sábado, 9 de mayo de 2020

El nimbo y las cuatro nubes

Una nube corría a paso lento; tenía su gracia, pero la verdad es que pasaba inadvertida. A medio andar se separó en cuatro, conservando siempre su tamaño. Las tres nubes que iban detrás de ella no tardaron en igualarla y hasta en superarla, ganándose las cuatro a fuerza de trabajo un discreto sitio en un costado de la bóveda celeste.
Emergió del sur un arquetipo de la raza que se adueñó del cielo. Sus formas majestuosas y cambiantes provocaron admiración y envidia y pronto no hubo nube que no hablara sino de él. El nimbo aterrador y bello probó el néctar de la dulzura que resultó de opacar a todo lo demás; supo lo que se sentía cuando le iban abriendo el firmamento, conoció el éxito emanado de su esencia y gozó la alegría de verter su alma. Tanto bien le robó sus sueños, los mismos que cuidaban con candor las cuatro nubes, que no eran más que eso, una mezcla de vapores y delirios; en un momento el nimbo descargó su furia y durante cuarenta días y cuarenta noches arrojó a la tierra lluvia, truenos, rayos y relámpagos.
Cuando se hizo nada dejó en las demás nubes su recuerdo de tormentas.

lunes, 10 de febrero de 2020

La hormiga Edelia, su hermana Juanita y el niño

Edelia era una hormiguita hacendosa; desde niña trabajaba sin chistar y aprendía de los mayores. Su hermana chica se llamaba Juanita y salió antojadiza y remolona, sin que ello significara un calvario para la colonia, pues su carácter se equilibraba con creces gracias a su vivacidad y simpatía. De todos modos sus avatares eran para Edelia una carga doble, pues debía acompañarla siempre a todas partes; así se lo habían ordenado.
Una mañana calurosa de verano las pilló a las dos recolectando miguitas. Edelia se echó una grandota en la espalda y regresó al hormiguero; en el camino Juanita intentaba botársela para darse un banquetazo allí mismo. En el tira y afloja Edelia percibió una luz inusual. Miró al cielo y vio algo increíble: el ojo gigante de un niño a través de un cristal. Al momento sintió un calor insoportable. ¡Corre, Juanita!, le gritó a su hermana, pero ya era tarde.
El brillo del sol, aumentado por la lupa que manejaba el niño, las hizo humo en un segundo.

viernes, 31 de enero de 2020

El circo de los animales filosofa sobre la imperfección del reino

Antes de que empezaran los incendios en el bosque reunió el búho a todos los animales. Las cacatúas le habían informado sin excesiva discreción que cundía el desaliento y la rabia entre las diversas especies.
La sesión se abrió a las 9:30 pasado meridiano, en segunda citación. Ofreció la palabra el búho y la rinoceronta hizo de secretaria de actas; los animales fueron descargando sus pesares. Pronto le quedó clara al convocante la naturaleza de la desazón: cada cual se quejaba de lo que carecía. El temible león, por citar un ejemplo, afirmó con conocimiento de causa que jamás había logrado nadar bajo el agua, aunque intentos no le faltaron, pero eso era lo de menos, ya que lo que últimamente le quitaba el sueño era constatar que las leonas comenzaban a desobedecerle. Dijo la serpiente que le faltaba fuerza para enroscar un elefante, y dijo el elefante que los ratones lo dejaban en ridículo. La gallina elevó severa protesta por haber nacido con cabeza de pollo y el perro se confesó incómodo ante los versos de Neruda que lo definían como un león desorientado, no sin antes subrayar que no tenía nada personal contra el poeta. El gato declaró que el agua de la lluvia le provocaba sentimientos encontrados y que se le atascaban en la garganta las plumas de los pájaros. La merluza admitió haber soñado noches enteras con la transparencia del aire y el águila insistió en la injusticia de vivir tan arriba del cielo, tan lejos de la comidilla que por las tardes armaban las comadrejas alrededor del brasero. La araña, la mosca y el escorpión expresaron su disgusto frente a la calidad de su veneno o la fragilidad de sus alas; en fin, todo aquel que pudo hablar elevó su reclamo. 
Para cerrar la reunión, el búho la ofreció la palabra al cernícalo, quien se las daba de filósofo, y esto dijo:
"Admirado búho, queridas animalas, animalos y animales. Se habrán dado cuenta de que la unanimidad de las protestas vertidas durante esta amable reunión aluden a la imperfección de nuestros esqueletos y a la imperfección del bosque. Nadie está perfectamente hecho, de modo que remediar tal asunto supone una misión titánica, aunque no seré yo el que tiraré para la cola, si llega el momento de afrontar tal desafío..."
Hubo un silencio embarazoso. "Eso no nos deja contentos", murmuró la comadreja, a la que no le daban más los sesos que para ese lamento. "El cernícalo quiere sacar las castañas con la mano del gato", susurró el puercoespín. "Yo tengo un discurso mejor que ese, matemos entre todos al león y se acaba el cuento", tanteó el arrastrado cocodrilo, que al fin sacaba a flote la envidia por el melenudo rey que se incubaba en su alma. "Prudencia y firmeza ante los cantos de sirena, hermanos míos", musitó la paloma, y nadie la escuchó.    
El búho reparó en que la asamblea tendría para toda la noche si seguía dando la palabra, mientras sus garras le recordaban que la tarea de cazar entraba a su mejor momento. Le hizo un guiño imperceptible al loro patero, el loro voló al estrado, el búho le cuchicheó, el loro le hizo una reverencia y retornó a su rama.
"El loro me trae una lamentable noticia: ha fallecido el gusano", dijo el búho.
"¡No puede ser! Ayer no más lo vi y estaba sano", protestó el topo.
"Se atragantó con un terrón y estiró la pata, de modo que en señal de duelo se suspende la sesión. Anote, secretaria", le respondió el búho y se echó a volar.

jueves, 23 de enero de 2020

Soliloquio del lobo aletargado

Yo fui antes un lobo aletargado, satisfacción malévola, demonio reciclable, un caballo muerto en el establo.
Pero vivió el hombre una época de histórica sequía. Esto no se trata de árboles ni plantas ni arroyos ni esteros, ni de la utopía de la nube cargada de agua ni de la nube vacía como teta de vieja. Se trata de alimañas.
Sedientas de rencor contra el propósito del Supremo Hacedor, una a una fueron saliendo las fieras de sus escondrijos para devorarse entre ellas.
El hombre se acobardó; quiso esconderse en su refugio y las bestias se tomaron el mundo.
Eso me llevó a atreverme. El cielo estaba rojo, un resplandor iluminó hasta el fondo las paredes de la cueva. Asomé una pata; mi hocico tanteó el aire, la temperatura del ambiente, la humedad.
Corrí furioso, con los ojos inyectados de sangre. Imprudentes enemigos me salían al paso y oliendo el peligro los desairé; corría de frente, insensible ante el poder menguado de mis garras y mis dientes babosos, resollando, casi puro cuero y esqueleto. Al llegar a los pies del monte deposité la víscera. Allí quedó hecha sustancia, palpitando; cuando cayó la noche las luciérnagas le hicieron compañía.