miércoles, 22 de septiembre de 2010

El pájaro maldito

Más allá, donde la selva no halla superficie, tierra donde asentarse y se disuelve o se derrite; más allá, donde el futuro es un chiste surrealista inventado por un grupo de enanos que alegran la fiesta. Más allá o en esa circunstancia, allí donde debiera haber razón, allí fue a dar el pájaro maldito no admitido en secta alguna de la tierra.
Se sentía ahogado, deseoso de expresarse, mas, ¿quién lo iba a atender? ¿En nombre de qué nobleza habría de ser bien recibido? Sí tuvo alas, pero allí no le servían, mejor dicho, alas no tenía ya.
De modo que qué hago ahora. Idea, gritaré.
¡Eh! ¡Llegué! ¡Ya estoy aquí!
Vano intento de expiación, el despojo. Allí el pájaro maldito es considerado menos que nada, si es que es considerado.
Al menos si mi alma volviese a la naturaleza.
Se internó en un valle fragante de luces primaverales que enrojecen el rostro, anduvo entre un follaje sin raíces, le costaba dar un paso, un solo paso equivalía a una tarde entera de aquellas que aún recordaba. Miró hacia el cielo; también le costó. Y en vez de cielo vio copas de árboles sin troncos, hojas caducas y perennes, hojas donde cabría enrollado un elefante, perfectamente. Había de qué desesperarse. ¡Si se hubiese inclinado, hundido bajo el agua evaporada que tocaban las plantas de sus patas!
En cambio, prosiguió su investigación forzada. El día resultaba eterno, las flores se movían sin emitir un solo ruido y de pronto emergieron búfalos bañados en oro de 24 kilates y la cortina se cerró tras ellos y el pájaro maldito volvió a quedar solo, rodeado ahora de barras horizontales de adobe del tamaño de carros de tren que no podían ser rodeadas, porque a cada paso que avanzaba las barras se expandían al doble de su tamaño original.
Poco y nada que hacer.
Eso lo aprendió cuando volvió a ladear la cabeza.

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