martes, 31 de agosto de 2010

El corazón, el cerebro y el sexo

Tres compañeros caminaban por la arena del desierto; el sol estaba en su cénit.
-Guardémonos bajo las piedras y salgamos al atardecer -aconsejó el cerebro.
-Tú razonas bien, pero yo no puedo esperar, menos aún con el calor que me gobierna. Debo cazar algo ahora mismo, pues me anima un intenso deseo que desestabiliza mi ser. Lo satisfago y enseguida te acompaño -le contestó el sexo.
-¡Carne débil! ¡Psique cautelosa! Una vez emprendido el camino, jamás doy marcha atrás -dijo el corazón.
Separado el trío, el sexo cazó a su presa pero se consumió en la arena y sus tripas fueron devoradas por los buitres. El corazón cayó bajo su suplicio dorado antes de llegar a destino; se llenó de gloria y su travesía ha dado origen a un sinnúmero de libros. Fue sepultado con honores. En cuanto al cerebro, salió efectivamente al atardecer y se encontró con un paisaje agradable de temperatura, mas difuso, ensombrecido. Gozó de breves momentos entre las siluetas fantasmales de los cactus y cuando el frío se hizo insoportable debió retornar a su piedra.

martes, 24 de agosto de 2010

La rata y el halcón

Dos elefantes se daban trompadas. Los vio del cielo un halcón con una rata atrapada entre sus garras.
-Me carga escuchar peleas a la hora de comer, se quejó en voz alta. La rata, ingeniosa por apuro, no por vocación, le sugirió una idea.
-Déjame en el suelo y verás cómo terminan su disputa. Entonces me vuelves a recoger.
-Me cargan las peleas, repetía el halcón.
-Bueno, qué dices.
Con la mente en su obsesión el halcón soltó a la rata. Apenas el bicho puso sus patitas en la tierra los elefantes tomaron las de Villadiego. Uno arrancó hacia el sur, el otro hacia el norte y la rata a su agujero.
El halcón no paraba de quejarse:
-Me cargan las peleas, ya no se puede comer tranquilo acá.

lunes, 9 de agosto de 2010

El gato y Jesucristo

Hubo en los suburbios de la selva un gato que ideó una trampa para perpetuar su nombre. Consistía en sumar méritos para hacerse imprescindible. Por dar unos pocos ejemplos de su ciencia, cazaba ratones sin dejar huellas de sangre, jugueteaba con la agilidad de un bailarín y hasta aprendió a tocar el ukelele. Cumplida la primera parte de su plan venía la segunda: de un día para otro el gato abandonaba a la gata que se había obnubilado con sus gracias y se retiraba del mundo para dedicarse únicamente al ukelele. En eso se parecía un poco a Wakefield y a otros que yo conozco. Luego de pasado un tiempo, cuando advertía que los rasgos de su figura aminoraban en la tela del recuerdo, volvía para hacerse querer con una soltura de cuerpo impresionante.
Llamado a declarar, el búho lo declaró inocente e incluso destacó en el fallo su arte musical.
Pero el gato vivía una contradicción vital, en su fuero interno. Lo que hacía tenía como destino una farsa, eso lo sabía de antemano, pero no conociendo otro sistema, o estando ya tan habituado al suyo, terminaba cayendo en su propia trampa.
El búho lo había absuelto, mas precisaba una condena.
Pasó Jesucristo por la selva y el gato se echó a sus pies antes que nadie. Jesucristo se ofuscó:
-Por qué me molestas.
El gato se le abrazó a las rodillas. Jesucristo le insistió:
-Ando apurado. Qué se te ofrece.
Dijo el gato:
-Condenadme, Señor. Una palabra tuya bastará.
Jesucristo dijo:
-Bueno, ya -y se fue, haciendo una cosa rara con los brazos.
El gato quedó metido.

jueves, 5 de agosto de 2010

El Sol les concede la palabra a los planetas

El Sol convocó a los planetas y les dijo: hablen ahora o callen para siempre. Los planetas se vieron sorprendidos por el llamado de su rey y al principio no hallaron qué hacer, mas pronto se ordenaron y conformaron grupos, no necesariamente amistosos.
Venus llamó a Mercurio, pero el pequeñito arrancó de susto y se perdió en la inmensidad. Mercurio era un espécimen influenciable, solo tenía ojos para el Sol y otro cuerpo lo volvía irascible. Pensaba así: "El universo soy Yo y esa Luz", porque según su forma de ver las cosas todo lo demás era mera comparsa.
Ante lo que interpretó como un desprecio, Venus se dio la vuelta y fijó sus ojos en la Tierra, que en ese momento contemplaba hipnotizada a Marte.
Sintió la Tierra el canto de sirena proveniente del lugar donde vienen los rayos del Sol y giró la vista. Descubrió las bellas formas del planeta y, extasiada, ya no miró a nadie más. Poco le duró la emoción: no bien oyó el carraspeo de Marte a sus espaldas se armó de valor y se dispuso a la batalla. Marte y Venus se mofaron de ella mediante señas y la bautizaron "La veleidosa", aunque no se lo dijeron.
Bien lejos de ese drama, Júpiter aprovechó el momento concedido por el Sol y con su grave voz impelió a Saturno a desprenderse de sus anillos para que ambos se abocaran de una vez por todas al tema de cómo derrocar al astro rey. "De acuerdo estoy con sus planes, Maestro, mas no me pida renegar de mi personalidad para llevarlos a cabo, ya que sin mis preciadas argollas sólo me convertiría en su sombra", argumentó Saturno. Júpiter lanzó unos exabruptos y volvió a sus estudios.
Urano y Neptuno hablaron a tientas en su mundo de hielo y de tinieblas. De lo que se dijeron ambos nadie se enteró y así sus palabras, que pudieron tornarse inmortales, pasaron a ser intrascendentes.
Casi al borde del sistema, Plutón soltó un chillido.
-No te metas en peleas de perros grandes -lo reconvino el Sol.

miércoles, 4 de agosto de 2010

El lobo y el perro siberiano

El perro siberiano miraba en menos a los demás canes. Íntimamente se sentía superior a ellos por tener los ojos azules.
Rumbo a Siberia trotaba con sus compañeros de raza. La nieve iba cubriendo su pelaje al mismo tiempo que se derretía por el calor que le venía de la piel, de más adentro, de la sangre ardiente del perro siberiano. El trineo comandado por el hombre resplandecía en el silencio del paisaje y dejaba un surco que la nieve borraba en pocos minutos.
En lo más profundo de la tundra los acechaba el lobo, agazapado. Al verlos pasar giró sobre sí mismo y cuando se sintió seguro los persiguió desde lejos, hasta que el trineo dobló una curva y los dejó de ver.
El aullido del lobo se unió a otro surgido en desconocida zona y a otro más, y el lamento triplicado le heló la sangre al conductor. Azuzó a sus animales y los perros siberianos redoblaron la marcha.
En la cabaña los esperaba Olga, con una sopa humeante de huesos de cerdo.
Jamás habrían de llegar.

El lobo y el perro siberiano. Una interpretación

Vaga el hombre
Confiado de los hechos
Rumbo a la esperanza
No repara en que la necesidad
Lo despojará de la vida