miércoles, 27 de mayo de 2009

El sapo del pantano

El sapo vivía en un pantano y pasaba la mayor parte del tiempo en la superficie, buscando qué comer. A la hora del descanso saltaba a la orilla hasta dar con una piedra donde echarse un rato. Bien alimentado como estaba, sus mejillas tomaron un color rosado, indicador de vida sana y provechosa.
Mas con el tiempo, por razones que se investigan, el sapo comenzó a explorar las profundidades de la charca, a familiarizarse con ellas y, al final, a desearlas como se desea una droga. Se sentía mejor en la barrosa oscuridad, pataleando a ciegas. Horas enteras permanecía allí, sin otra compañía que la de su propia conciencia.
Cuenta la comadreja que el otoño pasado el sapo abrió "El gran libro del batracio" y halló en sus páginas la verdad. Era el sapo un animal esquizofrénico de dos personalidades, siendo la del pantano la verdadera, aunque para los demás la falsa, la desconocida, la que apenas se intuia.
Enfrentado finalmente a su destino, aceptó la realidad como necesaria fantasía y su verdad, que para la selva es fantasía, como meta. Era la realidad el opio del mundo y la locura la salvación.
Cada día se le vio menos en la superficie, hasta que un buen día desapareció.

lunes, 25 de mayo de 2009

La viuda del buitre y Padre gallinazo

La viuda del buitre llegó a la misa de siete y se arrodilló en primera fila ante el altar. Para que el sacerdote la recordara se dio grandes golpes en la pechuga perfumada y en el momento de la homilía alzó el velo y efectuó rápidos movimientos de pestañas. Pero el show estaba de más, porque el cura ya se la sabía de memoria. Era éste un joven gallinazo espiritual que había llegado a la selva dispuesto a cambiar los mundanos hábitos de sus animales.
Una tarde cualquiera la viuda del buitre, que era riquísima, apareció por la iglesia pidiendo confesarse. Vestía sus mejores atuendos, que en vez de embellecer su obesa forma la acentuaban. Padre gallinazo, que no era tonto, advirtió la señal cuando la viuda empezó con sus requiebros al otro lado de la ventanilla. Con su comprensivo acento le sugirió ir al grano; qué me han dicho pensó la viuda y le confesó que le gustaba el cura. Yo espero oír sus pecados, no sus gustos, insistió el noble sacerdote. Ella le dijo que cuando lo hacía pensaba en el cura. Ahí ya va cambiando la cosa, respondió la voz de Padre gallinazo, aunque en estricto rigor pecado pecado no es, pero cuénteme más. La viuda le reveló que estaba pensando seriamente proponerle que se hiciera cargo de su hacienda a cambio del quetejedi. Qué dichos los suyos, rió el cura, hable claro. La viuda del buitre se plantó frente a él, le abrazó las rodillas y le rogó que bailaran merecumbé. Padre gallinazo la absolvió con la señal de la cruz, le ordenó rezar tres padrenuestros y le respondió que lo iba a pensar.
Cuando se retiró a sus sagrados aposentos iba visiblemente alterado.
La viuda del buitre lo estuvo esperando hasta bien tarde a la salida.
Moraleja: no bien se topan con la cruda realidad los ideales se tornan obscenos.

viernes, 22 de mayo de 2009

El vampiro y el flamenco

El vampiro iba muy atrasado a su castillo; era un vampiro de castillo, como los de antes. Ya estaba por amanecer y el exceso de sangre en su barriga lo tenía fofo, fuera de forma. La subida se le hacía eterna. Por ahorrar unos pesos en fardos había dejado el vehículo en la cochera y los negros corceles en las caballerizas. Qué diablos, se decía, ya voy a llegar. Soñaba con su almohadilla de seda y su sarcófago forrado en terciopelo.
A las puertas del castillo lo esperaba el cartero en bicicleta. Era éste un flamenco larguirucho de gorro azul y delantal.
-Carta para usted.
-Déjela en el buzón, estoy medio apurado.
-No puedo, es certificada.
(Tras la montaña se disparó hacia el cielo un rayo de sol).
-Rápido, dónde hay que firmar.
-Aquí.
-No tengo lápiz.
-Yo le presto.
-¡Le digo que estoy apurado!
-Además me debe tres meses. Son dos mil pesos.
-No ando con efectivo. Le pago a la próxima.
-Suba a buscar. Yo espero.
-¡Le dije que estoy apurado!
-Ustedes los ricos siempre dicen lo mismo.
-¡Por favor!, no se trata de eso, ¿acaso no divisa el fulgor en la montaña?
El vampiro miró a los ojos al flamenco, buscando comprensión, pero éste dibujaba en su rostro una mueca que le despertó inefables recuerdos. Le había llegado la hora final, a los pies del castillo. Desfalleciente, incapaz ya de suplicar, la sangre se le derramó por los poros y se fue cortado. El cartero siguió esperando un buen rato los dos mil pesos, con una pata en el pedal y la otra en el suelo.

