jueves, 9 de septiembre de 2010

Los dos lobos y el cordero

Disputándose un cordero, dos lobos se dieron muerte a dentelladas; en el Más Allá se culpaban mutuamente, sin darse cuenta de su nueva realidad.
Te insisto en que yo lo vi primero, amigo mío.
Te equivocas, noble compañero, esta oreja de la víctima es la mejor prueba que desmiente tus palabras.
Si así fuese, qué hace entonces la otra oreja en mi garganta.
Te ha motivado la rabia y la crueldad, no era necesario intervenir si la presa ya era mía.
Eres persuasivo, mas tus argumentos no le hacen mella a mi razón, actúas como aquel que niega a Dios solamente por no verlo.
Estás temblando de rabia y contención, si por ti fuera también me despedazas a mí para sacarle más provecho al filo de tus dientes.
El valle oscureció, hubo que hacer una fogata. Los dos lobos seguían discutiendo sobre el cadáver del cordero, que ya despedía mal olor, al igual que ellos mismos.
Como gran cosa te concedería un muslo.
Obras como aquellos que se las dan de generosos regalando lo ajeno.
Veo que no le entran balas a tu espíritu agobiado por la frustración de la derrota.
Este fuego tiene un destino para mí solito.
No trataré de convencerte, porque al alma caída no se le convence con nada.
El cordero sacaba tiernos lamentos de sus tripas infectas. Oh, hermanos míos, les rogaba, comprensible parece que la carne escondida bajo mi lana despertara vuestro apetito en el monte, pero eso aquí no es justo.
Las bestias no tenían oídos para los restos del pobre animalillo; eran cadáveres descompuestos que se daban el abrazo del oso sobre el asqueroso borrego mutilado, quien pagaba sus pecados junto a ellas.
Pasaron muchos años; el cordero se hizo polvo y los lobos también.
Cuando en ciertas noches arrecia sobre la faz de la tierra un ventarrón nauseabundo acompañado del canto de una brisa débil que huele a materia descompuesta y anuncia la esperanza, es que los tres seres han reaparecido de las tinieblas para recrear su drama.

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