miércoles, 28 de mayo de 2008

La hoja, el río y el sol

En plena primavera hubo un torbellino que arrancó las hojas recién nacidas de los árboles. Cayeron al río; era todo un espectáculo verlas navegar por las aguas cristalinas. El sol las admiraba que daba gusto desde el cielo.
Entre las hojas viajaba una llamada Perla. Durante el trayecto había escuchado que confluirían sin excepción en la cascada, de modo que su peregrinaje consistía en prepararse para el gran momento.
Una curva del río las dispuso a todas en ordenada fila; a lo lejos resonaba el rumor de la catarata, pavoroso. Perla vio como iban cayendo una a una al abismo y aquella escena que hacía crecer su emoción se le antojó un mero adorno de su show, pues, siendo una hoja de poco entendimiento, siempre imaginó aquel momento estelar como un show en el que las hojas -la comparsa- desempeñarían el papel de cuerpos graves en tanto ella -la star- sería cuerpo leve, sensaciones, recuerdos, pensamientos, alma y vida. Su caída habría de ser tan sublime que no podría darse sin una fanfarria de trompetas.
Cuando le llegó su hora miró al sol y... cayó. Mientras se mezclaba con la espuma furiosa alcanzó a ver a otras hojas iniciando su descenso.
El sol no disfrutó la caída de Perla. Ni siquiera se dio cuenta; era una más de tantas. El sol disfrutaba el conjunto.

lunes, 26 de mayo de 2008

El gusano y el zorzal

Un zorzal de alegre apetito torció el cuello en el prado, para escuchar el desplazamiento del gusano. Éste apenas avanzaba debajo de la tierra, y se lamentaba de ello.
-Qué vida de sacrificio y oscuridad, la que vivo; ojalá viniera una lluvia y me llevara a conocer el mundo de mis hermanos alados -pensaba.
En eso sintió un trueno terrible que lo sacó de la tierra y lo depositó en un santiamén en el pico del zorzal. Al segundo siguiente descendía al estómago del ave. Apenas alcanzó a ver la luz del sol cuando ya estaba de nuevo sumergido en las tinieblas.
-No es como me habían contado -pensó antes de ser disuelto por los ácidos-, en verdad prefiero mil veces mi hogar.

jueves, 22 de mayo de 2008

La memoria de papá elefante

Papá elefante recibió a sus hijos en su casa al pie de la montaña. Habían viajado de muy lejos para verlo y venían acompañados de sus mujeres y de sus propios retoños, los nietos y nietas de papá elefante. Se celebraba el día del padre y en todas las cuevas, guaridas, nidos de la selva se repetían reuniones similares.
Sentados a la mesa afloraron cálidos recuerdos. Se brindó por los ausentes y a papá elefante se le pasó un poco la mano con el vino. Durmió la siesta entre gritos y correrías de los elefantitos. Los más grandes de la familia hacían sobremesa y las elefantas lavaban la loza.
Al atardecer cada descendiente emprendió el regreso con los suyos. Papá elefante les echó monedas en los bolsillos a los pequeños, les regaló ricas tortas a las elefantas y les repartió discretamente sendos cheques a los hijos. A todos los salió a despedir a la puerta. Luego se recogió en su hogar a ver las noticias.
El hijo mayor había comprado a duras penas un Fiat 600 y en él retornaba a casa con su propia familia. Los tres elefantitos ocupaban los asientos traseros. Adelante, su mujer le metía conversación.
-¿Lo notaste más viejito? -le decía.
-Sí, un poco.
-Se ve acabado tu papá.
-Algo me fijé.
-Se le olvidan las cosas, cambia los recuerdos... ¡y esa historia de cuando se paraba en dos patas en el circo!... ¡ya me tiene aburrida!
-Me di cuenta.
Los diálogos en los demás autos no eran muy diferentes, de modo que no nos detendremos a desmenuzarlos. Lo importante es lo que sucedió en la casa de papá elefante.
Éste, luego de ver las noticias apagó el televisor y se sentó a reposar en su berger. Trataba de recordar y, en efecto, se le iban los recuerdos, se le mezclaban las imágenes. Su vida anterior le pareció de pronto fantástica, inventada o al menos, escindida de la actual. No puedo ser el mismo que de niño corría tras un volantín en las praderas del África, el mismo que de joven vivía al tres y al cuatro en una pensión de Ciudad del Cabo, el mismo que recorrió el mundo y le dio su vida al circo. Ésos eran otros siglos, otros elefantes, no era yo. He vivido demasiado y al menos cuatro o cinco de esas vidas fueron de sobra. Mi vida es ésta, mi única vida es ésta. Mis seres queridos se han ido y yo vivo solo, rodeado de comodidades, sin ganas de disfrutar nada de lo que tengo. Lo único que me atrae es ver las noticias y mi único deseo es morir lo más viejo que sea posible y sin dolor.
Así pensaba y así sentía.

