jueves, 20 de marzo de 2008

El cernícalo, la iguana y la palmera

Desde un picacho, un cernícalo oteaba el horizonte en busca del alimento que hace varios días le exigía la tripa. Sobre una hoja de palmera dormitaba una iguana. Era una iguana hembra, de carne apetitosa y más de metro y medio. El cernícalo dudó: ¿me tiro o no me tiro?
Iba a lanzarse al vacío cuando cometió el error de preguntarse dónde estaba. Ahí comenzaron sus problemas.
Hojeando un libro concluyó que de acuerdo con su posición en el espacio se encontraba en la precordillera chilena, en el Cajón del Maipo, pero la página siguiente le recordó que la palmera es una especie de las Canarias, de modo que resultaba técnicamente imposible que allá abajo hubiese algo así. El sentido común le aseguraba además que una hoja de palmera dificultosamente hubiese podido sostener a una iguana de esas proporciones. Para colmo, una iguana hembra de metro y medio no podría estar dormitando en otro lugar que no fuera la selva mexicana.
“El hambre me está volviendo loco -se aterró el cernícalo- pero aun así juro que lo que vivo es realidad”.
Le gritó a la iguana:
-¿Estás ahí?
La iguana contestó:
-Estoy calentita. Ven si quieres, pero ten cuidado. Además, no sé si pueda acogerte en esta rama (era una típica iguana mexicana).
El cernícalo, que no quería formar nido sino comer, le dijo:
-Qué raro que estés.
La iguana contestó:
-Pero estoy. Y qué (era una iguana de carácter).
Es bien sabido que a diferencia de los animales, los árboles no hablan, pero para el caso de esta fábula la palmera habló. Y fue la más juiciosa de los tres:
-No se hagan problemas de corte filosófico en este mundo global, pero tampoco se dejen llevar por espejismos -les dijo.
El cernícalo interpretó a su modo estas sabias palabras y se lanzó sobre la iguana como un rayo, pero pasó de largo.

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