viernes, 15 de mayo de 2009

El cocodrilo, el león, el mono reportero y su director el búho

Lloraba el cocodrilo a moco tendido cuando el león lo vio de lejos. Con su acostumbrada soberbia se le acercó y lo instó a enfrentar la vida. Un mono que hacía la práctica en el "Diario de la selva", de buen tiraje, grabó la conversación desde la rama de su árbol y la reprodujo en estos términos:
-Ya estás con tus acostumbradas lágrimas de cocodrilo -dijo el león.
-Si lloro con lágrimas de cocodrilo es que soy un cocodrilo -respondió su interlocutor, entre sollozos.
-Malo que seas así. Pésimo ejemplo para la selva.
-Créame que no me estoy haciendo, amo y señor. Lo que pasa es que si no llorara no sabría cómo actuar.
-Simplemente haz como yo. Ruge.
-¡Gijjjj!... Trato, pero no me sale.
-Hay que abrir el hocico y modular. Fíjate en las campanillas de mi garganta... ¡ROARRR!
(El cocodrilo abrió el hocico de impresión).
-¡Oh! Yo no podría hacer lo que hace usted.
-Ja ja ja, no me adules, estoy viejo para eso. Sólo pretendo impartir conocimiento.
(El cocodrilo no respondía, solo le escurrían las lágrimas).
-¡Levántate ya! -lo azuzó el león.
-No es que no pueda; es que tampoco quiero. Para usted es fácil, pero a mí no me viene.
-Vil cobarde, bestia de la selva. Me caes mal; no sé por qué pierdo el tiempo contigo.
(El cocodrilo lloraba y sus lágrimas parecían chorro de manguera).
-Lágrimas más falsas que Judas... -comentó el león.
-Las lágrimas son verdaderas; lo falso es el sentimiento.
-¿Corriges al rey? Las lágrimas son verdaderas y el sentimiento también lo es, si a eso vas. El tema es que no se corresponden, ¿comprendes entonces la figura?
-¿Acaso el suyo es un rugido de verdad, amo y señor?
-Sí. Estoy muy orgulloso de ser quien soy. No pretendo ocultar nada. Mi trono está en este mundo y gobernar a los demás me hace un felino pleno, lo que se dice un verdadero rey.
-Si así lo piensa, lo felicito y por algo es el león; pero yo tengo mis dudas y le pido compasión por nuestra raza. Si no lloramos, no vivimos. Mire usted.
(El cocodrilo echó un llanto intenso y la desconfianza de un ciervo que merodeaba por el pantano desapareció; el animal se agachó a beber de la orilla y el cocodrilo le arrancó la cabeza, con cuernos y todo).
El león observó la escena con espanto y luego exclamó, al borde de la incredulidad:
-Me has dado una pequeña lección, maese reptil, aunque de todos modos me parece que desaprovechas el tiempo dedicando tu vida al teatro.
El mono dejó la conversación en ese punto, pues debía llevar la noticia urgentemente al diario, que estaba en la hora de cierre. En la sala de redacción discurrió cerrar la crónica con la siguiente moraleja:
"Si el león ruge y el cocodrilo llora, las cosas de la selva marchan según el presupuesto".
Mas el búho, un animal de sangre azul que se debía a oscuros intereses -de paso, director del matutino- estimó prudente editar la moraleja, de modo que para los lectores del "Diario de la selva" la crónica terminó como sigue:
"No prestéis oídos al astuto cocodrilo y seguid el ejemplo de nuestro gobernante el noble león".