martes, 20 de mayo de 2008

El murciélago y la mariposa

La mariposa entró a la escuela y lo primero que el profesor murciélago le enseñó fue que su vida anterior había sido muy entretenida. Al finalizar la clase le dio una tarea para la casa: dibuje sus estados.
Al día siguiente la mariposa llegó con un dibujo de sus cuatro estados: larva, oruga, crisálida y mariposa. El maestro le puso un siete y le dio una nueva tarea, más difícil: por qué la mariposa cambia de estados.
Al día siguiente la mariposa llegó con una composición que decía más o menos así: "Mi papá me dijo que todas las cosas cambian en el mundo, hasta las cosas muertas. Los cambios se producen por la necesidad de adaptación a la vida. Los hombres, de los que Dios nos aleje, cambian además las empresas que acometen y sus estructuras sociales por mero hastío, aburrimiento. Hacen bien una cosa pero cuando mejor le va a la cosa la cambian, la perfeccionan, sea un automóvil, una ley, una forma de educación, un programa de televisión, una sinfonía. Así, siempre da la impresión de que ellos mismos y las cosas que tenían antes eran equivocaciones y que cada día avanzan más y más por el camino de la perfección, que es interminable. Sin embargo, como los hombres también son nostálgicos crearon el sentimiento de lo clásico. Se regalan de vez en cuando unos momentos para soñar con el mundo perfecto y perdido. Mi papá me dijo". El profesor le puso un cinco coma cinco y le dio una nueva tarea: de qué se alimentan las mariposas y qué animales se alimentan de mariposas.
Al día siguiente la mariposa faltó a clases. El maestro salía a cada rato a la puerta a mirar si venía, con una servilleta alrededor del cuello. Se le hacía agua la boca y le sonaban las tripas.
Ha dispuesto el autor cuatro grandes moralejas para esta fábula:
Si la fortuna ha llegado a tu puerta, no la hagas esperar.
No confíes en aquellos que gustan de hacerse llamar maestros.
El buen padre se antepone a los riesgos que puedan correr sus hijos.
La insatisfacción humana nace de su sed de conocimiento.

