jueves, 20 de marzo de 2008

La gaviota, la ballena y el albatros

Refocilábase de su suerte el albatros al abrir sus alas en medio del océano. Viendo pasar a una gaviota le ordenó:
-Ábreme paso.
La gaviota tuvo que hacerse a un lado, obligada por las circunstancias, mas antes de que el gigante alado desapareciera de su vista alcanzó a decirle:
-No te creas que eres el más grande. La ballena te supera en mucho.
-¿La ballena? -dijo éste- ¡Pero si apenas es una cosita diminuta!
Hablaba por lo que veía desde el cielo. La gaviota lo azuzó:
-¿Diminuta? ¡Ve y cázala entonces, y me das de comer!
Tamaño desafío inflamó el pecho del albatros:
-¡Espera, no te vayas, que te la traigo en un momento!
La gaviota lo esperó planeando a gran altura, muerta de la risa. Mas sucedió que al cabo de dos minutos el albatros apareció de vuelta, trayendo en su pico a una ballena. “Aquí hay gato encerrado -pensó la gaviota, humillada dos veces-; si no lo viera con mis ojos no lo creería”. Desde ese día contó a quien quisiera escucharla que nadie superaba en tamaño al gigante de los mares, pero los demás la tomaban por loca.
La doble moraleja que mi entendimiento le saca a esta fábula es que para el osado todo es posible, mientras que el descreído suele ser víctima de su estrechez de seso.

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