jueves, 20 de marzo de 2008

Las tres lauchas y el gato hambriento

Eran tres lauchas, las de esta fábula. Dos de ellas andaban siempre juntas; la tercera vivía a mucha distancia. Y habría acabado aquí la historia, pues más argumento que ese no hay, de no mediar las andanzas del gato Maula, que rondaba por tejados y rincones buscando el alimento que les diera sentido a sus tripas.
No es que el felino no comiera. Al contrario, el gato Maula se alimentaba muy bien. Diariamente amanecía en su pocillo un concentrado de harina de soya, gluten, subproductos de pollo, grasa animal estabilizada, harina de pescado y suplementos minerales y vitamínicos con saborizantes. Una delicia, en apariencia. Y digo en apariencia porque lo que su paladar ansiaba realmente era la carne sucia, carne de rata gorda peluda de cola larga, carne que chillara entre sus fauces y le untara los bigotes de sangre caliente.
Desde la pandereta veía de tiempo en tiempo a las dos lauchas cuando jugueteaban en el patio, pero no les prestaba mayor atención. Con la tercera se le hacía agua la boca, ¡pero estaba tan lejos! Para verla tendría que haber tomado un vapor y eso significaba océano, tormenta, montañas de líquido salado cubriéndole el pelaje.
A una de las dos lauchas se le había metido el gato Maula entre ceja y ceja. Poco a poco iba convenciendo a su amiga para que el trío se conociera bien en la penumbra. ¡Es tan viril su estampa de gato!, le decía, olvidando que su frase apaciguaba la pasión ratonil de su compañera, en vez de encenderla. Y es que ésta última siempre se había inclinado más por el perfil sinuoso que brinda una linda pata de laucha que por la bruta conformación de la pata de un macho.
Una noche de luna se juntaron por fin, los tres. Y no es necesario darle más hilo a la cañuela de la historia: sabido es que los gatos comen lauchas y que las lauchas, al ser devoradas por su enemigo natural, gozan el placer supremo de estar cumpliendo con el designio divino.

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