jueves, 5 de enero de 2023

La rata zorro y la rata sapo

Las de esta fábula son dos ratas: una rata zorro y una rata sapo. Las casualidades que se dan en el campo las habían unido. Hicieron planes, buscaron un nido acogedor, pero la historia se truncó. La rata zorro midió las consecuencias, después de todo tenía su propio nido y a la hora de la decisión final se dio cuenta de que no pensaba abandonarlo. Dejó a la rata sapo sola, triste y sumida en el desconsuelo. 
Con el tiempo la rata sapo fue tomando aliento y comenzó a descollar. No es que todo el campo hablara de ella, pero sí lo hacían los vecinos de la vertiente que nacía del rincón privilegiado en que se hallaban. En cuanto a la rata zorro, tampoco es que su vida hubiese pasado sin pena ni gloria, porque eso sería faltar a la verdad; pero casi nadie habría podido discutir que las metas que se propuso no las había alcanzado. Si a eso se le suma que los años se le iban viniendo encima, lo que no tiene nada de particular, pues sabido es que todos los animales del reino se entregan a los designios del tiempo apenas nacen, el flojo resultado de sus empeños le sonaba como un eco en su mente cada día al levantarse y cada noche al acostarse.
La historia dio un leve giro el día en que por esas casualidades de la vida en el campo se encontraron de frente. La rata zorro la miró a los ojos, ansiando una reacción benevolente y cariñosa, un abrazo de mediocre a ganadora, pero se notaba que a la rata sapo le faltaba la respiración, no por la felicidad que suele acompañar los encuentros de este tipo, sino debido a un tornado de furia que le subió por las tripas y se derramó de su hociquillo baboso como fuego artificial. ¡No te metas conmigo, pedazo de mierda!, aulló, fuera de sí.
La pobre rata sapo parecía que iba a reventar, daba lástima verla, la carne le salía de todas partes, la carne era su pecado original; esa culpa inocente que guardaba en su alma poseía una fuerza que superaba cualquier intento de ocultarla.

lunes, 23 de mayo de 2022

Los lironcitos le piden un cuento a la mamá

Los lironcitos se fueron a la cama, pero antes de dormir le pidieron un cuento a la mamá. La madriguera tibia invitaba a la camada al sueño.
-Mamá, cuéntanos el cuento de las guagüitas, dijo el lironcito de ojos de antifaz, meneando la cola de placer.
-Está bien, hijitos, se los contaré de nuevo, accedió madre lirona.
-Pero sáltate la parte del zorro, le pidió el lironcito más pequeño de los cuatro.
-No, hijito; en el bosque habitan hadas y bellacos y es bueno que lo sepan desde ya.
-Bueno, mamita... parte.
-Cuando el zorro era aún más grande y astuto que ahora, y su hocico puntiagudo se tragaba a casi todos los lirones que corrían por el bosque...
Los lironcitos tiritaron de susto.
-... En esos mismos tiempos los hombres vivían en los árboles y las mujeres ponían huevos, pero no los empollaban.
-¿Y cómo nacían los hombres chiquititos, mamá?
-Los huevos caían al suelo y casi todos se los comían las culebras, pero los que quedaban debajo de las hojas se salvaban y cuando nacían, los bebés no lloraban y tenían que salir caminando para esconderse en cualquier parte.
-¿O sea que los hombres chiquititos no tenían mamá ni papá?
-No tenían mamá ni papá, nadie los quería. Por eso cuando las mujeres se volvían grandes ponían los huevos en las ramas y los tiraban al suelo. Cada uno se las arreglaba como podía y a todos les importaba un comino.
-¿Y qué pasó después, mamita?
-Como eran más inteligentes que nosotros, después aprendieron a hablar en difícil, no como nosotros, y se organizaron de otra manera. Empezaron a preocuparse de sus huevos y a las mujeres, de tanto preocuparse, se les ocurrió guardar los huevos dentro de su cuerpo; así fueron naciendo las guagüitas. 
-¿Y qué pasó con el zorro, mamita?
-El zorro se fue haciendo más chico, pero no se confíen, porque sigue siendo muy malo y si se descuidan se los comerá de una mascada.
-¿Y qué más pasó con las mujeres que tienen guagüitas?
-El mes pasado el búho me contó que ahora están pensando en volver a poner huevos...   

