jueves, 30 de septiembre de 2010

Este blog llegó a su fin

Queridos amigos y amigas
Al iniciar este blog me propuse el desafío de escribir 200 fábulas, ni una más, ni una menos. Cumplida la tarea con la anterior entrega, les agradezco haber dispuesto parte de su tiempo para visitar este espacio. Ahora me cambio de sendero; hay trabajo pendiente en otras casas y espero acometerlo mientras me dure la energía.

dr. Vicious

P.D..- ¿Y si me echara una canita al aire de vez en cuando?

Fábula última: la luz y las tinieblas

Habían devuelto la luz al castillo en la montaña y la habían confinado a una mazmorra. Las tinieblas se apoderaban de la Tierra. El precioso don languidecía; el mundo andaba a tientas, los animales chocaban unos contra otros y no pocas veces se comían por equivocación, tanto habían mutado sus instintos.
El cancerbero, arrepentido, sollozaba internamente de emoción. ¡Oh, amor divino, de qué barbaridad estoy siendo cómplice! Yo debería cuidar la puerta inversa. ¿O lo hago y no reparo en ello?
Al final de los tiempos la luz se devorará a sí misma y reinarán las tinieblas, el silencio y la nada; he allí la verdad verdadera. Hasta los fuegos artificiales tienen su momento, luego la selva torna a su hábito. Cuando las estrellas dejen de girar y las explosiones solares pasen a la historia se difundirá por el espacio oscuro y vacío, apagadas las llamas, el amor de Dios.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Fábula primera: dr. Vicious se retira a la selva

En los primeros tiempos los animales hablaron. Los bueyes mataban sus días dialogando sobre las anfractuosidades del terreno o el verdor de los campos; en cuanto a las urracas, les llegaba a dar gusto contemplar el empeño que ponía el zorzal en cazar lombrices, al comentarlo entre ellas el pájaro las oía de lejos y les echaba improperios. Las arañas les enseñaban a tejer a las moscas y éstas caían en la trampa. La sádica traidora les ofrecía cumplir su última voluntad y las moscas, que no terminaban de aprender, le imploraban a coro: "Si nos liberas te enseñaremos a comer caca". El león rugía las órdenes, el perro las pasaba en limpio y el búho las interpretaba. El topo se lo pasaba peleando con los gusanos; los peces más grandes se comían a los más chicos y las sirenas coqueteaban con los delfines, quienes las sacaban a la superficie a cambio de besos en la boca. Tenían su propia Cámara de Diputados, que rebosaba de animales deseosos de escuchar su propia voz, de tal forma que desde las tribunas las demás bestias contemplaban el espectáculo que ofrecían los brutos de ambos sexos, ataviados con lujosos paños de vanidad. Los insultaban desde las gradas, pero en el fondo querían ser como ellos, igual como la hiedra sueña con ser muralla.
Por esos mismos días el ocioso espíritu del dr. Vicious se instaló en la selva a meditar sobre su vida, hastiado de los dobleces del hombre (que no eran otra cosa que los suyos). Ansiaba resolver las grandes preguntas que se formulan en las fogatas veraniegas, como por ejemplo si existen los ovnis o los aparecidos, qué hay un metro más allá del Universo, por qué Dios incluye al Diablo y por qué uno envejece menos si viaja a la velocidad de la luz. Sin embargo, como es sabido que dr. Vicious sufre déficit atencional, bien pronto el carnaval de los animales lo desconcentró y absorbió a tal punto que durante tres años no le quedó otra que maravillarse ante las historias que se le ofrecieron a sangre de pato a sus ojos y a sus oídos. Así las fue recogiendo a manera de fábulas, pues de no haber sido de tal modo no habrían pasado por verdaderas.

