jueves, 20 de marzo de 2008

La sirena y el pez buzo

Antes de que se transformara en pez buzo, el pez buzo era un pez normal. Nadie sabe qué le atrajo de las profundidades, pues a muy pocos peces les atraen, quizás porque están poco preparados para ellas. El pez buzo no lo estaba, de allí que las primeras incursiones lo dejaron resollando. Como pudo se consiguió prestado un tanque de oxígeno y a los pocos días era de nuevo el mismo. Pero eso de las profundidades desconocidas le había quedado gustando. Sentía que en la oscuridad se establecía una conexión misteriosa entre él y el mundo; algo que ignoraba hasta ese momento. Pero intuyendo el peligro, las evitaba.
Años después el pez buzo se transformó en un vicioso de las zonas abisales. Conoció a los monstruos marinos, los identificó, los clasificó y terminó convirtiéndose en uno de ellos. Primero le llamó la atención un contorsionista de aleta transparente y boca de caballo llamado Bebú; más abajo pudo apreciar al Bacalao submarino, un bacalao de branquias adaptadas a las intensas presiones que se dan más allá de los 3 mil metros de profundidad. Aún más abajo, la Garza con peluca le fue muy obsequiosa durante meses, al igual que la Reina africana del Caribe, que no se cansaba de adularlo. La singular Misionera del rapaje quiso devorarlo de una dentellada luego de invitarlo a copular entre los restos de una fragata española, pero el pez buzo intuyó la trampa en el último segundo. Diente de choclo vivía en la más completa oscuridad pero se le figuró tedioso; no había mayor magia en su cuerpo decadente. Develado el misterio global, humanizados los extraños peces, el pez buzo entró en una etapa de desgano existencial. Sus incursiones se hicieron cada vez más espaciadas, pero aunque ya casi no le quedaba monstruo por conocer seguía insatisfecho.
El día final resolvió descender hasta el fondo, hasta la base del abismo, aunque ello le costara la vida. Lo hizo y conoció por primera vez el terror de la incertidumbre que genera el verdadero misterio, no el de los cuentos, sino el que nace en lo desconocido, se desarrolla entre sinrazones y desemboca en lo irreal. Fue entonces cuando apareció una sirena. Era tan hermosa que las aguas se abrían ante ella cuando avanzaba dentro del océano, produciendo resplandores lechosos que herían la vista del pez buzo, acostumbrado a las sombras perpetuas.
Se hizo a un lado y trató de evitarla, avergonzado de su condición, pero la sirena nadaba directamente hacia él. Lo tomó de la mano, se pegó a su cuerpo y ambos subieron a la superficie, el pez buzo enteramente entregado al poder de su belleza y de su amor.
Al contacto con el aire el pez buzo se hizo polvo. La sirena bajó a cazar a un nuevo condenado. Era el objetivo de su vida mitológica, pero no le gustaba tanto.

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