martes, 29 de junio de 2010

La doctora, el ratón fanático y el Valle de los Muertos

El ratón fanático veía un partido de fútbol por TV cuando el sinuoso y pérfido reptil se lo tragó. No había entrado aún su cola a la boca de la boa cuando su alma se presentó ante San Pedro. San Pedro es un decir, el Valle de los Muertos es un decir, de modo que a decir.
Se vio el ratón en la oscuridad más espantosa y perdió la conciencia. San Pedro lo recogió en sus brazos y preguntó si había pecado. Le dijeron que el único pecado suyo, si se podía llamar pecado, era ver demasiado fútbol por televisión.
"Te devolveremos a la selva, a ver si cambias. Ya nos visitarás de nuevo, y para siempre", decretó.
El reptil abrió la boca y el ratón saltó a la jungla, medio atontado. A un tordo le contaron que alguien escondido tras las matas vio toda la escena y difundió la noticia. El roedor llegó a ser un personaje y fue catalogado de "especial", aunque no echó pie atrás en su costumbre.
Tiempo después agarró una grave infección y le llegó su hora. Ante su lecho de muerte veía la TV cuando apareció la doctora, una serpiente devoradora de libros de terror. Examinolo y decidió hipnotizarlo, con su visto bueno. Deseaba conocer el Más Allá valiéndose de la hipnosis, tal como había leído.
-Yo ya estuve en este valle para el Mundial del 66 -le dijo el ratón con los ojos cerrados.
-Hábleme de eso -le dijo la doctora, pensando que había muerto.
-Pregunte usted.
-Dígame qué ve.
-El Mundial.
-Dígame qué oye.
-A Solabarrieta.
-Qué siente.
-Ganas de estrangularlo.
-¿Y cómo sabe que es el mismo Mundial?
-No es el mismo. Este es el de Sudáfrica. El otro lo transmitió Hernán Solís.
-¿Hay más almas?
-Parece, pero con el ruido de las vuvuzelas no siento nada.
-¿Hay cielo? ¿Hay infierno?
-¿No le dije que estaba hablando Solabarrieta?
-¿Quiere descansar?
-Preferiría.
-¿Seguimos mañana?
-¿Mañana? ¿Qué día es hoy?
-Viernes.
-Mañana no puedo: juega Alemania con Argentina.
-No lo dan.
-¿Que tampoco lo van a dar estos ladrones de TVN?
-Así es.
El ratón se murió de verdad y la doctora trató de hipnotizarlo y no pudo.

Moraleja: Contra los supremos negociados de Don Dinero el pobre fanático no tiene nada que hacer.

