de donde ella nadaba a sus anchas la espiaba un papel secante, con la lengua afuera!
La mancha le habló al dueño de sus horas:
-Niño, comprendo que me he salido de madre y ya no cumplo la función para la que fui destinada, que es la de aportar conocimiento a tu cerebro de esponja, pero si te pido humildemente que no me seques, ¿lo harás?
El niño entró en la duda. Era la primera vez que una mancha de tinta le hablaba, pero fuera de eso era poco lo que podía sacar en limpio. Al mirar hacia el fondo del azul no lograba más que ver su propia imagen y nada de la gota en sí misma.
-Shhh, espera que termine la clase -le respondió.
-Está bien, pero no cierres el cuaderno -le advirtió la gota.
El niño le hizo caso y siguió escribiendo, con todo cuidado. Alrededor de la mancha de tinta la página en blanco se iba poniendo azul. La mancha estaba a minutos de quedar inmortalizada para siempre en la hoja. Pero el secante se iba acercando a la página:
-¡Me ha entrado una sed! -le decía al niño, con voz quebradiza.
Los niños, aunque aparentemente malvados, tienden a la credulidad y el de esta fábula no era la excepción.
-¿Quieres agua? -le dijo.
-Preferiría algo más... fuerte. Si me pudieras dar un poco de esa tinta que mancha la hoja.
El niño le dio de beber y el secante se chupó casi toda la mancha. Sobre la hoja quedó un rastro celeste, casi transparente, que terminaba en puntas que asemejaban llantos de dolor.
Por muy penosa que parezca, la moraleja es la siguiente: nunca deposites tu confianza en un niño; éste tenderá a obedecer la última orden recibida.

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