jueves, 31 de diciembre de 2009

El tiempo, el espacio, el Juez Supremo y Lucifer

Hastiados el uno del otro, el tiempo y el espacio se las cantaron claras entre ellos; casi se van a las manos. El espacio dijo hasta aquí no más llegamos y el tiempo, lo mismo digo yo.
Acudieron al Juez Supremo; los echó con viento fresco, no sin antes advertirles: "Lo que unió Quien Habla, que nada lo separe".
¿Qué les quedó a los pobres? Divorciarse a la mala. Dicho y hecho: el Diablo los divorció.
En un santiamén se contrajo el espacio y quedó del porte de una bolita de miga, que se quemó en Los braseros de Lucifer; el tiempo entró a la Relojería Alemana y le encargó al aprendiz que le echara a andar para atrás el reloj. El aprendiz giró la cuerda al verre y el tiempo se esfumó de un zuácate.
Sin tiempo y sin espacio y no habiendo más que decir; solos en el vacío de la nada, el Diablo le guiñó un ojo a Dios y le confesó que era gay. Dios le respondió: ¿Me hai visto los higos?

domingo, 27 de diciembre de 2009

La poesía y la vergüenza

Con minutos de diferencia, la poesía y la vergüenza nacieron juntas del tumor de una mandíbula que recorría el bosque. Las gemelas paseaban a la vista de todos, adheridas al músculo deforme, pero el tiempo las obligó a despegarse. La poesía se elevó para cantarle a su madre enferma; la vergüenza compró una máscara de segunda mano en el mercado y le cubrió el rostro.

viernes, 25 de diciembre de 2009

El oso, el prado y la víbora

En el reino animal destacaba el oso por su parquedad. La mole tenía el hábito de bajar de la montaña al río cristalino, donde se instalaba a cazar truchas a zarpazos. Por la tarde volvía, satisfecho, a su cueva. Era un oso serio de pocas palabras, inofensivo para todos, salvo para las truchas, a las que amaba con todo su estómago.
El prado recibía sus cuatro patas con menos temor que las del caballo y la vaca, que vivían olfateando, mordisqueando, metiéndose en asuntos de su reino. El caballo y la vaca acosaban, a veces arrancaban de cuajo; el oso en cambio aplastaba un segundo pero después dejaba crecer; su tránsito era obligado, no existía en él un propósito de lastimar, ni siquiera como consecuencia de leyes naturales. Por eso era bien recibido al llegar y al irse. Buenos días al entrar; buenas tardes al subir de nuevo a la montaña.
Todos los seres buenos son cómplices, a su pesar, de algo malo. Silbaba entre la hierba la cruel víbora y el prado sufría al protegerla de las miradas de sus víctimas. Qué cruz más pesada llevamos, solían rezar a coro los tréboles en la misa del domingo, cuando el bosque dormía y el rocío juvenil los cubría con sus gotitas de agua.
Escrito está que el día menos pensado la víbora hundirá su veneno en la pata del oso; del hocico del mamífero gigante surgirá un grave aullido lastimero. Quedará tumbado y la hierba será su última morada, a pleno sol.
Moraleja: perece lo noble, sobrevive lo insignificante y bajo su manto la belleza oculta la verdad.

sábado, 12 de diciembre de 2009

El diablo, la rosa y el ruiseñor

El diablo castigado en segunda fila. Se representaba en las tablas la clásica pasión de la rosa prendada del ruiseñor. La rosa deshojaba sus pétalos delante del pajarillo, quien la contemplaba entre soberbio y fascinado. Del cielo caían estrellas finas, en verdad era el rocío de la noche, ya que la función se ofrecía al aire libre, en un claro de la selva. Urgidos por espíritus malignos que no se dejaban ver, rosa y ruiseñor se iban acercando para completar el espectáculo sublime.
Allí era costumbre y tradición el encuentro solitario; a la orden del león se corrieron las cortinas y la función se terminó. La muchedumbre se marchó a sus cuevas y sus nidos. Detrás del escenario, sólo rosa y ruiseñor.
El diablo, enfurecido ante la sorpresiva interrupción del espectáculo, lanzó una maldición y la rosa despertó de su sueño de amor. Vio el plumaje del amado y le tuvo lástima. Durante la función parecía tan puro y limpio; ahora lo sospechó usado.
Y así terminó la historia, con la rosa a medio deshojar, el ruiseñor desconcertado y el diablo pateando las butacas.
Moraleja: resplandece el tiempo del amor con los focos del teatro, pero apenas dejan de brillar se espabila el amante enamorado.

lunes, 7 de diciembre de 2009

La iguana, el lagarto, el mono y el burrito

La selva llamó a elecciones y el mono quiso renovar su puesto. Desde el lodazal, la iguana y su esbirro el lagarto, que iban por las mismas, le hicieron mala campaña y formaron alianza con un simpático burrito que debutaba en estas lides.
¡Qué no dijeron del pobre mono!, todo al estilo de la iguana, como serpiente silbando entre la hierba. Lo menos que sopló fue que el mono defendía al león, palabras que, a raíz de la clásica metamorfosis que sufren los mensajes de boca en boca, pronto derivaron en "vendido al león".
La selva escuchaba con asombro la campaña de las bestias repugnantes, y el veneno iba entrando en sus corazones. Había que derribar al que se vendía al león; en el fondo, había que derribar al león, así de ilusos y retorcidos eran. Nadie se dignó consultar al injuriado. Qué difícil misión hubiese sido: lo tenían ahí mismo, en su árbol de siempre, al alcance de la mano.
Sin embargo, el primate, que por su edad algo sospechaba, recurrió a los pocos amigos que aún le guardaban respeto, pues los demás ya se habían retirado a sus cuarteles de invierno, y les solicitó su apoyo.
Se contaron los votos, la selva dio gran respaldo a los reptiles, pero sus amigos no le fallaron y el mono también conservó el puesto. El burrito se pisó la cola y sólo atinó a rebuznar de mala gana cuando volvió al corral y le preguntaron por él y por el mono.
-¡Ganó el león! ¡Ganó el león! -se quejaba.
Moraleja: si los reptiles no saben enseñar a los burritos a hacer bien una cama, mayor provecho les haría seguir esparciendo su veneno desde el légamo.