lunes, 17 de agosto de 2009

El monstruo de la laguna negra

Todos los animales, incluyendo el león y el elefante, le temían al monstruo de la laguna negra. Era tanto el terror, sobre todo nocturno, de imaginárselo emergiendo de las profundidades, nadando hacia la orilla e internándose en la selva, que la última asamblea general había destinado parte estratégica del presupuesto anual para contratar a una cuadrilla de hormigas que levantara un cerco que los protegiera del eventual ataque. El cerco ya estaba casi listo, pero aún quedaba un espacio, un pequeño espacio por donde podía colarse; e incluso, si ya estuviese acabado, quién podía asegurar que no lo saltaría. La situación se tornaba exasperante; venía la primavera y la leyenda contaba que las noches frescas, verdes, floridas, eran su debilidad, aunque tampoco despreciaba del todo el frío del invierno ni el calor del verano, ni las hojas cayendo, amarillentas, por el viento que anuncia lluvia. Era de verdad tortuoso. Era, si se pueden aplicar términos sicológicos a un fenómeno geográfico, una selva acobardada, estremecida.
¿Quién había sido atacado por el monstruo de la laguna negra? Nadie, hasta el momento. De allí el terror. La leona asustaba a los leoncitos con una figura larga y negra, de largos dientes y largas uñas y los leoncitos corrían a cobijarse bajo su tibio pelaje y así se quedaban dormidos. Los tucanes soñaban que un pájaro gigantesco se los tragaba de un bocado y despertaban aleteando. El elefante lo pensaba mínimo y reptante, capaz de subir sin que se diera cuenta por el orificio de su trompa hasta alojarse en la base de su cerebro y desde allí, oh Dios mío, lo veía abriendo y cerrando sus mandíbulas enanas que iban devorando por dentro su cuerpo. La serpiente tiritaba de sólo pensar en sus fauces que mostraban una caverna húmeda, diseñada como para ella. Los monos lo dibujaban con muchos brazos, diez, doce, catorce brazos y una cabeza llena de dientes filudos.
Una noche el monstruo de la laguna negra salió del agua y se coló en efecto por el espacio que faltaba edificar en el cerco. Recorrió la selva sin ninguna prisa, mirándolo todo con una curiosidad despectiva o tal vez misericordiosa, cómo escrutar lo que había realmente en el fondo de sus ojos, si es que tenía ojos, si es que tenía pensamientos, y poco antes del amanecer retornó a la laguna. Los animales dejaron escapar la posibilidad de perderle el miedo, porque nadie lo vio. En este punto de la fábula debe achacársele la mayor responsabilidad a las bestias insomnes, a las nocturnas, siempre tan atentas al menor movimiento entre las hojas, y sobre todo a la guardia contratada específicamente para esta contingencia. Cualquiera de ellos pudo haber desentrañado el mito.
El monstruo de la laguna negra ni siquiera dejó huellas. Por unas horas vivió con los animales “en los hechos”, mas su figura y su sentir sólo fueron advertidos por el palpitar de la selva.

1 comentario:

La Lechucita dijo...

Así es el miedo, se fundamenta en la mente de cada uno, conforme a su naturaleza y lo que teme perder....

Posdata: Me qudé dormida cuando tenía que estar vigilando, por eso, en mi corazón acecha el miedo de perder a los que amo.

Un abrazo