jueves, 20 de marzo de 2008

La gallina de los huevos de oro

En un caserío ubicado cerca de Coltauco, presumiblemente debido a la aplicación en árboles frutales de un desinfectante prohibido, una gallina letrada comenzó a poner huevos de oro, nunca se supo si por culpa de ella o del gallo o de ambos. Al darse cuenta de su desgracia se llenó de miedo y redobló su discreción, que ya entonces era ejemplar, tanto así que en aquella vivienda y sus alrededores era conocida como Ernestina, la muda. Lo que hizo fue esconder los huevos en un rincón del gallinero, bajo un montón de paja. Por las noches le rogaba a San Francisco que la sanara, pero en la mañana al poner el huevo le volvía a salir de oro. El gallo se la pisaba con los ojos inyectados en sangre; la tenía de casera por alguna razón desconocida para la ciencia, no así para el instinto de la bestia de cresta colorada.
Ernestina se sabía la antigua fábula, que terminaba con una lección para el amo, no para la gallina. No era el destino trágico del plumífero lo que aquella vez le interesó destacar al autor, sino la codicia de su dueño. Como era muda, pero no tonta, dedujo que si continuaba escondiendo los huevos hasta que se mejorara tendría más posibilidades de vida que su antepasada mártir.
Una mañana entró la dueña de casa y le dijo, con estas mismas palabras:
-Ernestina. Ya no servís pa na.
Por la tarde llegó el marido de la siembra, cansado, hambriento. La mujer pelaba la gallina en agua hirviendo y al momento de limpiarle las tripas soltó un grito:
-¡Mira, Raúl, ven a mirarle la guata a la muda!
El hombre miró los huevos que aún permanecían adentro y exclamó, asombrado:
-¡Vieja, mataste la gallina de los huevos de oro!
Raúl y su mujer se fueron de hacha al gallinero y lo dieron vuelta hasta encontrar los huevos. Eran 25, de 24 kilates y excelente tamaño, más los que se alojaban en el vientre. En esos días el precio del oro estaba por las nubes. Fueron a la ciudad y los vendieron a magnífico precio. Con el dinero adquirieron tierras y obtuvieron ventajosos créditos para comprar maquinaria, animales y semillas. En menos de un año se transformaron en los agricultores más pudientes de la región.
Cada vez que los nuevos amigos le preguntaban a Raúl por el origen de su prosperidad les contestaba que su mujer había matado la gallina de los huevos de oro y se echaba a reír.
Moraleja: por angas o por mangas, la gallina de los huevos de oro sale perdiendo.

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