jueves, 23 de septiembre de 2010

El insecto que se hizo árbol

Para hacer pareja con "Inefable sabiduría"

Nació como todos los de su especie, con cabeza, tórax y abdomen. Creció junto a los suyos; lo alimentaron de tiernas hojas. Ya mayor, conoció las delicias gastronómicas que brindan al paladar otros insectos. Nada como la carne viva, patas ajenas temblando, retorciéndose en la boca.
Todo hubiese andado perfecto, a las mil maravillas, como se dice, hasta que se dio cuenta de que se estaba convirtiendo en árbol. El tema no era tanto ese, porque ser árbol es bastante agradable, fuera de cómodo. El temor era que los demás se percataran, ya que hasta bien entrada su madurez nadie lo había percibido. Mas ciertos signos, últimamente, ciertas miradas, ciertos comentarios que le llegaban de soslayo...
El día que no pudo ir más contra la metamorfosis inscrita en sus genes lo sorprendió en medio de un camino polvoroso, provinciano, acompañado del canto de las chicharras. Pasaba una carreta de bueyes y contempló el paso cansino de las bestias como un árbol que ve pasar una bicicleta. Le hablaron, no respondió.
De su tronco fueron brotando las ramas, todas al mismo tiempo. Mis patas me servían para moverme, pero nunca sentí que me pertenecieran. Estas ramas consagran mi inmovilidad pero expanden mi verdadero ser en diversas direcciones. En los humanos a esto se le llama esquizofrenia, la enfermedad de los poetas. Yo, que fui un insecto, debo agradecerle a Dios mi mutación. La inmovilidad, para quienes están acostumbrados a la acción, equivale a la desesperación que sienten aquellos a quienes una parálisis los sorprende en su mejor momento. Pero a mí, que fui un insecto, sólo me acarreará beneficios.
Así razonaba el árbol mientras veía pasar a los animales de la selva, que no reparaban en él, ocupados en defenderse o conquistar, en echarse a la boca las ansiadas patas temblorosas.
Se había hecho materia su sueño de ser invisible y a la vez estar presente, amar sin ser amado.
Pero la transformación continuó. Las ramas tornaron a su origen, fueron metiéndose por la abertura que les ofreció el tronco -de tal forma que por un tiempo el árbol tomó la forma de una batidora de merengue- y siguieron su camino hasta confundirse con la raíz. El proceso redujo al tronco a su mínima expresión, todo a ojos vista y sin que nadie lo tomara en cuenta. Cuando el tronco desapareció, las raíces no tuvieron qué alimentar y la fábula cuenta que así llegó a su fin la vida del insecto que se convirtió en árbol.

No hay comentarios: