viernes, 30 de abril de 2010

Los hombres, los animales y los árboles

Cuando se acabó la Tierra y todos fueron llamados a presentarse ante los ojos del Señor, los hombres formaron una fila interminable y entraron de los primeros. Faltarían páginas de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos para referir el contenido de los argumentos que desplegó cada uno de ellos para ganarse un cupo en el limitadísimo espacio del Cielo. El Señor los iba escuchando con toda la paciencia del Santo Reino, sin quedarse dormido.
Acabado el último testimonio humano, equivalente al paso de miles de años en el tiempo terrenal, les tocó el turno a los animales. El primero en ingresar al Palacio Celeste fue el león, quien de pronto se sintió tan pequeño ante el Señor que miró hacia atrás, buscando al elefante para darle la pasada, mas el paquidermo lo había visto todo y corrió a esconderse tras la cebra. En fin, desfilaron con sus gruñidos, sus cantos y lamentos el susodicho león, la cebra, el elefante, el perro, el puercoespín, la lechuza, el lagarto, la lombriz, el renacuajo, la pulga y el microbio, quien vistió de frac para darse importancia. Los discursos fueron notablemente más pobres que los de los humanos y se limitaron por lo general a bosquejar dos o tres conceptos. Cada uno habló como pudo y es deber reconocer que no pocas veces el Señor pasó por sordo, porque como no entendía nada aguzaba el oído.
Al anochecer del Santo Reino les tocó el turno a las plantas y los árboles. El Señor miró la hora de reojo y le hizo al primero la pregunta consabida.
-Usted qué tiene que decir.
Se encontró con un silencio sepulcral como respuesta.
-Usted qué tiene que decir.
Los árboles estaban mudos. El Señor no se impacientó, pero anduvo cerca. Finalmente desde las sombras se adelantó un viejo roble, que parecía ser el más juicioso del reino vegetal, y habló a nombre de todos.
-Nosotros somos de pocas palabras.
-Pero algo dirán.
-Nosotros somos de pocas palabras.
-Recítese una poesía, aunque sea.
-Nosotros somos de pocas palabras.
Y así terminó la fábula.
Moraleja: existe la sospecha de que si el Señor repartiera el Cielo, el Purgatorio y el Infierno entre hombres, animales y árboles... pero a qué gastar tanta palabra.

jueves, 29 de abril de 2010

Las cuatro razones del lobo

Después de comida, a la hora del licor y del cigarro, le preguntó el león a su amigo el viejo lobo por qué había vuelto al bosque. El lobo le dijo que cuatro razones poderosas lo instaron a tomar tan drástica determinación.
"Porque aquí hay comida fresca. En la aldea no vi gallina gratis y la que venden viene flaca y envasada", protestó. El león bebió un sorbo de coñac y siguió escuchando.
"La segunda razón es que el brumo me tenía los ojos como las berenjenas". El león echó humo de cigarro, asintió y recordó que en un viaje realizado a la aldea para tramitar una posesión efectiva le había sucedido algo similar.
"La última razón es que me cansé de viajar como sardina en el Metro". El león volvió a asentir, porque recordó que también había pasado por las mismas.
Días después el león sacó a su familia a disfrutar de un espectáculo nocturno. Cuando les cortaban los boletos el patricio se dio una elegante media vuelta y al sorprender correteando al cánido salvaje exclamó con sorna:
-¡Mírenlo al viejo en su elemento, persiguiendo caperucitas libremente por el bosque!

viernes, 23 de abril de 2010

El perro que se subió a un árbol

La fábula del perro que se subió a un árbol consta de tres partes o segmentos.
Primer segmento: qué fue lo que lo hizo subirse a un árbol.
Segundo segmento: cómo fue que el perro se pudo subir a un árbol.
Tercer segmento: cómo bajó del árbol.
La primera parte se explica de la siguiente manera: un toro furioso.
La segunda parte se explica de la siguiente manera: el miedo al toro.
La tercera parte se explica de la siguiente manera: el perro saltó del árbol.
La fábula encierra la siguiente moraleja: el miedo puede hacer que un perro se suba a un árbol.

sábado, 17 de abril de 2010

El pajarito nuevo

Hubo una época en que los animales vivían mirando al cielo. Esperaban descubrir algo que los sacara de su estado de inercia. Las bestias aladas, terrestres y acuáticas se morían irremediablemente, las especies iban desapareciendo de la faz de la tierra y la naturaleza vegetal se adueñaba otra vez de campos y ciudades.
Una tarde de tormenta vieron pasear a mamá águila entre las nubes. En una garra llevaba a su polluelo y le enseñaba a volar. Los animales enloquecieron de placer:
-¡Pajarito nuevo! ¡Pajarito nuevo! -se gritaron unos a otros.
Los animales revivieron y la fauna de la selva se mantuvo saludable, pero no digamos que fue para mejor.

martes, 6 de abril de 2010

El león, el quiltro y el búho

-¡Ja ja ja, qué te trae por aquí, buen amigo! -le dijo el león al quiltro.
El quiltro respondió:
-Ando buscando sobras.
Dijo el león:
-Si me permites el consejo, te noto amargado y eso no es bueno para la salud.
El quiltro respondió:
-¿Acaso tengo razones para ser feliz? Cada día que pasa mi pesar se alimenta de motivos extras.
-Cambia de vida -dijo el león.
-Fácil decirlo -dijo el quiltro.
Pasó el búho y vio la escena. El león lo saludó cortésmente; el quiltro apenas lo miró.
Dijo el búho:
-La condena del quiltro es la condena del pueblo y la felicidad del león es la felicidad de los ricos.

Moraleja: la amargura que brota de la necesidad insatisfecha genera las grandes revoluciones pero no cambia el estado de las cosas; la cúspide del éxito estará poblada siempre por los mismos, aunque el bienestar les nubla la vista y la razón.