martes, 28 de septiembre de 2010

La laucha en la catedral

En un rincón de la catedral vivía una laucha. Amaba el silencio del recinto, que sin decirle nada la sobrecogía. Miraba los ángeles pintados en los cielos y alguna vez intentó trepar hasta allí, pero cuando iba generalmente en el cuarto metro de la columna elegida se aterraba al mirar hacia abajo y bajaba en un dos por tres.
Curioso que en la catedral no hubiese gato. Más bien había y bien gordo, pero moraba en los patios y sobre todo en los tejados, a la sombra de los naranjos. Se llamaba gato Emilio y en la época en que se desarrolló esta fábula ya se había convertido en un viejo culón, de modo que la laucha corría por las naves de la catedral como Pedro por su casa.
Por las noches subía al sagrario y se comía las hostias, que el sacristán no tenía el resguardo de dejar con llave.
De la escasez de hostias el cura vivía echándoles la culpa a las monjitas pero qué me dicen, nunca se atrevió a encararlas. Al menos en este caso las monjitas eran inocentes como una paloma. Y el cura también.
Como a eso de las nueve y media de la mañana la despertaba la música de una radio a pilas que encendía el sacristán. Era un hombre sacador de vuelta. Un día la laucha escuchó que el curita le ordenaba: pase el plumero por los capiteles. El sacristán sabía lo que eran los capiteles, pero se hizo el leso y no les pasó el plumero.
Cierta tarde, poco antes de la misa de las siete, la laucha dormitaba bajo el cojín del confesionario cuando fue aplastada por las rodillas de una señora que le decía cosas pecaminosas al sacerdote. Este escuchaba sus pecados con tedio hasta que llegaron los pecados buenos; entonces le echó una mirada de reojo para reconocerla en la misa. La laucha se salvó aquella vez gracias a su esqueleto cartilaginoso. Tuvo la suerte de que la rodilla se encajara justo en el tercer tercio de la columna, sin comprometer cabeza, corazón ni pulmones. Anduvo renqueando un tiempo hasta que se le pasó el malestar.
Una mañana entró gritando una feligresa. El sacerdote le abrió malhumorado las puertas de la catedral.
Qué pasa, mujer.
¡Murió el gato padre!
¿Murió el gato Emilio? Entiérrelo pues.
¿No le puede hacer una misa?
Cómo se le ocurre.
¿Me empresta una pala?
Pídale al sacristán.
¿Lo pongo al lado del rosal padre?
Entiérrelo donde quiera.
La feligresa le encargó al sacristán que enterrara al gato Emilio al lado del rosal. El sacristán le dijo que bueno, pero más tarde. Cuando oscureció metió al gato en una bolsa y lo echó al tarro de la basura. Después movió un poco de tierra y clavó una crucecita a los pies del rosal.
Al día siguiente amaneció un gato chico dentro de la iglesia y de inmediato le echó el ojo a la laucha. La laucha se salvó por milímetros, gracias a la inexperiencia del infantil felino. Mas la lección no fue en vano y la roedora optó por iniciar un retiro bajo el piso de tabla. El retiro duró tres meses. Salió flaca, medio intoxicada por el olor del encerado, decidida a darle una orientación superior a su vida. Una tarde entró al confesionario metida en el moño de una vieja que no sabía ni cómo se llamaba, aunque la sobrina que la acompañaba le decía tía Josefina. Ayudada por un altavoz, la laucha se confesó a la maleta.
He pecado padre.
Dime tus pecados Josefina.
Le mandé un gato chico a la iglesia.
Ya lo he visto Josefina gracias.
Pero el gato es re meón y se le mea en el altar padre.
Ah...
El curita la absolvió. La vieja abandonó el templo del brazo de su sobrina. Le noté la voz como resfriada tía Josefina. Apúrate niña que va a llegar el Gastón. El tío Gastón murió hace tiempo tía.
El martes que siguió a dicho suceso el sacerdote encabezó la catequesis semanal. A la salida llamó a la feligresa y cuando estaban a solas, bien oscuros, le pidió que devolviera el gato nuevo a la casa de la Josefina. Por qué padre, tan bonito que está, le llega a brillar el pelaje. No me contradigas.
La laucha lo escuchó todo y entonó en silencio un himno de alabanza. Imaginó que un coro de arcángeles la elevaba a los altares y se sintió apetecida por el lado bueno del silencio.

