jueves, 11 de diciembre de 2008

El gato y el pulpo

Jugaba el gato Augusto con el mísero ratón hasta que el ratón se le murió de un zarpazo en el hígado. El gato dejó a su presa en un charco de sangre y volvió a su casa con una sensación de vacío existencial. Viendo el canal de viajes en la televisión decidió darse un descanso. Al otro día estaba volando a un resort del Caribe, todo incluido. Allí lo llevaron a ver los peces multicolores. Le colocaron traje de buzo y lo arrojaron al mar. El gato se sintió relativamente feliz, pues por vez primera logró vencer su temor al agua; pero no se hallaba en su elemento vestido con máscara, aletas de hombre rana y tanque de oxígeno en el lomo. Sumergido en esa felicidad relativa, hete ahí que la casualidad lo enfrentó a la visión de un pulpo barbado que rondaba a los peces. El pulpo alargaba sus tentáculos y retenía a sus lindos pescaditos. Los aprisionaba y los dejaba ir, no muy lejos, y luego los atraía nuevamente a su cuerpo. Si bien unos cuantos se le escapaban, la inmensa mayoría permanecía dentro de su radio. Llamóle la atención el juego al gato y resolvió presentarse al animal submarino.
-Mil respetos al rey de Varadero. En mi tierra yo hago algo parecido, pero el juego se me acaba pronto. ¿Cómo lo hace usted, maestro?
-El secreto es no matar... pero hay que aguantarse -le respondió.
A su regreso a Chile el gato intentó hacer carne la lección de su gurú, pero no le resultó.
Tal como en otras anteriores, diversas moralejas pueden extraerse de esta fábula. En cuanto al gato y el mísero ratón, vano es el afán que reniega de su naturaleza; en cuanto al pulpo y los peces, hay que evitar a los seres que no saben vivir por sí mismos, porque dejan heridas. En cuanto al análisis político de fondo, Fidel Castro duró más que Pinochet porque mató menos.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

La ballena, el arponero y Alfred Hitchcock

Atraído por sus promesas voluptuosas, que se adivinaban desde lejos, el arponero llegó a las tierras del cetáceo y se puso a esperarlo arpón en mano. Se trataba de una hembra colosal que raras veces emergía desde el depósito de lava del volcán, su casa. Cuando lo hacía buscaba grietas, acomodaba su cuerpo resbaloso y salía a la superficie a tomar aire. Luego retornaba a las profundidades de la tierra. Era entonces, como se ha descrito, una ballena de tierra.
Al arponero se le habían dado las coordenadas perfectas para cazar al ansiado ejemplar; sólo era cosa de esperar en la baranda de un puente. Y así lo hizo: esperó y esperó y mientras lo hacía fue conociendo esa tierra, y se maravilló. Había iglesias por doquier, altares de oro, edificios de piedra canteada con arcos a la usanza española, palacios, mercados.
Pero seguía esperando pues, a pesar de tanta maravilla, su propósito original continuaba siendo otro, aunque se iba desvaneciendo con los días.
Una tarde miró en torno suyo y descubrió que estaba dentro de un set de filmación. "De modo que se trata de una película en la que actúo yo", reflexionó con una mezcla de ansiedad -por lo extraño del asunto- y rabia, por sentirse estafado. Su ánimo general podría traducirse como maravillado dentro de una tremenda frustración.
"¿Quién será el director de esta película?", pensó y en eso vio la clásica figura de Alfred Hitchcock, paseando con el único fin de ser captado por las cámaras.
-Maestro -dijo el arponero- dígame qué estoy haciendo aquí.
-Aprendiendo a través de una actuación -respondió el sabio director.
-¿Y la ballena?
-¿Aún no lo adivina? La ballena es el McGuffin.