domingo, 12 de diciembre de 2021

El hada y la lechuza

Una lechuza lloraba en el bosque; su chirrido era tan lastimoso que a los demás animales se les encogía el corazón.
La lechuza está llorando, qué quedará para nosotros, suspiraba el ratón.
Será en señal de duelo o por la pérdida de un amor, le dijo la coneja a su marido el conejo.
La lechuza se despedazaba el cuerpo con el pico y la sangre brotaba de su pecho.
Un hada a la que un anillo le había concedido el poder de interpretar el lenguaje de los animales se acercó al peumo donde se posaba el ave y le rogó que no se hiciera más daño y le revelara la causa de su llanto. Al borde de la muerte, la lechuza cayó desplomada y el hada la recogió en sus brazos. Cuando recuperó el conocimiento, la lechuza así le habló:
Te contaré a ti estas cosas, princesita, porque la nobleza de tu corazón está a la vista. Lloro porque alguien del que esperaba demasiado dejó incompleto uno de sus cuentos más bellos, despreciando mi destino, así como el de mi amado. 
No llores más, le pidió el hada.
Mi amado me sedujo con su noble estilo; se envolvía de modales sencillos, del color de la honradez, hasta tal punto que nadie hubiese podido pensar que su actuar no era otra cosa que falsía. De la misma forma que la serpiente se esconde entre las flores esperando el momento de atacar, igual hizo este impostor. Y de la misma forma que un sepulcro es hermoso por encima, mientras se sabe que abajo un cadáver se está descomponiendo, igual era este hipócrita: ardiente por fuera y glacial por dentro. Así, le concedí mi amor. No pasó más de un año antes de que se marchase, y no hace falta subrayar el dolor que me causó. No soy capaz de describirlo, pero te diré una cosa: me demostró en qué consiste la condena a muerte. Así avanzaba mi tragedia en el momento en que fue interrumpida, doble razón para mi llanto.
El hada la depositó a los pies de su cama, en un cuarto envuelto de terciopelo azul, le curó sus heridas y se marchó a sobrevolar la fronda.
Cuando los brotes de la primavera animaron al bosque y las lluvias devinieron en rocío volvió el hada donde la lechuza, le abrió de par en par las ventanas de su nido y esto le dijo:
Ya deja de sufrir por el apagón de un plagiador y lánzate a volar hasta que tú misma escribas la última palabra de tu cuento.

sábado, 30 de octubre de 2021

El albino hermafrodita

Cuentan voces deslenguadas y privadas de criterio que hace muchos años existió una raza de mortales que se medía de acuerdo con sus capacidades, de tal forma que los más capaces gobernaban a los incapaces. Reconociéndose estos como tales, no osaban contradecir los mandamientos. Admitían haber gozado de las mismas oportunidades que sus gobernantes; admitían haberlas derrochado o simplemente no haber dado el ancho para sacar partido de ellas. La descomposición, que es más poderosa que cualquier designio, fue horadando poco a poco a esta raza de mortales, la que acabó por desaparecer de la faz de la tierra. Dicen estas lenguas viperinas que el último mandamás de aquella raza fue un albino hermafrodita incapacitado de razón. Emitía decretos originados en sus dolencias y placeres, mientras los incapaces daban cuenta del banquete. No hay pruebas de esta historia; subyace a través de la leyenda y en realidad no enseña nada: tan difícil es que ocurra algo semejante en este mundo.