lunes, 27 de septiembre de 2010

El perro satisfecho y el perro flaco

El maestro de los canes reunió a sus alumnos y les dictó esta fábula.
Había una vez un perro satisfecho y un perro flaco. Díjole el primero al segundo: "Cambia esa cara y ven a disfrutar esta cena conmigo". El perro flaco parecía adolecer de una patología estomacal, pues comía poco y nada. "No, gracias, ¡y aún es tiempo de que sigas mi sendero de privaciones!", le espetó al robusto animal.
El perro satisfecho miró al perro flaco con cierta lástima y nula admiración, pensando en cuánto daño le hacía su ignorancia.
El perro satisfecho fue bueno y justo con los demás, tuvo privilegiada descendencia y llegó a ocupar un alto puesto en la comarca. Murió a avanzada edad, rodeado del cariño de sus hijos y sus nietos.
El perro flaco falleció a los pocos meses, aquejado de dolores, solo en su rincón, y pronto fue olvidado.
El maestro de los canes terminó con la siguiente moraleja: "El presente nos enseña que el optimista empeño en surgir conduce al progreso de la raza y que el pasado apegado a miedos y creencias religiosas quedó felizmente confinado en los libros de historia".
Sus perritos están aprendiendo la lección.

jueves, 23 de septiembre de 2010

El insecto que se hizo árbol

Para hacer pareja con "Inefable sabiduría"

Nació como todos los de su especie, con cabeza, tórax y abdomen. Creció junto a los suyos; lo alimentaron de tiernas hojas. Ya mayor, conoció las delicias gastronómicas que brindan al paladar otros insectos. Nada como la carne viva, patas ajenas temblando, retorciéndose en la boca.
Todo hubiese andado perfecto, a las mil maravillas, como se dice, hasta que se dio cuenta de que se estaba convirtiendo en árbol. El tema no era tanto ese, porque ser árbol es bastante agradable, fuera de cómodo. El temor era que los demás se percataran, ya que hasta bien entrada su madurez nadie lo había percibido. Mas ciertos signos, últimamente, ciertas miradas, ciertos comentarios que le llegaban de soslayo...
El día que no pudo ir más contra la metamorfosis inscrita en sus genes lo sorprendió en medio de un camino polvoroso, provinciano, acompañado del canto de las chicharras. Pasaba una carreta de bueyes y contempló el paso cansino de las bestias como un árbol que ve pasar una bicicleta. Le hablaron, no respondió.
De su tronco fueron brotando las ramas, todas al mismo tiempo. Mis patas me servían para moverme, pero nunca sentí que me pertenecieran. Estas ramas consagran mi inmovilidad pero expanden mi verdadero ser en diversas direcciones. En los humanos a esto se le llama esquizofrenia, la enfermedad de los poetas. Yo, que fui un insecto, debo agradecerle a Dios mi mutación. La inmovilidad, para quienes están acostumbrados a la acción, equivale a la desesperación que sienten aquellos a quienes una parálisis los sorprende en su mejor momento. Pero a mí, que fui un insecto, sólo me acarreará beneficios.
Así razonaba el árbol mientras veía pasar a los animales de la selva, que no reparaban en él, ocupados en defenderse o conquistar, en echarse a la boca las ansiadas patas temblorosas.
Se había hecho materia su sueño de ser invisible y a la vez estar presente, amar sin ser amado.
Pero la transformación continuó. Las ramas tornaron a su origen, fueron metiéndose por la abertura que les ofreció el tronco -de tal forma que por un tiempo el árbol tomó la forma de una batidora de merengue- y siguieron su camino hasta confundirse con la raíz. El proceso redujo al tronco a su mínima expresión, todo a ojos vista y sin que nadie lo tomara en cuenta. Cuando el tronco desapareció, las raíces no tuvieron qué alimentar y la fábula cuenta que así llegó a su fin la vida del insecto que se convirtió en árbol.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El pájaro maldito