lunes, 14 de junio de 2010

El camaleón, el palote y el hombre

La selva llamó a un torneo de camuflaje; se presentaron tres candidatos. El anfiteatro estaba tan lleno que las moscas quedaron afuera: el ratón custodio las quiso hacer pasar pero no cupieron.
Salió a escena el primer candidato: era un camaleón montado en una rama, pero nadie lo vio. Fue preciso que el jabalí, que ofició de maestro de ceremonias en reemplazo de la cebra, lo tocara con su apuntador para que los animales lo reconocieran bajo la luz del foco. Atronaron aplausos de admiración y la víbora, que lucía pálida y delgada en la galería, le comentó al tucán: "Así quisiera ser; capturaría mil presas a destajo y nunca me faltaría la comida".
Cambió la escenografía: dos jirafas instalaron un arbusto y apareció un palote. El jabalí lo pinchó con el apuntador y el palote se movió, molesto. Recién ahí los animales lo pudieron divisar y el teatro se vino abajo. Los animales tiraban sus sombreros al aire de euforia ante el prodigio del insecto. El zorro le comentó a la zorra: "Aprende, mujer: vale más un disfraz que un buen razonamiento".
Salió el último candidato. Era un hombre anciano y semidesnudo, de barba blanca que casi le llegaba a los pies. Se sintió un murmullo de reprobación; las primeras pifias fueron creciendo y en un minuto el teatro entero lo condenó.
-¡Es un hombre! -exclamaban a coro- ¡Es un hombre a toda vista!
El viejo pidió la palabra, mas como no lo dejaban hablar fue necesaria la intervención del jabalí.
-¡A callar todos! Habla el hombre y se vota.
El hombre dijo:
-Sé que en principio el camaleón y el palote me llevan gran ventaja, pero trataré de remontarla. Los que me antecedieron usan sus formas y colores para protegerse de las bestias de la selva y para aprovecharse de ellas; en cambio yo actúo y pienso para guardarme de mis hermanos, que son harto más feroces. Mi gracia es hacer lo que hacen todos los de mi especie, mi gracia es hablar el mismo idioma de los aires de la época y así he sobrevivido miles de años. En los tiempos de la esclavitud jamás me manifesté en contra; una vez que se abolió jamás me he manifestado a favor. En la Rusia de los zares adoré al Zar, en la Rusia comunista me volví comunista. En la Alemania de Hitler me hice nazi con facilidad -yo mismo me asombré de mi conducta-; luego renegué y reniego de los nazis hasta hoy, como si se trataran de la peste. Fui pinochetista del mismo modo que ahora desprecio esa corriente. Fui el primer apóstol de un santo llamado Jesús, pero no me dio ni cosquillas decir que no lo conocía cuando me apremiaron. Pisoteé a la Mujer sin asco, hoy promuevo leyes en su beneficio. Encarcelé y desterré al homosexual, hoy le pongo alfombra roja. Comí la carne del animal que se me ponía por delante, hoy corren vientos de rechazo y me empiezo a sentir vegetariano. Fui católico de rosario y misa diaria, ahora me declaro agnóstico. Es tal mi vocación de mimetismo que todo lo pasado me parece ridículo y hasta yo me pregunto cómo pude pensar y ser así. Podría seguirles hablando toda la tarde...
-No es necesario -lo interrumpió el jabalí-. ¡A votar!
Ganó el hombre por paliza. Segundos quedaron en empate el camaleón y el palote. Al momento de recibir la copa el hombre rechazó tal honor.
-Sangre y lágrimas me ha costado este trofeo, con gusto lo cedo a mis contrincantes -dijo.

Moraleja: bueno parece seguir la corriente, pero no garantiza nada.

jueves, 10 de junio de 2010

La codorniz y el pájaro Beckett

La codorniz entró al bosque y se asustó con las sombras que oscurecieron su plumaje, a tal punto que a veces no se reconocía ni ella misma. Vagó angustiada la noche entera, sin hallar el camino de salida. No se enteró del amanecer ni del que le siguió. Estuvo perdida dentro del bosque dos días completos. Al amanecer del tercer día acertó a divisar un levísimo claro, apenas perceptible, y sus patas corrieron a más no poder, hasta que llegaron a la luz.
Se hallaba a la entrada, o a la salida, que venía siendo lo mismo, aunque desde el punto de vista de la codorniz era a la salida, se hallaba a la salida un pájaro Beckett, quien sentado en un pisito y con las botas embarradas custodiaba el bosque por orden de quizás quién sabe.
-Cómo se llama usted.
-Codorniz.
-Codorniz cuánto.
-Codorniz Estragón.
Al pájaro Beckett casi le da un infarto. Se mecía los cabellos y se pasaba las manos por los surcos de la cara. La codorniz se enterneció y se arrepintió de picotearle los zapatos. Beckett, que era un pájaro fuerte, estaba a punto de las lágrimas y le gritó a la codorniz si había visto al faisán Godot, que se había perdido. Le gritaba desesperado que él no podía entrar a buscarlo porque lo tenían de guardián reemplazando a un pájaro Kafka que estaba con licencia por neumonitis. "No vi a ese animal y no vi a ningún animal porque el bosque estaba oscurecido, yo apenas distinguía mis plumas", le dijo la codorniz.
-Salga usted y no vuelva a entrar -le ordenó el ave guardián y la codorniz corrió a la luz.
Era un valle soleado, ausente de pesadumbre, sin árboles ni arbustos, un llano cubierto de césped inglés por el que recién habían pasado la máquina, y que limitaba con unas suaves colinas que nunca tapaban el sol. Multitud de codornices bebés picoteaban semillas; el brillo de sus piquitos moviéndose de un lado a otro a ras de pasto producía un efecto inquietante.
Aquí me quiero quedar, se dijo la codorniz.