miércoles, 13 de mayo de 2009

La araña, la tijera y la calavera humana

Una rara distracción de los dioses me permitió conocer a los animales del Hades. Se colaron en uno de mis sueños en el intervalo de un par de minutos, mas ahora no logro conservar en mi memoria más que algunos segundos.
Desperté sobresaltado, sudoroso por la emoción vivida, pero ansioso de edificar pronto lo que sería este relato, que, descubro, no es ni la sombra de las imágenes que me acompañaban al momento de volver al estado de vigilia.
Mi madre se sentía contenta de ir conmigo, pero ligeramente apesadumbrada de no haber podido llegar al Vaticano durante su periplo por Europa, el único que hizo en su vida y que en la realidad sí la llevó al Vaticano. Pero anoche se lamentaba de no haber podido alcanzar esa meta, y yo pensaba que tal vez para el próximo viaje se la podría conceder, aunque íntimamente sabía que nunca habría próximo viaje. Era por la tarde y el cielo estaba cerrado, cargando el aire de una atmósfera de aflicción. Enfilábamos por un camino rodeado de altos eucaliptos que ensombrecían aún más el paisaje. El camino subía hacia una pequeña colina cuyo telón era una especie de velo blanco. Si uno pudiese huir de sus sueños, yo lo habría hecho de éste sin dudar un segundo; pero tal como se presentaban las cosas resultaba imposible y no era momento de echarse a morir. Había que seguir soñando.
Mi madre se cansó y jaló una gruesa liana de espinos que la levantó a una altura de unos tres metros. No era un buen lugar para el descanso: detrás del velo se hallaban los animales del Hades, confundidos entre ramas colgantes. Conque éste es el Hades, me dije. Ambos conversábamos; ella desde su altura y yo con los pies bien puestos en la tierra observando a los animales agazapados a su espalda.
Distinguí claramente a tres: la araña blanca, la tijera y la calavera humana. La araña blanca tenía una forma alargada y medía aproximadamente 7o centímetros; se movía levemente hacia ella. La tijera estaba inmóvil, colgando entre las lianas tras el velo con las cuchillas cerradas, como una res cuelga del garfio del carnicero. La calavera humana se hallaba casi en el suelo, a mi derecha, sobre un pequeño promontorio.
La situación se tornaba riesgosa y aunque el objetivo de los animales no parecía ser mi madre le advertí de su presencia y bajó de inmediato. Yo la recibí, pero antes de marcharnos sucedió lo espantoso. La calavera abría sus mandíbulas y le hincaba los dientes a la tijera. Tenía ansias de devorarla; pero la tijera ofrecía resistencia y de pronto arrastró a la calavera y con la ayuda de la araña la calavera fue tragada. Hubo un momento de frenesí, cuando la calavera no pudo resistir la fuerza de sus adversarios y cedió. Cedió y fue conducida hacia la muerte sin gritos de triunfo ni lamentaciones de horror, porque no había tiempo para eso.
En el sueño se había reproducido el momento exacto en que un animal entra en las fauces de otro. El instante en que se desata una poderosa liberación de energía desde las mentes, la del que cae dando todo lo que tiene y la del que vence y toma con una satisfacción indescriptible.
La calavera se infló y terminó dentro de un recipiente de ácido negruzco, deshecha.
A veces siento que mis sueños me llevan demasiado lejos. El de anoche me permitió conocer cómo viven las almas en el Hades. En estado de eterno recelo, devorándose unas a otras.

lunes, 11 de mayo de 2009

La ballena blanca

La ballena blanca se alza al costado de un extenso terreno baldío, olvidada, entre rejas, como en exposición. Pasan los animales de la selva y la miran y al mirarla, no pocos experimentan inquietud. Por la noche les cuesta dormir, por su recuerdo.
Posee la mole blanca amplias salas que solamente regalan su interior abandonado cuando la luna ronda el firmamento en cierta posición. La acompañan dos o tres árboles mustios; la ausencia de viento redobla el carácter melancólico de la escena, la ballena no experimenta sensación alguna y no transmite vida, su boca está cerrada. El lomo empolvado y las aletas musgosas delatan descuido, indiferencia.
Algunos animales, los más inquietos, no resisten la tentación de traspasar la reja y abrir sus fauces para ver qué hay adentro. A la vuelta de varios días cuentan, los que han vuelto, que dentro de la ballena blanca había miles de túneles, llamados Fugas de Bach. Los describen como túneles sombríos; de sus paredes de carne emergen pústulas que lanzan maldiciones y lamentos. El viaje, con los oídos tapados, se hace interminable. La salida se halla en sus ojos. Por dentro los tiene abiertos, señal de que duerme.
La ballena blanca tiene un lema que sacó de unos versos de Goethe:

