jueves, 20 de marzo de 2008

El cervatillo en el palacio de cristal

Maravillado ante el espectáculo que presenciaban sus ojos, el cervatillo fue corriendo a contar lo visto a los demás animales del bosque:
-¡Me encontré un palacio de cristal! ¡Abrí la puerta y lo vi entero! ¡No hay cosa igual en el mundo! ¡Vengan conmigo, acompáñenme, yo les mostraré!
Las bestias siguieron haciendo cada una lo suyo. La lechuza reclamó con voz ininteligible, porque le interrumpían su merecido descanso. El ratón paró la oreja y al instante siguió royendo una pera podrida, cerca del arroyo. La trucha saltó a cazar un mosquito y se hundió de nuevo con la presa pataleando entre sus dientecillos, el oso lo miró con ojos de sueño y bostezó; en fin, cada animal estaba preocupado de sus propios negocios. El cervatillo cayó en el desánimo.
Sólo fue escuchado por el viejo y pequeño orangután, a quien todos tenían por versado, prudente y hábil (su oficio era su orgullo y su razón de vivir). El mono lo llamó a su bufete y le previno:
-Pequeño ciervo, hijo mío, tú no tienes por qué saberlo, pero ese palacio de cristal que has descubierto es un patrimonio del bosque. Existe desde antes de que tus abuelos nacieran y aquí todos lo han visto y revisto. Si deseas contarnos algo verdaderamente nuevo, ve por el mundo y regresa entrada la madurez. Tal vez entonces te prestemos atención.
El cervatillo bajó la vista y volvió al palacio. Estuvo allí toda la tarde. Por la noche regresó y le narró la experiencia vivida a su padre, con lujo de detalles. El ciervo se enterneció al recordar a través de sus inocentes imágenes las bellezas olvidadas de la arquitectura de cristal. Le dio las buenas noches con un beso y el cervatillo se durmió.
Hay quienes se precian de conocerlo todo. Ésos merecen que los muelan a palos, pero son de temer.

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