jueves, 20 de marzo de 2008

El loro y la cacatúa

Sentáronse a conversar el loro y la cacatúa. Disponían de un día completo para llegar a un acuerdo, mas al cabo de apenas dos horas ambas aves se pusieron de pie y se marcharon, una hacia el norte; el otro hacia el sur: la cumbre terminó en fracaso; ni siquiera se habían entendido.
El loro hablaba un lenguaje docto, filosofal. La cacatúa lo hacía como el pueblo, en metáforas. Por decir una cosa decía otra. Éste fue el postrer diálogo que puso punto final a la conversación.
El loro:... Pero estará usted de acuerdo al menos en que perteneciendo ambos al orden Psittaciformes en el reino animal y siendo nuestras familias vecinas, deberíamos razonar en forma similar y con el mismo lenguaje, estimo yo.
La cacatúa: Déjese de cuentos, doctor Loro, y hable claro. ¿Ve una luz de esperanza en esta huifa?
El loro: ¿Hablar claro? ¿Luz de esperanza? ¿Cuentos? ¿Huifa? Permítame discrepar del modo en que materializa su razonamiento. La esperanza es un sentimiento, una actitud, una virtud o un defecto y por lo tanto no se le puede dar una forma física, la de la luz, que es, como usted sabrá, una radiación electromagnética en el espectro visible. El “hablar claro”, utilizando la misma comparación, equivale a combinar dos campos del saber que no son comparables. Cuento es un relato literario con pretensiones estéticas, artísticas. Y sospecho que “huifa” es una palabra inventada, de la que no haré mayores comentarios porque no figura en mi léxico.
La cacatúa: No estoy ni ahí con su discurso, doctor Loro. Aquí cada uno ara con los bueyes que tiene.
El loro: Disculpe usted, pero yo no puedo arar porque no soy campesino. Además, carezco de bueyes.
La cacatúa: No se me haga el leso, doctor Loro, y vaya al grano.
El loro: Lo que dije, lo dije muy consciente de mis actos. Y no me hago el leso, porque la lesera no se fabrica, sino que reside en una zona del cerebro aún desconocida para la ciencia. Y al grano iré más tarde, a la hora de la cena. Pero dígame, ¿dónde aprendió usted a hablar así?
La cacatúa: No sé hacerlo de otro modo y me las arreglo lo más bien para que la gente me entienda. Ya me tiene hasta más arriba del paracaídas, doctor Loro, con sus dichos de Platón.
El loro: Vaya, vaya. Cada vez la entiendo menos. Ha dicho que “me las arreglo lo más bien”. ¿Cómo podría una cacatúa “arreglárselas lo más bien”? ¿Habrá querido decir que su persona se halla en estado de reparación? Ha añadido algo asaz complejo, que supera mi capacidad de comprensión. Ha dicho “para que la gente me entienda”. Hasta donde es sabido el proceso de entendimiento no es propio de una colectividad sino del individuo, de modo que si “la gente la entendiera” estaría afirmando que la gente piensa como si fuese un solo individuo. Y qué decir de aquello relativo a un paracaídas o la alusión extemporánea al filósofo Platón...
La cacatúa: Me sacó de quicio, doctor Loro. Váyase a la punta del cerro, que yo me marcho a cacatuar con mis amigas, quienes me esperan en el casino para tirar unas fichas a la máquina.
El loro: ¿Tirar fichas? ¿Punta del cerro? ¡Qué lenguaje más extraño, por Dios!, digo esto en el entendido de que Dios exista, claro está...

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