jueves, 28 de enero de 2010

Las comadres gallinas, el zorro, el buey y la mosca

Las comadres gallinas parloteaban en el corral de esos temas que suelen hablar las gallinas. Pasó el buey con el arado a cuestas y les advirtió: "Déjense de cacarear". Las gallinas no le hicieron caso. A la vuelta de la cuadra les advirtió de nuevo: "Déjense de cacarear, gallinas chismosas". Las comadres no se dieron por aludidas.
Al rato pasó el zorro y las aduló. Lo primero que les preguntó fue qué dieta estaban haciendo para verse tan delgadas; lo segundo, que bálsamo se echaban para acentuar el brillo de sus plumas. Las gallinas lo miraron, sorprendidas. Una se fijó en sus ojos penetrantes, la otra en su espeso pelaje.
Cuando el buey pasó de nuevo encontró al zorro en el corral, limpiándose los colmillos.
-¿Qué se hicieron las dos comadres chismosas? -le preguntó.
-Oí tu consejo y lo puse en práctica, sociate. Y las comadres dejaron de cacarear -le respondió el astuto animal.
La mosca, ofuscada, gritó desde el cacho del buey:
-Vamos arando y menos conversa.
El buey no la tomó en cuenta y le habló al zorro:
-No me ayude tanto, compadre.
Moraleja: las fábulas podrán servir para cualquier cosa, menos para cambiar la conducta de los animales. Cada cual se hace el que aprende de ellas, pero lo que busca de verdad es reafirmar su naturaleza.

lunes, 18 de enero de 2010

La lechuza y las luciérnagas

A causa de su eterno insomnio, una lechuza asistió al singular espectáculo que protagonizaron miles de luciérnagas en el bosque. Cada una de ellas tenía el rostro de un dios, de un hada, de un ángel, de un demonio, y al fundirse alumbraban el sendero. Parecían filamentos que se revolvían en un remolino o se dispersaban, como el vuelo de las golondrinas.
Ver en el mismo lugar y al mismo tiempo a San Gabriel, al Minotauro, a Leda, Huitzilopochtl, Luzbel, Vishnú, Shamash, Odín, Marte, Alá, Cupido, Isis, Elohim y centenares de cabecitas luminosas que danzaban al compás de la música de las esferas sobrecogió a la pobre ave, que se tapó los ojos de espanto. Pero el revoloteo no la dejaba en paz, de modo que en un acto irracional se echó a volar y les salió al encuentro.
Quiénes son ustedes, qué luz es la que dan, déjenme en paz, por favor -les imploró, desesperada.
Las luciérnagas le respondieron a coro:
Somos los sueños del hombre.