sábado, 26 de septiembre de 2009

La liebre y su fantasma

Bajo el cielo estrellado sin luna, la liebre corría por el cerro cuando un movimiento brusco detrás del matorral casi le provoca un ataque al corazón. Agazapada entre la hierba abrió los ojos para descubrir dónde estaba el enemigo y de quién se trataba, si de una zorra o un sabueso. Al principio no vio nada, mas no tardó en descubrirse la figura de un fantasma que revoloteaba entre las ramas. Era un fantasma bastante peculiar, diríase que no nacido -puesto que los fantasmas, como los animales, también nacen, viven y mueren- decíamos que no nacido para hacer daño ni asustar sino para juzgar a quien lo viera. Eso entendió la liebre pues la forma alargada, de largas orejas y vacías cuencas, vestía toga y birrete.
-A qué quiere usté.
(El fantasma ideaba la mejor respuesta).
-A qué quiere usté de mí.
(El fantasma, vivamente impresionado por el modo de hablar de la liebre, no acertaba a responder).
-A que si usté me quiere comer salgo arrancando.
(El fantasma estaba a punto de largarse a reír).
-A que si no dice nada me asusto no me asusto.
(El fantasma abrió la toga y dejó a la vista su triste figura).
-No es nadien no es nadien -tiritaba la liebre de terror.
El fantasma la encerró en su capa y dentro de ella, los dos solos (ya no había mundo) así le dijo:
"Devuelvo lo que se me da".

miércoles, 16 de septiembre de 2009

El gallo y el león

Acudió el gallo a la casa del león, pero no tocó a su puerta. Con una dosis de respeto y otra más sana de temor le habló por la ventana. El rey lo invitó a entrar, pero el gallo, al que algo de sensatez le quedaba, declinó.
-No soy digno de entrar a tu morada -le admitió-, mas una sola palabra tuya me podría aclarar las cosas.
El león se rió ante la cristiana ocurrencia de su súbdito.
-Dime pues, príncipe del gallinero, algo de tiempo me queda antes de almorzar.
Al gallo se le pararon las plumas.
-Muy cortito -dijo-. Sólo quiero saber cómo lo haces para vivir rodeado de leonas que te adoran y yo, en cambio, persigo el día entero a mis gallinas y al final me las tengo que pisar por la fuerza.
-Lo que tú deseas conocer es el secreto de la conquista -dijo el león, y se dispuso a contárselo, porque le había caído bien el plumífero fantoche.
"Reside este secreto en la renuncia a la conquista; esto es, en la ausencia de ambición. En la conquista vale más el desprendimiento y el afecto desinteresado que la estrategia planificada, diría perversamente ideada. La contradicción que implica esta conducta es que al declinar hacerme del otro, ese otro se me entrega mansamente pero yo no lo deseo, en consecuencia es una conquista falta de fiebre y de pasión, demasiado dulce. Tu forma de conquistar, en cambio, plena de fuerza, evidente, deja un sabor amargo en la garganta. Si quieres ser como yo, deja de desear y serás deseado. Pero yo te aconsejo que sigas siendo tú", habló el león.
-Qué bueno y noble eres -dijo el gallo-, me habían dicho lo contrario.
Entregado por completo a las románticas fragancias que aún se desprendían de su discurso, el gallo terminó por aceptar la invitación del león y entró a su casa. El rey de la selva se lo tragó de un bocado.

