jueves, 20 de marzo de 2008

El Gato de Campo y el Gato de Chalet

Esta fábula se parece bastante a aquella que nos legó La Fontaine y que relata el encuentro de un ratón de campo con un ratón de ciudad, mas esta vez la enseñanza se amoldará naturalmente a las características de la nacionalidad y la raza que nos ocupan, de lo que se desprende que no estamos ante una mera copia, sino ante una variante chilena de la historia.
El Gato de Campo llegó un día a la ciudad, atraído por sus luces. Al mediodía pasó frente a un chalet ubicado en el barrio residencial. Dormitaba en el balcón el Gato de Chalet. El Gato de Campo no tenía buenos modales; la necesidad lo había criado así. Sin el menor sentido de la prudencia, el respeto y la subordinación a los que su estatura social lo obligaban, despertó al oligarca con una sencilla frase:
-¡Eh, amigo, despierte! ¿Me dirá usted qué camino agarro para llegar al centro?
El Gato de Chalet abrió un ojo y contempló asombrado lo que éste le mostró: a uno de su misma especie, pero famélico y optimista.
-¿No sabe con quién habla? -le preguntó con un timbre de curiosidad y desprecio en la voz.
-No, amigo. En el campo no hay gatos así.
-¿Osa llamarme gato, a secas? (Tomó una bolita de carne y se la echó al hocico).
-Disculpe usted, amigo. Me llamo Gato de Campo. ¿Usted cómo se llama?
-Hummm... Gato... Gato de Chalet.
-Mucho gusto. ¿Me dirá usted qué camino agarro para llegar al centro?
El Gato de Chalet le dio unas coordenadas y volvió a dormitar. El Gato de Campo siguió su camino y se perdió al doblar la esquina.
Ha llegado la hora de conocer la moraleja, y ésta es la siguiente, válida no sólo para gatos: el poderoso, pasada la sorpresa que le causa el hecho de toparse cara a cara con el débil, tiende a ayudarlo e incluso a tomarle simpatía, siempre y cuando éste se presente en forma individual, vaya hacia otro lado y no amenace en forma alguna sus intereses.

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