Más allá, donde la selva no halla superficie, tierra donde asentarse y se disuelve o se derrite; más allá, donde el futuro es un chiste surrealista inventado por un grupo de enanos que alegran la fiesta. Más allá o en esa circunstancia, allí donde debiera haber razón, allí fue a dar el pájaro maldito no admitido en secta alguna de la tierra.
Se sentía ahogado, deseoso de expresarse, mas, ¿quién lo iba a atender? ¿En nombre de qué nobleza habría de ser bien recibido? Sí tuvo alas, pero allí no le servían, mejor dicho, alas no tenía ya.
De modo que qué hago ahora. Idea, gritaré.
¡Eh! ¡Llegué! ¡Ya estoy aquí!
Vano intento de expiación, el despojo. Allí el pájaro maldito es considerado menos que nada, si es que es considerado.
Al menos si mi alma volviese a la naturaleza.
Se internó en un valle fragante de luces primaverales que enrojecen el rostro, anduvo entre un follaje sin raíces, le costaba dar un paso, un solo paso equivalía a una tarde entera de aquellas que aún recordaba. Miró hacia el cielo; también le costó. Y en vez de cielo vio copas de árboles sin troncos, hojas caducas y perennes, hojas donde cabría enrollado un elefante, perfectamente. Había de qué desesperarse. ¡Si se hubiese inclinado, hundido bajo el agua evaporada que tocaban las plantas de sus patas!
En cambio, prosiguió su investigación forzada. El día resultaba eterno, las flores se movían sin emitir un solo ruido y de pronto emergieron búfalos bañados en oro de 24 kilates y la cortina se cerró tras ellos y el pájaro maldito volvió a quedar solo, rodeado ahora de barras horizontales de adobe del tamaño de carros de tren que no podían ser rodeadas, porque a cada paso que avanzaba las barras se expandían al doble de su tamaño original.
Poco y nada que hacer.
Eso lo aprendió cuando volvió a ladear la cabeza.

Inefable sabiduría

En aquella selva plagada de animales de todas las especies hubo uno que pasó por la vida sin que nadie se diera cuenta de que estaba allí. Como jamás fue inscrito en el registro civil ni menos bautizado, careció de nombre, de modo que no hay cómo llamarlo a la hora del recuento. Qué raro es el fenómeno: lo tuve ante mis ojos y ahora que deseo hablar de él no se me ocurre la forma, pues no hallo cómo describirlo, me faltan no tanto las palabras como las imágenes de su esplendor, si es que lo tuvo. Se me figura que debió de ser pasivo, incluso inmóvil; ignorante, receptivo, intuitivo sobre todo. Tal vez amó más que otros animales, pero quién puede saberlo, si apenas hablaba... ¿hablaba, he dicho? No recuerdo su voz. Las bestias jamás lo pasaron a llevar, pero pagaría un millón a ojos cerrados y sin derecho a reclamo a la que me contara algo de él. Siendo visible tuvo una vida invisible y por ende misteriosa, nula a los ojos de la selva. No me da la inteligencia para decir nada más de él. Si hubiese hecho algo, levantado la mano, quizás discrepado aunque fuese una sola vez, si se hubiese hecho notar de cualquier modo.
¡Cuánto lamento no haberlo amado como se lo merecía! Ignoro si esto que confieso es una culpa compartida entre él y nosotros o solamente mía y de la selva.
Del otro recordaré que fue un erudito y que sobre él sí que hay mucho que decir, pero como toda su vida se encuentra extensamente documentada hasta en los más mínimos detalles y en las más diversas manifestaciones que registra la cultura, sólo he de subrayar la paradoja que gobernó su existencia entera. Proclamó que la sabiduría lleva al amor y que del amor se desprende luz. "Mientras más sabemos más amamos y cuando amamos de esa forma, mayor es la luz que nos rodea", solía decir en sus amenas conversaciones. Y sin embargo era malvado, pero eso lo dirá la historia, ya que hoy aparece ante nuestros ojos como un padre iluminador. Pequeños deslices empiezan a notarse, cual grietas microscópicas; el tono de su voz, por ejemplo, profundo y más bien susurrante. No fue de estadios, operaba en pequeñas salas calefaccionadas.

