miércoles, 26 de mayo de 2010

El cerebro, la tiza y la almohadilla

Se llenó el pizarrón de nombres y fechas escritos por la tiza, que el cerebro asimiló. La almohadilla subió y los fue borrando; pero la tiza le dio nuevas tareas al cerebro escribiendo extraños signos por debajo.

Moraleja: merma la influencia de la Vieja Europa en el Nuevo Mundo, crece la de la Milenaria China.

lunes, 24 de mayo de 2010

Asamblea de animales

Citó el perro a asamblea por encargo del león. De maestra de ceremonias ofició la hiena y de secretario, el búho. La tabla comprendió cuatro puntos: 1.- Preparativos para el invierno. 2.- Renovación de directiva. 3.- Encuesta. 4.- Pago de cuotas. Vistos los dos primeros puntos, que tomaron al menos una hora, a raíz de las desmedidas intervenciones de una bandada de loros, la hiena presentó la encuesta y ofreció la palabra. Ésta constaba de una sola pregunta: ¿Cuál es el mejor de los mundos posibles?
La gallina levantó un ala.
-El mundo que no duele -opinó.
-¡Gallina tenía que ser! -se burló la hiena, con una risotada que se congeló cuando el león dio un salvaje martillazo.
-De aquí en adelante usted sólo cantará los números y al final, dará por terminada la reunión con una frase de cortesía. Diga una insignificante sílaba de sobra y con ella me estará entregando su cabeza -dictaminó el rey. Entretanto el búho, a un guiño del león, repartía números a quienes estaban pidiendo la palabra, con el fin de disciplinar aún más a la selva. La hiena tiritaba y en el galpón no volaba una mosca. La hiena dijo "número 2" y guardó silencio. Habló el cocodrilo.
-El mundo que no duele le servirá a la gallina, pero a mí no me sirve. Mis lágrimas lo demuestran; si no son de dolor la selva las tomará por masoquismo, de modo que a mi modo de ver el mejor de los mundos es aquel que no muere -opinó.
La hiena miró al león. La selva permanecía en sepulcral silencio.
-Número 3 -dijo.
Habló el macho de la viuda negra.
-Si yo no muero, mi amada no le dará un montón de hijitos al planeta. El mejor mundo es el mundo del placer.
-Número 4.
-El placer ocupa una milésima parte de mi vida. El mejor mundo es el del sacrificio -dijo el oso polar, quien venía despertando enflaquecido y hambriento, tras un invierno de estrecheces.
La hiena llamó a pronunciarse al número 5. Era la bacteria, quien comentó:
-El mejor mundo es el de la luz.
Habló el pez abisal, quien depositó su número en una rejilla.
-La bacteria se alimentará de luz, pero yo me alimento gracias a la oscuridad y el frío. No hay mundo mejor que el mío.
El león se impacientaba, pero aún quedaban números. Enseguida habló la lenta tortuga.
-El mejor mundo es el que no pasa.
Lo contradijo la fugaz mariposa:
-El mejor mundo es el que pasa.
Hace rato que el elefante quería hablar. Como faltaban 14 números para su turno decidió avanzar, mas lo hizo con la torpeza de un bobalicón, atropellando al resto:
-El mejor mundo es el de la noble fuerza -se oyó su voz de bajo profundo. Debajo de sus patas quedaron la cigarra, el buey, la hormiga, el vampiro y el áspid, quienes chillaban sin éxito "¡El ocio! ¡La abstinencia! ¡El trabajo! ¡La sangre! ¡El veneno!".
El león enfurecido dio término a la asamblea con la siguiente frase:
-¡Sálvese quien pueda!
Dicho y hecho. Se hizo el caos, quedó la pelería y de lo poco y nada que subsistió brotó el orden en la sala. "Hasta aquí no más llegamos", dijo cortésmente la hiena y levantó la sesión. A la salida el búho cobró las cuotas.

jueves, 20 de mayo de 2010

El alma, la sombra y el musgo

Transitaba un alma por el bosque; a la hora del crepúsculo se recostó cansada a la sombra de un roble y se transpuso. Soñó que tenía cuerpo, mas la sombra del roble vestía un manto de frío y humedad, de inmediato en el sueño al alma la esquilmaron y corría a campo traviesa desnuda y llena de vergüenza, y con las patas bien firmes sobre el pasto mojado.
Despertó el alma tiritando en el musgo a la sombra del roble; soñé que tenía cuerpo pensó y se puso feliz de ser sólo alma, aunque heredó inquietud. El musgo creyó sentir una leve vibración pero no le dio importancia, la atribuyó a la brisa. El alma voló y le dejó una mísera huella en la piel, poquita cosa.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Circe, Ulises, su hogar

Harto de saborear sus besos, Ulises quiso volver a su hogar. Se lo admitió con esas mismas palabras a Circe una mañana de sol, ante el mar calmo. La bruja lo llevó a su morada escondida entre unas rocas y gozó de él tres veces, y luego lo dejó ir.
Las velas se desplegaron, Circe derramó unas lágrimas y le dio la espalda. El cielo se cubrió de un manto negro, Ulises entró a una borrasca y su nave se perdió en la niebla.
Pasaron los años.
Circe halló otro corazón y lo encadenó al pecado, le sacó chispas. Ulises arribó a su hogar y buscó a los pretendientes para matarlos. Pero el destino de su viaje de retorno era un villorrio somnoliento, una fila de casas de adobe pintadas con cal, donde con suerte un par de viejos mustios salía a la calle a comprar cecinas y verduras; más que eso no se veía.
Volvió a la nave; se la habían robado unos niños, le dijeron. Sobre las olas cercanas a la línea del horizonte se divisaba apenas la punta del mástil.

jueves, 6 de mayo de 2010

Los hombres y los marcianos

Cuando los hombres llegaron a Marte lo hicieron en son de paz, porque así se estilaban las cosas en la Tierra. Los marcianos eran seres debiluchos y alargados. Poseían dos ojos, igual que los hombres, y sus patas de gallina se adaptaban muy bien a las anfractuosidades del terreno; fuera de eso tenían poco y nada que mostrar.
Los hombres colonizaron Marte sin tocar a los marcianos ni con el pétalo de una rosa. Construyeron sus edificios y se las ingeniaron para canalizar el agua que sacaron de las profundidades del planeta y para levantar torres de alta tensión. Al cabo de cinco años sus ciudades se podían ver con un simple telescopio desde la Tierra y fueron calificadas como "la primera maravilla del sistema".
Un día hombres, mujeres, niños y ancianos amanecieron todos muertos. Los mataron los marcianos, no se supo cómo. Sólo quedaron sus ciudades, que en poco tiempo tornaron en ruinas.
Moraleja: con el paso del tiempo el hombre ha ido perdiendo el instinto.