lunes, 19 de julio de 2021

La cosa que comía fuego

Tres académicos de profesión inventaron una máquina orgánica que comía fuego, ocurrencia que les valió la nominación al máximo de los galardones, el Premio Nobel. 
Pero la cosa orgánica crecía y crecía y había que alimentarla de fuego. Doquiera que hubiese fuego, allí estaba el engendro dinámico y detrás de él, los virtuosos eruditos.
Llegó el momento en que el fuego se acabó. La cosa orgánica se fue achicando y pronto ya no fue más que un despojo en el rincón de una plaza. Ni siquiera servía para jugar a la pelota.
Presionados por una pequeña masa enfurecida, los ilustres catedráticos hubieron de ceder sus puestos a la joven guardia, representada por tres doctoras en filosofía. Ocurrióseles a las aprendices de genio emitir un edicto que ordenaba levantar toda piedra que se hallase a la vista en el país. Así ocurrió que sin otro juicio que el de su mandamiento fueron cazados y colgados en la plaza pública una legión de cobardes que sobrevivían escondidos; a saber, acosadores, machistas, perseguidores de negros, homófobos, economistas de la vieja escuela. Todos fueron a dar a una apretada fosa común.
Meses después surgió de la sepultura un abanico de fuegos fatuos que confundió a los tres académicos de profesión, a las tres doctoras en filosofía y a la masa intranquila. Nadie supo decir si había que votar a favor o en contra de ese fenómeno.

martes, 13 de julio de 2021

Los cuatro reyes y el león

Cuatro reyes de mundos paralelos acudieron a una cita en la sabana y se sentaron a la sombra. Dijo el rey de Persia resolvamos la cuestión de una vez por todas. Totalmente de acuerdo dijo la reina de Saba pero cómo. Muy fácil dijo el rey de Dinamarca fundemos un reino universal. No me parece mala idea yo me ofrezco a gobernarlo, dijo la reina africana que era la anfitriona. Mejor votemos dijeron los demás reyes.
Vino un león y los cuatro corrieron a subirse a un baobab y allí se quedaron hasta que el león se fue a dormir.

jueves, 8 de abril de 2021

El camaleón y la libélula

La selva llamó a un concurso de poesía. A la final llegaron dos: la libélula y el camaleón. Integraron el jurado el elefante, la mariposa, el búho, la cigarra y el mosquito. El león maldijo el evento, lo llamó "reunión de mariquitas" y se fue de vacaciones a la playa.
Declamados los poemas, la selva aplaudió al viejo camaleón con cortesía y cayó rendida ante los versos de la grácil folelé. El jurado se retiró a deliberar a la guarida de los lobos, que por esos días, agazapados en lo más alto de la nieve de los montes, huían de la peste que azotaba a la región. 
Lo primero que tuvieron en cuenta los miembros del jurado fue la edad de los finalistas y lo segundo, la calidad de su trabajo. Dijo el mosquito que el ganador debía ser sin duda alguna la grácil folelé, por su innovadora poesía. Seleccionó de su lírica estos versos para convencer al resto: 
Dos más dos son cuatro
Cuatro y dos son seis
Seis y dos son ocho
Y ocho dieciséis
Sin restarle crédito al poema, el elefante argumentó que el meollo del asunto, la verdadera disyuntiva, consistía en dirimir si la juventud de la grácil folelé le aseguraba futuros esplendores y la vejez del camaleón lo condenaba al rincón de la memoria. Observando el poder de la experiencia aludió al canto del cisne y a los resplandecientes atardeceres del otoño, lo que halló resistencia en la mariposa y la cigarra, fanáticas del trillado carpe diem. El búho, que tendía a inclinarse a favor del camaleón, citó estos versos del finalista del concurso:
El siete es un sereno con gorro y con bastón
El ocho son las gafas que usa don Simón
El nueve es un globito que pende de un hilito
El diez es un soldado que lleva un gran melón
Tras cuatro días de áspero debate emergió el jurado de la guarida de los lobos y dio a conocer su decisión. La ganadora era la grácil folelé.
La selva gritaba de entusiasmo, pero al momento de subir a la tarima llegó solamente el camaleón, dispuesto a recibir el premio de consuelo. El búho, que no por nada ha tenido siempre fama de sagaz, lo increpó:
-¡Saca la lengua, infeliz!
Avergonzado de su impúdica conducta, el camaleón desenrolló su órgano muscular, donde yacía la grácil folelé.