Recuerdos de otros sufrimientos
mi miedo al presente generan

Por ahora nadie puede herirla, pero con el tiempo será otra ruina más de las que pueblan el mundo.

sábado, 9 de mayo de 2009

El perro león

Entró a la Academia de Rugido y aprobó los primeros exámenes con relativo éxito. Pero con el tiempo se hizo evidente que no poseía garganta de barítono; el tono del rugido se asemejaba más bien al del tenor y su potencia, a la brisa matutina.
El perro egresó de la Academia convencido de la garantía del diploma, que colgó sobre la puerta de su casucha.
Las leonas solían pasar por ahí cuando iban de compras, pero no decían nada. Sólo cuchicheaban entre ellas. Al entrar al bosque se morían de la risa.

miércoles, 6 de mayo de 2009

El grillo y el toro

Saltaba el grillo por los campos sin rumbo conocido. Cada tantos metros volvía la cabeza pues, como buena parte de los animales de la selva, vivía pensando en su pasado. Entonces el rubor delataba su vergüenza.
-Pero qué hice -se lamentaba al contemplar su huella "imperfecta"; uso el eufemismo para no dejar al descubierto el origen de su bochorno. La verdad es que las palabras que mejor definían su sentimiento ante la contemplación de las marcas que dejaba en la tierra eran ridiculez, ignorancia, soberbia, ingenuidad.
Un toro lo observaba a la distancia y le habló.
-Dónde vas -le preguntó.
-Hago camino al andar.
-Ja ja ja -rió el toro con su acostumbrada carcajada de barítono.
-No se ría, por favor, poderoso amigo; si lo dije así se debe a que no encuentro otra forma de explicar lo que hago y me ayudé de la frase del poeta.
-Di lo que haces sin valerte de versos; quiero entender.
-Avanzo a saltitos para mejorar mi huella.
-Enséñame cómo, porque hace rato yo lo único que veo son saltos y miradas hacia atrás (el toro iba entrando en furia).
-Así, ¿vio?
-Sí vi, pero es parecido a lo que yo mismo hago diariamente.
-¿Entonces también le pasa que le gusta su andar, pero cada vez que avanza y mira hacia atrás se avergüenza de su huella? -exclamó el grillo, alborozado. Al fin hallaba un compañero de viaje.
-No, yo miro para ver si hay más pasto -dijo el toro-; pero ¿de qué te avergüenzas? No logro entender (su ira crecía).
El grillo entristeció y dijo:
-Me avergüenzo de mi contumacia, pero si no percibiera un ascenso en lo que hago dejaría de saltar, de modo que si me disculpa, debo seguir mi camino.
El toro se despidió del grillo y al hacerlo nos regaló la siguiente moraleja:
-¡Pequeño insecto! Yo, con mi fuerza y mi poder, vivo pastando en una hectárea enrejada y tú, tan minúsculo, avanzas y avanzas a pesar de tus errores. ¡Con cuánta razón dicen que eres la voz de la conciencia!

martes, 5 de mayo de 2009

La paloma y el palomo en su torre de marfil

Ansia, paloma mía, de volar a la inmensidad de tu espacio
Ansiosa te adivino por la trampa en que has caído
Te han cazado, esconde tu desdicha
Procede en este instante el buen lamento

Asustada del fuego se confina la paloma en su torre de marfil, y con ella su palomo. Vibran sus plumas con el pasar de los días en el lóbrego y lechoso anonimato, pero se ha visto a muchas flores florecer en el encierro y la humedad de la noche. Mal augurio para ambos, la paloma cautiva y el palomo receloso. La torre se inflamará con oleadas de pasión que los absorberán en su escondite; será para ellos la luz del sol una ceguera embriagadora, y así, quemándose, devorándose a picotazos, los volverá a ver el mundo en su retorno.

Y cuando vuelvas a ser libre
Paloma
Yo estaré contigo, curando tus heridas
Beberás leche de mi mano
Mi calor te agradará como entibia la luz crepuscular
Serás feliz, sentirás todo lo que se puede sentir de la felicidad
Nos darán la entrada al eterno paraíso
Donde las flores y las mariposas son almas errantes