lunes, 30 de noviembre de 2009

La alondra, la lechuza y la zorra

Duerme la lechuza al despuntar el día cuando de su lecho la alondra se incorpora
¡A cantar a cantar a cantar!
Bah, tanta escandalera por otro sol que sale, ve a otra rama. La noche ha sido ardua y el trabajo no cundió
Brilla la locura en los ojos de la alondra
¡A cantar a cantar a cantar!
La exaltación del acto domina su pensar, tiene tantas ganas, un arrebato la obsesiona de alegría
¡A cantar a cantar a cantar!
Esta no me dejará dormir, y con lo rabiosa que me pongo cuando no concilio el sueño
La lechuza sólo quiere paz, y no la halla; no respetan su sagrada hora de descanso
¡A cantar a cantar a cantar a volar a volar!
¿Sus majestades desearían dirimir el desacuerdo? Gustosa me ofrezco como jueza
Es la zorra quien murmura desde abajo, con los dientes afilados
La alondra cambia de monte; la lechuza vuelve al nido
Bestia astuta
Si cazar no está a su alcance, sosiego al menos

viernes, 27 de noviembre de 2009

La merluza que sucumbió de amor

Dos merluzas, una hembra y un macho, conversaban a las puertas del infierno. Hablaban de sus respectivas muertes.
"Caí en la famosa trampa de los hombres. La red me levantó cuando viajaba al sur y me soltó en un buque -dijo el merluzón, que lucía hecho harapos-. En la cubierta había un remolino ensordecedor, que me deshizo. Fue horrible, pero rápido. Apenas alcancé a sentir el miedo. Después me lavaron, me secaron, me echaron a una bolsa y cuando abrí lo poco que me quedaba de los ojos estaba en el pico de un ave prisionera. A su lado había miles de pollos en fila y sólo sabían comer. Fue como mi segunda muerte. Mi tercera muerte sucedió cuando unos electricistas bajaron de un poste y compraron el pollo asado que contenía mis restos. Fui devorado junto con el plumífero y ahora espero la nave que me lleve por fin a la isla de los muertos. ¿Y a ti, hermosa, qué te ha pasado?".
"Yo morí de amor -suspiró la merluza, y le temblaba la voz-. Esperé por años a mi amado en las frías aguas del Pacífico, pero nunca lo pude ver, porque no apareció. Venía de los mares frente a las costas de África y sorteó tormentas y huracanes para llegar a mí. Mas eran demasiados los peligros; debió de tragarlo una de esas serpientes marinas de que tanto hablaba mi mamá. No lo pude resistir. Esta misma tarde espero estar con él en el infierno. Sé que me estará esperando".
El merluzón palideció. Se miró a sí mismo, avergonzado, ni siquiera un esbozo de lo que había sido en vida, y la voz se le quebró:
-¿Y si el destino lo desvió? ¿Y si estuviera vivo? -preguntóle a la merluza.
-Entonces lo estaré esperando yo -respondió ella, sin vacilar.
Cuando apareció Caronte el barquero, el merluzón se ubicó en el rincón opuesto del asiento que ocupó la merluza y durante el viaje no dejó de mirarla. Al bajar a la isla se perdieron de vista en la inmensidad y jamás volvió a saber el uno de la otra.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

La cigüeña excéntrica

La cigüeña era tenida por excéntrica. Con la misma regularidad con que asistía al templo se la veía entrar a los pantanos a cazar renacuajos. Dos urracas, comadres entre ellas, solían cuchichear, veladas de negro:
La cigüeña se santigua
Levanta la pata y el poto
Qué ejemplo a sus hijos Dios mío
Por su culpa por su santísima culpa
Días completos había en que la cigüeña, recostada en la hierba, se apretaba la guata de la risa. Noches enteras paseaba por el bosque, con los ojos fuera de sus órbitas, como viendo fantasmas. Dormía más de la cuenta y se masturbaba con una pluma detrás de las matas.
La selva le encomendó al búho que tomara cartas en el asunto y el juez la citó a declarar. Lo que se habló entre esas cuatro paredes permaneció en el secreto. En su informe, el ave nocturna se limitó a escribir:
"No se puede castigar lo que nos resume".