jueves, 15 de mayo de 2008

El lobo estudioso y los tres chanchitos

Un lobo estudioso y viejo se halló de pronto ante tres chanchitos desobedientes, a los cuales se quiso comer. Conocía perfectamente el cuento infantil, de modo que se olvidó de los famosos soplidos y se concentró en el estudio de la casa sólida que los protegía de sus fauces. Disponía además de dos antecedentes previos. El primero, que eran desobedientes. El segundo, que uno de los tres era desconfiado y práctico: a ése había que apuntar.
Los planos le demostraron que se trataba de una morada indestructible: por ese camino iba mal. Las fotos le demostraron que los tres eran iguales. ¿Cómo descubrir al práctico?
Se desesperaba.
Un día tocó a la puerta vestido de cartero.
-Eche la carta por debajo de la puerta.
Un día fue a ofrecerles un seguro de vida que a la vez servía de cuenta de ahorro.
-Ya tenemos.
Disfrazado de mujer les ofreció placer a bajo costo.
-No eres nuestro tipo.
El práctico era un dictador. Pero los dos chanchos no protestaban porque eran bien alimentados y estaban a resguardo. ¿Qué hacer?
El lobo recurrió a su biblioteca; de pronto saltó de alegría. Había hallado la solución.
Al día siguiente amaneció frente a la casa de los tres chanchitos un lobo gigante con cuatro ruedas en las patas. Sobre su lomo, un cartel: "Homenaje del lobo del bosque a la victoria de los tres chanchitos". Práctico miró a todos los lados y les pidió a sus hermanos que entraran el trofeo y lo depositaran en el patio. Discurrió que de él se obtendría buena leña para la chimenea, piel para entibiar el piso y cubrir las camas y ruedas para jugar a los autitos. Dio inicio inmediato a la tarea. Al retirar la madera del vientre bajó de allí el lobo de verdad y se los comió.
Moraleja: más vale ser instruido que ser práctico.

martes, 13 de mayo de 2008

El búho y su hijito

La fábula que se narra a continuación no se parece a la que en su tiempo relató La Fontaine con maestría, y que no está de más recordar, para los que no la hayan leído. En síntesis, mamá búho le rogó al águila que no se comiera a sus hijitos y ésta aceptó, por un favor que le debía. Al pedirle que describiera a sus retoños, para frenar la tentación si los divisaba en el nido, mamá búho confeccionó un retrato lleno de virtudes y remató afirmando que eran "los animales más bellos de la selva, sin duda alguna". Pues bien, esa misma tarde el águila sobrevoló el nido y se los comió.
Ninguna madre he conocido que hable mal de sus hijos; antes bien, los llenan de inmerecidas alabanzas. El orden natural es que las cosas sean así para que las especies proliferen al cuidado de quienes corresponda. Mas también hay en esta fábula una consideración no menos importante, que nace de la espontánea risa que nos provoca la descripción de mamá búho acerca de sus monstruitos. Ella es: ¿quién determina lo que es bello y lo que es feo, quién determina lo que es bueno y lo que es malo? ¿Quién fija el canon? O en otras palabras, ¿son la inteligencia, las líneas que se dicen armónicas, el poder, el dinero o la simple mayoría las reglas absolutas que dictaminan qué animal es mejor que otro?
Pero nos hemos desviado de la fábula, que de seguir en análisis como éstos desembocaría bien pronto en Sócrates, Platón y Aristóteles, me temo.
Esta historia es bastante más sencilla. Trata del búho y su hijito, quien consideraba sabio a su padre y como él, ser quería.
Papá, tú que sabes tanto dime cómo aprendiste. Y el papá le cambiaba el tema. Papá, quiero ser sabio como tú. Y el papá reía. Papá, ¿seré sabio cuando sea grande? Entonces papá búho le habló:
-Hijo, tú quieres ser sabio. A mí me gustaría ser niño.
-¿Por qué, papá?
-Para ser sabio.
-Pero sabio viene de saber, papá.
-No, hijo. Sabio viene de no saber.
-¿Entonces yo soy sabio?
-Sí, hijo, pero no lo sabes.
-¿Y tú no eres sabio entonces?
-No, hijo. Yo soy ignorante, y lo sé.
-¡Pero yo sé menos que tú!
-Así es.
-Entonces yo quiero ser ignorante, para no saber tanto como tú no sabes.
-¿Y por qué te interesa no saber aún más, si con lo que no sabes ya eres sabio?
-Papá, basta, tú no entiendes. Lo que yo quiero es ser campeón, porque es rico...
-Hijo. Has dado el primer paso hacia la ignorancia...
No se desprenda de esta fábula una moraleja de corte oriental o hinduista. El verdadero sentido es demostrar que los niños a menudo piensan como adultos, y nos cuesta aceptarlo.

