sábado, 28 de marzo de 2009

El grajo displicente

El grajo displicente se hacía odiar por todo el mundo. Tenía dos graves defectos, mas fuera uno a decírselos, pues le afloraba el tercero. No diremos cuáles eran para no incomodarlo aún más, ya que, por si fuera poco, le gustaba andar husmeando. Y un pajarito me ha soplado que ahora mismo acaba de sobrevolar el computador desde el que invento su fábula.
Le sucedió a este bicho desabrido que a la vuelta del día se peleó con casi toda la selva. Digo "casi" porque eran las excepciones las que siempre lo salvaban. Aun así, esa noche el león llamó a urgente reunión para examinar su caso. El cerdo hizo de juez, la víbora de abogado acusador; la lechuza de abogado defensor y las jirafas de jurado. ¿Qué dijo la víbora? Se remitió a relatar los hechos que estaban poniendo en jaque la libertad del acusado. Demoró catorce minutos, durante los cuales las jirafas no pararon de asentir. ¿Con qué estrategia jurídica le respondió la lechuza a su distinguida contradictora? Con argumentos de carácter emotivo, pinceladas sociológicas y apuntes sobre la especialidad médica de la siquiatría. Las jirafas no pararon de asentir, lo que molestó sobremanera al cerdo, quien les preguntó si padecían alguna patología localizada en las cervicales, ya que movían tanto el cuello.
Vino al fin el veredicto. La jirafa Helena habló a nombre de todas. Dijo que se consideraba inocente al acusado. El cerdo dio un martillazo y el grajo abandonó la sala más soberbio que nunca, gritando a los cuatro vientos que sólo se había hecho justicia.
Moraleja: el argumento final tiende a velar los precedentes.

viernes, 20 de marzo de 2009

El león y la hiena

(Fábula dedicada a mi amigo Rodolfo Gambetti).

Hasta el león conoce la flaqueza.
El majestuoso mandamás de la selva y la sabana había enseñado a tarascones y así había edificado su estético imperio, que nadie le osaba discutir. Mas demasiadas lunas atravesaron la tierra e innúmeras flores brotaron y cayeron de los baobabes. Al león le entró invisible melancolía y un buen día fue llamado a la oficina de los monos. Eran éstos dos reputados ejemplares vestidos de frac que regían en verdad la ley de la selva, ya que se supo después que el león estaba puesto allí de utilería. El león lo sabía de antes y se hacía el leso y por eso había durado tanto como amo y rey.
Le ofrecieron condiciones dignas de su rango para un retiro elegante, que aceptó, ligeramente asustado. Al otro día los animales miraron con sorpresa la colina: estaba vacía, no había león que los rigiera; cundió el desaliento entre la fauna.
La tosca hiena subió hasta la cercana cima, tanteando el terreno a la espera de una trampa. Aún conservaba cicatrices de feroces mordiscos que en su día le había propinado el león, para domesticarla. Cuando accedió al fin a su santuario descubrió que no había trampa alguna. El sitio estaba deshabitado, el pasto empezaba a crecer donde siempre descansó su cuerpo y bajo una piedra había un mensaje escrito de su puño y letra. Decía así: "Trata de reemplazarme".
La tosca hiena, que siempre reía con malicia, esta vez lloró.

lunes, 9 de marzo de 2009

El cíclope Falcón y el gusano Pedro

Vivía el cíclope Falcón en una cueva, no en un nido como los demás halcones. Le habían dado el dato que a la cueva había llegado un apetitoso gusano llamado Pedro, de modo que esa tarde, al volver con las garras vacías, tapió la entrada con una roca gigante que cubrió hasta el más mínimo intersticio. La misma voz que proporcionó el dato al cíclope Falcón le advirtió al gusano que llegarían a buscarlo, de modo que para Pedro la situación era apremiante, insostenible, aunque su corazón guardaba una ligera esperanza: sin poseer la astucia de Odiseo le llevaba la ventaja al héroe de que ya se sabía el cuento y, la principal, que aun siendo apetitoso y gordo resultaba pequeño para quien emprendiera su búsqueda, fuese incluso un halcón de poderosa vista.
Echadas las cartas sobre la mesa el datero se dispone a completar la fábula.
El halcón barrió el piso con sus alas hasta que de debajo de un terrón se desprendió el gusano.
-Te pillé, exclamó Falcón.
-Así es, cíclope amado, rey de las tinieblas, protegido de los dioses, mas Nadie me da una idea de cómo sacarte el ojo.
-¿Y se puede saber qué idea te ha dado Nadie?
-No tengo la menor idea.
El cíclope Falcón lo devoró en un segundo y quedó con hambre. Lamentó no ser como los gatos, que juegan un buen rato con su presa para pasar el tiempo. Así pensaba, solo en su guarida, rumiando su suerte, hasta que le dio sueño y se echó a dormir.
Moraleja: por débil que parezca el poderoso, sigue siendo poderoso y le echará el lazo al primer gusano que se cruce en su camino, pero eso no le aliviará su apetito.

viernes, 6 de marzo de 2009

El gorrión y el mirlo

Un gorrión fue a protestar a la rama del mirlo. Le dijo que venía a desafiarlo por infeliz, malnacido y traidor, pues cómo se le ocurría haber tenido sexo a escondidas con su esposa. El mirlo lo miró, extrañado, y le respondió con la tranquilidad de quien es realmente inocente de una acusación como esa. Le dijo en efecto que era inocente y que a otro perro con ese hueso. El gorrión, que iba decidido a todo, sacó una foto en la que aparecía su nido y dentro de él un mirlito entre cuatro gorrioncillos, los cinco con el pico abierto pidiendo gusanos. El mirlo se acercó a mirar la foto, reconoció a su retoño y exclamó, orgulloso: ¡hijo de tigre!
El gorrión interpretó la reacción del mirlo como una muestra de sarcasmo. Se le nubló la vista al escuchar sus palabras y se le fue encima, pero el mirlo lo paró en seco y le dijo: has de saber que ese hijo es mío y de mi propia esposa. Y si está en tu nido se debe a que nosotros no tuvimos tiempo de fabricar uno, pues como ya lo habrás adivinado, a nosotros nos encanta trinar y gozar de la vida y pensamos que después de todo, para eso están ustedes, los gorriones.
El gorrión, que era de corto entendimiento, insistía en la traición y lo retó a duelo. El duelo se llevó a cabo al clarear al alba. Fueron testigos del gorrión la culebra y el gato; del mirlo el gavilán y el zorro. Juez fue nombrado el perro. Éste último los hizo avanzar en sentido contrario por el prado, pero antes de ordenarles que se dieran vuelta y dispararan les guiñó el ojo a los testigos y éstos en un dos por tres se echaron al buche a los duelistas.