miércoles, 18 de noviembre de 2009

El grillo y la araña

Cantaba el grillo en su rincón, sin hacerle daño a nadie, cuando se le acercó la araña.
-¿Me dejas oír tu canción? -le pidió.
-Claro que sí -le dijo el grillo- pero no te acerques tanto, que tus patas me dan miedo.
-No te preocupes -le dijo la araña- sólo quiero oírte. Me habían dicho que tu canto superaba al de la chicharra y esta noche lo he comprobado de cuerpo presente.
-¡Sí, sí, canta! -dijeron las moscas, pegadas al techo.
-¡Ahora! -lo urgieron las polillas, y dejaron de revolotear.
El tímido grillo cantó su aria favorita, Nessun dorma, cautivando al auditorio, pero al llegar al do de pecho cerró los ojos por la emoción y la araña de un salto se lo comió.
Las moscas aplaudieron de pie, las polillas volvieron a revolotear y se bajó el telón.

martes, 17 de noviembre de 2009

El koala, el pez abisal y el mono entrometido

Quiso el destino que el koala y el pez abisal se vieran por fin las caras. Estas fueron las presentaciones:
Me llamo pez abisal y vivo donde van a dar los barcos que naufragan -dijo el pez.
Yo soy un koala y vivo soñando en las ramas de los árboles -dijo el koala dormilón.
Un mono entrometido terció en la conversa.
-¿Quién puede existir en la salobre oscuridad? ¿Y quién pasárselo soñando?
-No entiendo de qué hablas -le contestaron al unísono.
Sin tener más que decirse, volvieron a separarse.

lunes, 9 de noviembre de 2009

El pavo real y el búho

El pavo real desplegó su cola en abanico y se ofreció a la vista. El claro alumbrado por el sol se llenó de animales curiosos. A decir verdad, dos son los espectáculos que garantizan la reunión de las especies: el despliegue de la cola del pavo real y los fuegos artificiales que organiza el león a fin de año.
Por la tarde el pavo real acudió a la consulta del búho.
-¿A qué ha venido esta vez? -preguntó el doctor- Dispongo de 30 minutos. A las 6.15 entra la culebra y a las 6.45, el elefante.
-¿Y qué problemas pueden tener esos?
-Malo para la ética es revelarlo, pero como creo que su afección es menor, se lo voy a contar: la culebra quiere tener brazos para usar chaleco; el elefante sufrió una crisis de pánico cuando vio al ratón.
-Ah... eso -murmuró el pavo real, profundamente deprimido-, nada comparable con lo mío.
-A ver, eche afuera -le pidió el búho; encendió la lámpara.
-Cuando exhibo mi plumaje en medio de la selva siento un placer inmenso. Los animales se pasan el dato unos a otros; de pronto me rodean, me miran, comentan, se dicen cosas al oído. Pero la hembra a la que quiero atraer no llega.
-¿Eso es todo?
-No, falta.
-Está bien. Todavía nos quedan 20 minutos. Prosiga, pero le advierto que lo mío no es un consultorio sentimental.
-No se preocupe, que además voy a otra cosa. Después de un rato se marchan todos y quedo yo solo; pasa siempre lo mismo.
-¿Y qué?
-Que esta mañana recogí mis plumas y en vez de volver a mi casa me fui a la taberna. Cuando entré como un pobre gato, nadie me reconoció.
-¿Qué tiene contra los gatos?
-Es un decir.
-Pensar en gatos delata vanidad.
-Ah, no sabía...
-Prosiga. Nos quedan diez minutos.
-Le decía que adentro de la taberna me tomé un combinado y me anduve caramboleando. Por la hora.
-A todos nos pasa alguna vez. Tenía que haberlo acompañado de unos gusanos con mayonesa.
-Al ratito me fijé que los animales se estaban refiriendo a mi show. Me costó entender, por el barullo, pero escuché frases como ¿lo viste? ¿Viste sus colores? ¿Viste el abanico? El sapo dijo yo lo vi de cerquita. El perro dijo a mí me tapó el caballo. El cernícalo dijo yo lo vi del árbol, se veía mejor del árbol...
-Pare, pare, ya sé donde va, pero nos quedan dos minutos y falta la moraleja.
-Lo escucho, doctor.
El búho giró la cabeza hacia la ventana y, contra lo esperable, le habló a este humilde servidor:
A usted, señor, que nos dibuja desde arriba, le voy a recordar dos cositas. Usted lee para imitar lo que lee, y luego escribe para ser leído. Asúmalo, métaselo en su cabezota. Hay quienes lo leen a usted para escribir y hay quienes lo leen por curiosidad, para divertirse, por tedio; en todo caso como actividad secundaria. Sólo a uno en un millón usted le cambiará la vida con sus fábulas: a usted mismo, no se engañe. Y si desea un buen consejo, o moraleja, como la llama, le sugiero que abra su plumífero abanico en la soledad de su cuarto, tiene todo el derecho del mundo y no es malo hacerlo, quiero decir admirarse ante el espejo, darse mil vueltas, emocionarse de verdad; pero olvídese de esa estupidez cuando salga a la calle.