martes, 14 de septiembre de 2010

La oruga y las mariposas

La oruga no podía desplazarse de su rama, vivía atada a las hojas, que iba devorando una por una; apenas intentaba aprender algo nuevo se le venían ideas a la cabeza, que en vez de arrojar luces anudaban aún más su alma. Dichos nudos no eran malos en sí mismos y constituían su esencia. Versaban acerca de las más diversas fantasías, inocentes y perversas. Cuando era pequeña e iba al colegio sus maestros le decían que padecía de un mal llamado déficit atencional. Ya mayor se dio cuenta de que su vida entera sería una conversación consigo misma, atando y desatando nudos. En el anfiteatro levantado dentro de su cabeza se hallaba sentada ella sola, contemplando la función con los ojos bien abiertos. Las obras se repetían una y otra vez; era raro que se anunciase estrenos y cuando los había y eran aplaudidos se integraban de inmediato al repertorio. Si no gustaban eran dejados de lado, como les sucede a los autores de obras fracasadas.
Los nudos tendían a complicarse cada vez más. Había algunos que sorprendían a los mismos marineros que se inventaba la oruga para acentuar su vanidad. Sin embargo, nada realmente original y bueno salió jamás de ellos y bien podría considerarse que su vida fue una pérdida de tiempo, de no mediar que a su muerte brotaron de sus restos bellas mariposas que le dieron al mundo nuevas luces.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Los dos lobos y el cordero

Disputándose un cordero, dos lobos se dieron muerte a dentelladas; en el Más Allá se culpaban mutuamente, sin darse cuenta de su nueva realidad.
Te insisto en que yo lo vi primero, amigo mío.
Te equivocas, noble compañero, esta oreja de la víctima es la mejor prueba que desmiente tus palabras.
Si así fuese, qué hace entonces la otra oreja en mi garganta.
Te ha motivado la rabia y la crueldad, no era necesario intervenir si la presa ya era mía.
Eres persuasivo, mas tus argumentos no le hacen mella a mi razón, actúas como aquel que niega a Dios solamente por no verlo.
Estás temblando de rabia y contención, si por ti fuera también me despedazas a mí para sacarle más provecho al filo de tus dientes.
El valle oscureció, hubo que hacer una fogata. Los dos lobos seguían discutiendo sobre el cadáver del cordero, que ya despedía mal olor, al igual que ellos mismos.
Como gran cosa te concedería un muslo.
Obras como aquellos que se las dan de generosos regalando lo ajeno.
Veo que no le entran balas a tu espíritu agobiado por la frustración de la derrota.
Este fuego tiene un destino para mí solito.
No trataré de convencerte, porque al alma caída no se le convence con nada.
El cordero sacaba tiernos lamentos de sus tripas infectas. Oh, hermanos míos, les rogaba, comprensible parece que la carne escondida bajo mi lana despertara vuestro apetito en el monte, pero eso aquí no es justo.
Las bestias no tenían oídos para los restos del pobre animalillo; eran cadáveres descompuestos que se daban el abrazo del oso sobre el asqueroso borrego mutilado, quien pagaba sus pecados junto a ellas.
Pasaron muchos años; el cordero se hizo polvo y los lobos también.
Cuando en ciertas noches arrecia sobre la faz de la tierra un ventarrón nauseabundo acompañado del canto de una brisa débil que huele a materia descompuesta y anuncia la esperanza, es que los tres seres han reaparecido de las tinieblas para recrear su drama.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Las musarañas reman a la isla

Las musarañas se subieron a un bote para llegar a la isla. Remaron hasta el cansancio y en medio del mar, donde el viento sur ya levantaba las primeras olas, osaron jugar a las adivinanzas; se iba haciendo tarde y un manto de sombra empezó a cubrir el paisaje austral.
Inquieta, la musaraña que no estaba preguntó: "¿Quiénes son ustedes?"
-Somos un sueño, surgió un coro de voces desde el bote.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Las vacas, rumbo al matadero