viernes, 11 de septiembre de 2009

El árbol que se sucede a sí mismo y la fatalidad de los buitres

Muchos animales intentan imitar el destino del árbol que se sucede a sí mismo, pero pocos lo logran y los que pueden hacerlo sólo consiguen remedar su arte. La culebra apenas renueva la piel, la lagartija estrena nueva cola, la oruga se convierte en mariposa, el renacuajo en rana, hasta un hombre hay que derivó en cucaracha, pero sucederse a sí mismo como el árbol, nadie. Porque el árbol ha sido siempre árbol, mas cada año renace; es otro y él mismo.
Salvo una colonia de buitres trashumantes que pasan sin mirar, buscando la carroña, con el tono y la majestad extraviada de los monjes de una secta medieval, ante el árbol se prosternan los animales de la selva al despuntar la primavera. Durante varios días guardan vigilia hasta que de los brotes del tronco rugoso surgen las primeras flores, luego las verdes hojas y el árbol se sucede a sí mismo, diríase no igual sino mejor que la pasada vez. Entonces, antes de que cada bicho se retire a su agujero a continuar con los vaivenes de sus vidas, el árbol habla.
El mundo es riqueza, hay alimento para todos y no es necesario que se coman unos a otros, les propone. Escucha, humilde gorrión, ¿te son tan imperiosas las lombrices? Y tú, amado tigre, que piensas que vuestra fama reside en el goce del sabor de la carne de la cebra, no te engañes. Y tú, cocodrilo, ¿no te cansas de dar zarpazos escondido en las riberas? Yo a nadie le hago daño, vivo de la luz y del agua y me sucedo a mí mismo. Y no es éste un sermón que nazca de la vanidad; no hay soberbia en la buena experiencia y los buenos deseos. Querer que los demás sean como uno no es mirarse el ombligo, si se vive la dicha de la propia realidad. Le temo al leñador, le temo al rayo, estoy en sus manos, y aun así soy feliz. Si aprenden un poco de mí también podrán rozar algún día esta sensación de serenidad y conformismo.
Todos lo escuchan y prometen ser mejores, sobre todo los más débiles, que son los más necesitados. Ayunan varios días hasta quedar en los huesos, como el profeta Elías, pero luego cunde la resignación y la selva vuelve a su orden natural.
Aún más: el lamento de los buitres, que en fila india marchan a lo lejos, ensombrece la influencia y el latido bienhechor del padre vegetal: "Tampoco hacemos daño alguno, vivimos de la repugnancia de la muerte, y no somos felices", se oye al coro.

jueves, 10 de septiembre de 2009

El visionario de Ahrmzam

Para que fuese confirmada la existencia de Ahrmzam debió existir un visionario de Ahrmzam. Y así fue. Se le llamó, por darle un nombre, Trébol Cuatro-Hojas. A diferencia de sus miles de compañeros del campo, que vivían aterrados y paralizados ante la posibilidad de sentir el aliento de la vaca, Trébol Cuatro-Hojas transformaba su miedo en visiones.
No es que se desplazara de un lado a otro, porque no podía hacerlo. Al igual que los demás, vivía atado a la tierra y hasta que la vaca no le expresara en la cara su apetito, como tarde o temprano lo haría, no tendría otro horizonte que el de millones de hojas, las de sus hermanos, y sobre ellas, el de frondosos robles y abetos, y sobre ellos, el de las nubes pasajeras.
Ah, la dulce vaca, que devoraba sin parar con los ojos entrecerrados y una expresión de bondad, haciendo sonar la campanilla.
Una noche en que todos dormían, Trébol vio al monstruo invisible. Tenía dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas. Se tumbó en la hierba -sobre él y sus hermanos- y los aplastó con furia. Bramaba y profería incoherencias, a veces con una voz cavernosa, a veces con tiernos quejidos. Trébol cerró los ojos y esperó lo peor, pero al cabo de un rato Ahrmzam se levantó, se separó en dos y se fue, lentamente, hasta perderse en las sombras nocturnas.
Al amanecer, Trébol contó lo visto. Vinieron las jirafas investigadoras y certificaron la visión. Aislaron el perímetro, se llevaron el pedazo de tierra y pasto y le reservaron el mejor espacio del Museo de la Selva. Al visionario lo instalaron en un lindo macetero bajo al sol y lo regaron con agua de manantial durante toda la primavera y el verano, hasta que bien entrado el otoño expiró.

martes, 8 de septiembre de 2009

Ahrmzam

Ahrmzam fue un animal invisible que vivió en el fondo de la selva. Se creó toda una institución para investigarlo, pero aquellos que se adentraron en ese fondo, nunca volvieron. Por orden de desaparición se contaron dos camellos, cuatro perros, tres hienas, un elefante, una brigada de hormigas, dos huevos de serpiente que llevó como ofrenda un águila (también desaparecida) y como si fuera poco, un tigre.
Ahrmzam los devoró, se presume, pues si no retornaron es que les ocurrió lo peor. Al menos si hubiese vuelto uno solo las cosas serían diferentes; algo se sabría. Mas todo se ignora a este respecto.
Decir que Ahrmzam fue un fantasma es poco decir. Ciertos animales recelosos especularon en su momento con que se trataba de un invento que usaban los traidores a la patria, los que huían, los que renegaron de su propio territorio. Hoy, que todo ha cambiado, Ahrmzam se convirtió en materia de colegio, en cuento nocturno para asustar conejitos.
Ahrmzam nunca tuvo el privilegio -o la desgracia- de ser y quienes vieron rodar su cabeza y la sangre coagulada de su cuello, o son unos mentirosos o padecen de una patología fantasiosa.
Porque los hechos son los siguientes: Ahrmzam fue un animal invisible cuya única prueba de vida, blindada y custodiada, se halla en el Museo de la Selva. Nótese: se está hablando de museo, no de altar de iglesia. La prueba es una simple extensión de tierra y pasto seco hundido por la forma de un peso irregular, algo curvo, más largo que ancho, que descansó -sin duda alguna, los resultados de las investigaciones no mienten- sobre esa superficie varios meses.