jueves, 5 de noviembre de 2009

La mariposa Panchita

Una mariposa rojinegra ha salido, seguramente, de un patio interior de alguna casona de la calle San Borja, en las cercanías de la Estación Central. Es de las comunes, de aquellas que la gente no se vuelve a mirar. Pero es la única que en este momento revolotea en el semáforo y la única que lo puede hacer de esa forma, porque un millón como ella podrán existir, pero ninguna más surcará ese espacio en ese tiempo. Ha de haber costado un triunfo para que volara del árbol del patio de la casa donde jugueteaba entre las flores, han debido de producirse tantas coincidencias para que hoy sobrevuele la Alameda, que realmente es un prodigio que lo esté haciendo.
Mi amiguita, pues le he tomado cariño y el trato se hace familiar, busca vanamente flores entre ruidos, manchas de colores y movimientos. ¡Cómo guiarla entre el asfalto y orientarla hacia la dirección correcta! Habría que atraparla, encerrarla en una malla y luego soltarla en un prado. Habría que comprar una malla; tal vez fabricarla uno mismo con hilo de coser o de pescar. Luego estirar el brazo e intentar cazarla.
Un camión con acoplado se acerca. Miles de obreros se requirieron para que esta maravilla de la ingeniería humana saliera de una planta levantada al otro lado del océano y tras un largo viaje a bordo de un pesado barco pisara nuestro suelo. Tal como los caballos o los bueyes, soporta sobre sus espaldas el peso de la necesidad humana, siempre ambiciosa, crecientemente inconforme.
Panchita (ya la he bautizado) posa sus patas en el asfalto caliente, cansada de aletear sin recompensa, y las patitas se le quedan pegadas. Ahora son dos tirantes rectos que se alargan vanamente más un cuerpecillo juvenil y una desesperación por volar hacia otros mundos con un ancla en la tierra.
Doblan las ruedas del camión hacia San Borja, pasa el acoplado y Panchita ahora es un dibujo en el asfalto, una mancha grisácea, el recuerdo de algo que se eleva hacia el cielo en forma de vapor.

El mono copión

El mono se lo pasaba todo el día copiando hasta que los demás animales, fastidiados, lo cercaron.
-¿No tienes otra cosa en qué ocuparte? -le dijo el caballo- Mira que yo ondeo la cola para espantar los tábanos y tú te azotas el lomo con la tuya, ¿crees que no me doy cuenta de tus burlas?
-Hace un momento comía trigo y te pusiste a morder las hojas como si tuvieras pico en vez de esos dientes tan grandotes que se te salen de la jeta -dijo la gallina, bien picada.
-Es verdad. Yo alcé el vuelo y el mono saltó de la rama y se puso a jugar en el aire -hizo ver el tucán.
-Tiene la misma forma de bañarse en el río que yo -lo acusó el hipopótamo.
-Con mis propios ojos lo he visto arrastrarse por el suelo -sentenció la culebra.
-Ya me parecía que el tonto andaba con la maldad -agregó el oso hormiguero-. Ayer mismo encontré vacía la fuente de larvas de la que me alimento. Lo había visto rondando por ahí, pero cómo iba a creer...
-Di algo, mono copión -lo increpó el elefante.
-Habla ahora -se oyó la vocecilla aguda de la lagartija.
El mono, acorralado, exclamó:
-¡Sí, yo también lo vi rugiendo como el león!
-¿A quién? ¿A quién? ¿A quién? -preguntaron todos al unísono.
-¡A ese mono que está allá! -gritó el mono, indicando a un primate que se paseaba por la selva.