Cuando las vacas entraron en fila al matadero, una de ellas levantó la vista al sol y quedó ciega, al menos eso creyó, pues de pronto no vio nada; otra se miró el barro en las patas y quiso sacárselo para presentarse limpia a los ojos de Dios, así le habían enseñado. "Si todas marchamos a un tiempo hacia atrás, no se notará que estamos escapando", propuso la que encabezaba la hilera, pero nadie le hizo caso, estaban resignadas. O más que resignadas, vivían la comodidad del desplazamiento y de sólo pensar en andar para atrás... salirse del plan es mucho trabajo, no es para nosotras, gran trato se nos dio y no es que no desconfiemos, en el fondo es que aceptamos y el miedo es un instinto que venceremos con la fuerza de la voluntad.
Las vacas les ofrecen su carne a sus hermanos mayores, son como Jesucristo, se echan encima el pecado de la humanidad, sobre todo el de la gula.
¡Adelante, Juana! (Matilde apura la cola que tiene enfrente).
-¿Dónde nos llevan?
-Adelante, Juana.
-Y el campo, Matilde, qué se hizo.
-Ya nunca más. A tus ojos vedado.
-¡Por qué! ¡Me gustaba!
-Porque sí.
-Que mala eres. Deseas que me vaya mal.
-¿Recuerdas cuando los camiones hacían sonar sus bocinas en la carretera?
-¡Sí! Los recuerdo como si estuvieran pasando delante de mí.
-Esas bocinas no las volverás a escuchar.
-¡No quiero!
-Las campanas de la iglesia luterana tañían a las seis de la tarde. ¿Recuerdas?
-Me nublaban los ojos y me hacían llorar, parecían la metáfora de un lamento vespertino. Y las teníamos a no más de mil metros del establo. Nos dormíamos rezando y nos deseábamos el bien.
-Ya no doblarán las campanas, ya no habrá más vísperas.
-¡No, no digas eso!
-Sí, Juana, nos llevan al matadero.
-Qué es un matadero. Me da miedo...
-Un lugar sombrío y húmedo.
-¿No hay pasto, no hay fardos, no hay robles de ancha copa que nos protejan de la lluvia y del calor?
-No.
-¿Y mis hijos, Matilde? ¿Qué será de ellos?
-Ellos oirán esta tarde las campanas y se acordarán de ti.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Pájaros de poca monta

Dos pájaros de poca monta en dos ramas de árbol diferente
Uno canta, el otro canta
Tienen su voz, hay que admitirlo
Lo acallan todo con su canto unificado
El bosque no mueve una sola de sus hojas
Las mariposas se reprimen para no romper el hechizo
Luego uno vuela, el otro no
El bosque no se da por aludido
No mueve una sola de sus hojas
El que no vuela espera
El bosque se impacienta, concede leve brisa entre las ramas
Eleva el vuelo entonces el que no ha volado
Resuenan cantos de artificio

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El Creador, su hermano y el Caos

El Creador acudió al oftalmólogo para cambiar sus lentes por unos poto de botella. De un tiempo a esta parte veía cada vez menos. Su hermano lo fue a buscar a la consulta, lo acompañó a su casa, lo dejó sentado en una silla y se fue directo a un bar. En el bar lo atendió el Caos; le sirvió un whisky doble.
-Mi hermano está quedando ciego -susurró, mirando fijamente el vaso.
El Caos se apiadó del Creador y partió a visitarlo. Al entrar, su casa se hallaba en tinieblas.
-¿Me quieres? -le preguntó. El Creador lo reconoció por la voz.
-No. Quiero saber por qué el tiempo va siempre hacia adelante.
-Yo soy la causa. Y ahora, ¿me quieres?
-No. Quiero saber qué hay detrás de ti.
El Caos se hizo a un lado y el Creador avanzó a tientas, porque no veía nada.
Estaba ciego.