lunes, 7 de septiembre de 2009

El cancerbero, el dinosaurio y los bueyes

Dormitaba el cancerbero a la entrada del infierno cuando se le arrancó un tiranosaurio. Corrió a saltitos con la cola entre las garras, para no despertarlo, salió de la cueva, abandonó nadando la isla de los muertos y se metió a la selva. Los animales, aterrorizados, no hallaban qué hacer, aunque los que alcanzaron a esconderse lo hicieron.
-¿Viste eso? -preguntó el gusano.
-Exactamente -respondió la lombriz.
-¿Qué sería?
-No tengo la menor idea.
Sobre ellos se sintieron temblores intensos surgidos en la superficie, no en el centro de la tierra: el tiranosaurio caminaba buscando comida y la encontró. Lo que se moviera, fuese animal o rama de árbol, terminó en sus fauces. Los elefantes entraron como hot dogs; qué decir de la culebra y el mono.
El león, que ya no era el rey, llamó a asamblea. Los animales, sin excepción, culparon del desaguisado al cancerbero y por tal motivo enviaron un telegrama a Zeus, que era el único dios al que el custodio del infierno hacía caso. El telegrama decía así:
"Venerado padre STOP dios entre los dioses STOP hijo de cronos STOP alúmbrenos tu rayo STOP humildes animales informan STOP Cancerbero dejar escapar cosa fea STOP Favor solucionar problema STOP Holocausto cien bueyes flexípedes STOP La selva arrodillada".
Zeus leyó el telegrama y se indignó con el can irresponsable, al que mandó llamar.
-Lee esto -le espetó- y explícame.
Cerbero leyó y respondió:
-Me estaría echando una cabezadita.
-¡Ve a buscar a ese bicho, animal, y devuélvelo al infierno!
El perro capturó al dinosaurio con un lazo y lo llevó de nuevo a la gruta subterránea. La bestia prehistórica entró de buena gana, porque no se hallaba en su elemento; todo le parecía extraño y contaminado. Cerbero casi no tuvo que ladrarle cuando lo volvió a encerrar.
La selva preparaba en tanto el sacrificio. Los bueyes comentaban:
-Otros dejan la embarrada, pero siempre pagamos nosotros.

jueves, 3 de septiembre de 2009

La mujer, el personal trainer y las dos tortugas

Una mujer de las de ahora llegó al gimnasio, se sacó la ropa, se puso otra y entró a una sala llena de máquinas. Eligió una y se largó a correr, pero no avanzaba. Luego de diez minutos se sentó en otra máquina y estiró las piernas. La vio de lejos el personal trainer y se le acercó. Le agarró los muslos; las piernas de la mujer se flectaron. La operación fue repetida varias veces.
Una hora después se encontraron en el camarín. El personal trainer cerró con llave y le olió el cuello y las axilas; la mujer se bajó los pantaloncitos y el hombre también. Se movían ambos, pegados uno al otro, hasta que dejaron de moverse. La mujer miró la hora y corrió al camarín de las mujeres a darse una ducha; lo mismo hizo el profesor en su propio camarín.
Diez minutos después la mujer salió apurada, se subió a un auto inmenso y voló al colegio a buscar a sus hijos.
Mientras esto sucedía, dos tortugas ocupaban la mañana charlando sin ninguna prisa acerca de la vida, el paso del tiempo y el amor en una tienda de mascotas. Una de las tortugas era superficial; la otra era juiciosa. La tortuga superficial le decía a la juiciosa cosas bastante superficiales; la juiciosa le respondía con frases juiciosas.
La moraleja queda como tarea para la casa.