lunes, 23 de junio de 2008

El vellocino de oro y las habichuelas mágicas

Un carnero fue desprendido de su vellón en la estación del estío. La lana fue depositada en un granero, sin sospechar el ovejero que esa mañana su hijo había lanzado allí mismo unas habichuelas mágicas. Al día siguiente el vellocino se había convertido en oro. El ovejero se maravilló del hallazgo y decidió guardar el oro en un saco y esconderlo en las profundidades de la noria. Por la noche le confesó el secreto a su mujer, quien lo obligó a levantarse y recuperar el tesoro. El niño miraba por la ventana el paseo que daban sus padres por el patio, iluminados con una linterna. Vio bajar al pozo a su papá, atado a una cuerda. Desde arriba su mamá le exigía que hallara pronto el saco, pero el hombre no decía nada. Cuando salió, con las manos vacías, el niño alcanzó a escuchar que en el fondo de la noria había un arpa encantada por una bruja mala que tenía la cabeza llena de serpientes. El ovejero tiritaba de miedo, pero su mujer, aguijoneada por la ambición, tomó la cuerda y bajó al pozo. Al tocar el agua encendió la linterna y el agua reflejó su rostro. El espanto la devolvió de un salto a los brazos de su marido, al cual le comentó:
-Teníai razón.

lunes, 16 de junio de 2008

El camello jubilado y el elefante sacerdote

Jubiló el camello oficinista y le hicieron una linda fiesta. Recordaron los camaradas sus andanzas y se despidieron de él en una esquina entre abrazos, al clarear el alba. En su desierto natal, lejos del mundanal ruido, los primeros días se sintió serenamente feliz. Luego empezó a cundirle la ansiedad. Descubrió que necesitaba un confidente, pues las amenidades de su diario vivir, si no las contaba pasaban a ser letra muerta. Jamás había sentido el más mínimo apego por su trabajo de rumiador de carpetas, pero nunca pensó que le hiciera tanta falta. Picado por una insana curiosidad, un día viajó expresamente a la oficina para averiguar quién lo había sustituido. Se arrimó a la ventana y al ver a un camello parecido a él, pero más joven, sintió una rabiosa envidia y ganas de llorar. Volvió a su pueblo en el último bus de la tarde.
En el paradero nadie lo esperaba. Llegó caminando a su casa, encendió el televisor y se sentó a disfrutar lo que le ofreciera la fortuna. Dispuso ésta que antes de proyectarse la película de medianoche irrumpiera en la pantalla un elefante cuya abundante papada apenas dejaba ver sus hábitos de sacerdote. Tomó la palabra y lo miró a los ojos: ¡Hijo, a ti te hablo! Otros debaten sobre el precio del petróleo, la marcha estudiantil, el partido de fútbol, la canción de moda. Tú eres de los que se miran el ombligo, vanidad de vanidades. Yo le hablo a Dios y Dios me escucha JA JA JA pero a ti nadie te escucha JA JA JA morirás canalla JA JA JA desagradecido.
El camello experimentó intensa sudoración al oír estas violentas palabras y despertó del mal sueño provocado por la fiesta de despedida. Consideró, sin embargo, la pesadilla como un mensaje digno de ser tomado en cuenta y esa misma mañana acudió a la placita del desierto con una bolsa de migas para las palomas.

viernes, 6 de junio de 2008

El perro cirujano y su paciente el gato

El gato Osmán se sentía enfermo; le dolía el esófago y acudió al doctor. Casi se cae de espanto cuando un perro le abrió la puerta. Era el doctor Can Severo, de especialidad cirujano. Al gato se le quitaron de inmediato los dolores, pero ya que estaba ahí, y con la cuenta pagada de antemano, entró a la consulta, castañeteando los dientes. El doctor Severo lucía unos buenos colmillos y tanta academia tal vez no hubiese sepultado del todo a su naturaleza, temía el gato. Sin embargo, pronto descubrió que estaba en buenas manos. Del perro original nacido a los pies de un arbusto no quedaban casi recuerdos en el médico. Éste lo atendió amablemente, lo que provocó en el gato el instantáneo renacer de sus dolores. Me duele aquí, debajo de la garganta, le explicó. El doctor Severo examinó y palpó unos minutos en silencio; luego dictaminó con la certeza de un galeno: hay que operar.
En el pabellón, entre tijeras, algodones y bisturíes, Can Severo no dejaba de silbar, no de placer sino de sorpresa. Con la sapiencia del maestro instruía a sus ayudantes: miren aquí, ¿creerían antes de ver esto que se trataba de un gato? Y acá, ¿esperaban hallar un músculo así? Y estos anillos, ¡ni se sospechaban por fuera, pero cuán importantes son para este animal!
El gato se mejoró y a los 15 días ya correteaba en los tejados. Les perdió el miedo a ciertos perros, pero años más tarde eso le costó caro, ya que un can bellaco que se las daba de banquero lo dejó en la ruina. El doctor Severo continuó con su noble misión de velar por la salud de los enfermos y acrecentó su fama. En cuanto a los ayudantes, éstos extrajeron una valiosa lección, a saber: que no hay que formarse una idea de los gatos viéndolos por fuera, es preciso conocer su anatomía por completo antes de emitir un juicio decente.