miércoles, 7 de mayo de 2008

El cordero y la gallina

El corderito vivía feliz hasta el día en que lo trasquilaron. Él no sabía lo que era eso y cuando el capataz abrió las tijeras se asustó. Luego pasó el susto, porque no dolía, pero le dio un poco de frío. Al salir del corral se dio cuenta de que estaba completamente pelado. Sintió vergüenza de que lo vieran así y trató de ocultarse, pero ya era tarde, porque en el gallinero el cacareo era atroz.
Entre las que más cacareaban destacaba una gallina histérica que no podía parar. No se sabía si era llanto o risa lo que salía de su pico, mas el corderito de una cosa estaba seguro: el infernal cacareo lo tenía por destinatario.
Llegó el otoño y se volvió a cubrir de lana. Lucía magnífico.
Un día domingo vio a la dueña de casa entrar al gallinero. La mujer perseguía a las aves al azar hasta que agarró a una del cogote: justo a la gallina histérica, que pataleó en vano para zafarse de su ama. Ésta le ahorró mayores sufrimientos pues no más entró con ella a la cocina le estiró el cogote. La candidez del corderito lo llevó a mirar por la ventana, pero mejor no lo hubiese hecho, porque el shock fue tremendo. Sobre un plato de la cocina a leña había una olla de agua hirviendo. La gallina histérica yacía en la mesa, decapitada y completamente desnuda. Del sector anatómico en que una vez estuvo su cogote brotaba un hilo de sangre y más allá, asomados a una cacerola, sus ojos sin párpados lo miraban intensamente. En el basurero reconoció las plumas, mezcladas con cáscaras de papas y cebollas. Ruborizado hasta el último rizo se retiró de las inmediaciones de la casa, rumbo a la pradera. Allí se prometió dos cosas: guardar prudencia en sus actos futuros y no comentar con nadie lo que había visto.
Por más que la busco, a esta fábula no le consigo hallar la moraleja.

lunes, 5 de mayo de 2008

El sapo misionero y las cigüeñas disipadas

El sapo misionero llegó de noche al país de las cigüeñas. Se despojó de su abrigo, clavó un cartel en el tronco de la encina y se fue a acostar.
Al otro día las cigüeñas llegaron puntualmente al lugar de la cita. El cartel decía: "Mañana, sermón a las 8 AM. El sapo misionero".
El sapo misionero se había quedado dormido. Cuando se levantó, lo hizo con cargo de conciencia. Sacó el cuello del charco y miró hacia el claro en el bosque: ya estaban todas las cigüeñas, no faltaba ninguna y algunas consultaban sus relojes.
Apareció el sapo vestido de abrigo. Se paró en el púlpito, se sacó el abrigo, lo dobló cuidadosamente y regaló su sermón. Pero en la vida hay regalos que mejor no prometer. Fue una prédica débil, improvisada, dicha a tropezones, que no enterneció ni remeció a las cigüeñas. Éstas solamente le prestaron atención un par de minutos y luego, como si hubiesen puesto en una balanza sus palabras, continuaron con sus vidas disipadas. El sapo misionero, sin desearlo, las había reforzado en su vicio.
Años después el sapo se calentaba las manos ante el brasero y su nieto le consultó una vez más por ese fracaso. Le encantaba escuchar la historia, sobre todo por la forma en que se la contaba su abuelito. El sapo habló y terminó con esta sentencia: "Y ese fue el cuento, sin ponerle ni quitarle, querido renacuajo. Cuando vi a tanta cigüeña junta me miré en menos y me chupé. Se me entró la voz, me dieron ganas de torcerles el cogote y les tiré una mueca de desdén, así como ésta. Después pesqué el abrigo y me fui".
El renacuajo le preguntó cuál era la enseñanza que dejaba el cuento. El sapo contestó: "No basta creerse bueno haciendo cosas, querido renacuajo. Las cualidades del alma también se deben demostrar con palabras".