jueves, 20 de marzo de 2008

Las aves acuáticas y el pueblo de los enanos

Fulgores venidos del pantano, acompañados de evaporaciones nauseabundas, daban al cuadro una rara atmósfera antediluviana. De las aguas levantaban vuelo aves de alas membranosas. Algunas conseguían su propósito del despegue; otras sucumbían, víctimas de los chorros hirvientes. Pero las que se salvaban ya hacían número suficiente como para iniciar la guerra contra el pueblo de los enanos.
Fue aquella guerra de quinientos años un hito épico que convendría no olvidar: los enanos recién estaban aprendiendo a fabricar armas, de modo que podría decirse que el resultado de las batallas era imprevisible. A veces el campo quedaba sembrado de tripas, ya que a todo el resto del cuerpo de las aves los enanos les sacaban provecho. En otras ocasiones eran los pequeños bípedos quienes sucumbían bajo el poder de los ataques rasantes de los picos filudos. Entonces en los campos de batalla no quedaba nada de nada; salvo rastros de sangre que alimentaban a los insectos microscópicos que poblaban la tierra.
Está por verse, y es misión de los estudiosos, saber quién fue primero y quién venció, si los enanos o las aves acuáticas. La teoría que privilegia a las aves sostiene que la vida nació de las aguas. Organismos unicelulares evolucionaron, rompieron el muro líquido en que permanecían prisioneros y se ganaron la benevolencia de los cielos. La de los enanos dice que la vida irrumpió de las cavernas que conducen a las profundidades del planeta. Los enanos serían hijos del fuego derramado en ríos subterráneos; habrían nacido a sus orillas, donde el calor se hace soportable y desde donde se vislumbra, arriba y a lo lejos, un espejismo de luz que viene de los cielos.
Ambos pueblos, por lo tanto, estaban destinados a los cielos. Pero poco tardaron las aves en darse cuenta de que el cielo era una ilusión. Buscaron las ramas de los árboles y allí hicieron sus nidos. En cuanto a los enanos, no más salir a la superficie quedaron ciegos, uno a uno. Intentaron retornar a sus cavernas de fuego líquido, pero las caminatas a tientas llevaron sus pasos a otros lares. El tiempo los obligó a ganar altura y así fue como el hombre fundó su imperio en la faz de la tierra. Desarrollaron ojos imperfectos, muy parecidos a los del hombre actual.

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