miércoles, 22 de septiembre de 2010

Inefable sabiduría

En aquella selva plagada de animales de todas las especies hubo uno que pasó por la vida sin que nadie se diera cuenta de que estaba allí. Como jamás fue inscrito en el registro civil ni menos bautizado, careció de nombre, de modo que no hay cómo llamarlo a la hora del recuento. Qué raro es el fenómeno: lo tuve ante mis ojos y ahora que deseo hablar de él no se me ocurre la forma, pues no hallo cómo describirlo, me faltan no tanto las palabras como las imágenes de su esplendor, si es que lo tuvo. Se me figura que debió de ser pasivo, incluso inmóvil; ignorante, receptivo, intuitivo sobre todo. Tal vez amó más que otros animales, pero quién puede saberlo, si apenas hablaba... ¿hablaba, he dicho? No recuerdo su voz. Las bestias jamás lo pasaron a llevar, pero pagaría un millón a ojos cerrados y sin derecho a reclamo a la que me contara algo de él. Siendo visible tuvo una vida invisible y por ende misteriosa, nula a los ojos de la selva. No me da la inteligencia para decir nada más de él. Si hubiese hecho algo, levantado la mano, quizás discrepado aunque fuese una sola vez, si se hubiese hecho notar de cualquier modo.
¡Cuánto lamento no haberlo amado como se lo merecía! Ignoro si esto que confieso es una culpa compartida entre él y nosotros o solamente mía y de la selva.
Del otro recordaré que fue un erudito y que sobre él sí que hay mucho que decir, pero como toda su vida se encuentra extensamente documentada hasta en los más mínimos detalles y en las más diversas manifestaciones que registra la cultura, sólo he de subrayar la paradoja que gobernó su existencia entera. Proclamó que la sabiduría lleva al amor y que del amor se desprende luz. "Mientras más sabemos más amamos y cuando amamos de esa forma, mayor es la luz que nos rodea", solía decir en sus amenas conversaciones. Y sin embargo era malvado, pero eso lo dirá la historia, ya que hoy aparece ante nuestros ojos como un padre iluminador. Pequeños deslices empiezan a notarse, cual grietas microscópicas; el tono de su voz, por ejemplo, profundo y más bien susurrante. No fue de estadios, operaba en pequeñas salas calefaccionadas.

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