jueves, 20 de marzo de 2008

Carrusel de los animales

Una cebra transitaba confiadamente por la llanura sin dirección fija, pastando en los últimos restos de hierba que quedaban antes de que comenzara la época de la sequía. Había una dificultad intrínseca en su modo de vivir, pero ella no se daba cuenta. Cuando el verde mutara a amarillo y luego a ocre la cebra entraría en la desesperación provocada por el hambre y se internaría en zonas riesgosas, pero actualmente ni idea tenía de aquello.
Sin aviso alguno se le abalanzó una leona y le rasgó el lomo con las garras. Otras bestias que la acompañaban se le fueron directo a los genitales y así se consumió su vida, en segundos.
-¡Ay, que me matan! -alcanzó a gemir, dentro de un dolor insoportable del cual, sin embargo, no tenía conciencia alguna, de modo que podía soportarse con bastante resignación, valga la paradoja.
Los leones devoraron lo bueno; entonces aparecieron las hienas y se hicieron cargo de lo restante.
-Bastante tuvieron ya -murmuraban con el hocico lleno unas con otras, con indisimulada envidia por sus hermanos mayores, los reyes de la selva, quienes sin mirar atrás emprendían satisfecha retirada.
Pero faltaba el turno de los buitres. Éstos aparecieron cuando el aire los llamó para darles sentido a los restos, que se pudrían. De las hienas ya no quedaba noticia a esas alturas. Los buitres hundieron sus picos en lo más profundo de las vergüenzas de la cebra y de allí no salieron hasta un buen rato. No hablaban entre ellos. Los buitres son animales callados, dúdase de que posean siquiera capacidad de reflexión. Sólo actúan, conociéndose la contribución que con ello hacen a la ecología, pero jamás se ha podido comprobar qué fines únicos, personales existen en su manera de ser, tan sombría.
El carrusel de animales se completó cuando apareció otra cebra, esta vez una hembra, la cual miró a su caído compañero con completa indiferencia, ignorante de que alguna vez habían procreado a la cebra bebé que iba detrás de ella protegiéndose de los leones, que ya se empezaban a ver a la distancia.
Si una moraleja pudiese desprenderse de esta fábula, sin duda ella sería que el pensamiento del hombre es como una carrera de postas o un carrusel que contacta, pero a la vez incomunica a un animal de otro, de tal forma que todo pensamiento está unido al anterior por un hilo microscópico que se rompe al menor contacto, pero que a la vez no les permite huir, desbandarse, ya que cada cierto tiempo -pueden ser segundos, días o años- los animales vuelven a ocupar su puesto para ser desplazados al instante.
Así vivimos.

No hay comentarios: