lunes, 10 de agosto de 2009

El loro y el pirata

Se dice que en remotos tiempos, cuando los piratas surcaban los mares en barcos a vela y no en lanchas a motor como ahora, existió una zona relativamente ignorada pero que ciertos estudiosos ubicaban aproximadamente en la latitud 20.5 Norte y longitud 96.5 Oeste; es decir, en la zona del Golfo de México, en la cual, por una extrañísima razón y sólo por breve tiempo -el que demorara la nave en abandonar las coordenadas- les era dado a hombres y animales intercambiar ideas.
Fue precisamente lo que aconteció con un loro tuerto y un pirata mudo, el primero tuerto por la esquirla de un disparo de arcabuz que le voló el ojo derecho y el segundo, simplemente mudo de nacimiento. La estrechez de pensamiento de los mandamases de la nave era tal que al pirata mudo lo habían destinado al puesto de vigía o loro de mar, esto es, casi una figura de adorno, según el organigrama no escrito de los componentes de la malvada tripulación (vigía en una zona repleta de fragatas, bergantines y galeones que iban y venían con toneladas de armamento y lingotes de oro; otro ejemplo en la historia de la estupidez humana). En cuanto al loro tuerto amaestrado, éste les servía de mascota y de bufón. En las noches de borrachera bajo las estrellas vivía escapando de los disparos al aire.
El pirata mudo y el loro tuerto, compañeros de infortunio, se habían hecho medio amigos.
Esa mañana, tres galeones habían emprendido viaje hacia la Madre Patria cargados de doblones dorados y al entrar a la rara zona descrita, donde por casualidad mataba el tiempo la nave pirata, el vigía mudo los divisó desde su privilegiada altura. Ante la visión del fabuloso tesoro inclinó su espejito y despidió rayos de sol que fueron a dar a las pupilas del capitán, del contramaestre y de los oficiales, pero no consiguió otra respuesta que recibir insultos del calibre de un insulto de pirata.
En tales circunstancias el loro tuerto voló hasta la punta del trinquete y se agarró a la cruz del madero para cortejar a una lora que, haciendo un paréntesis en su migración, bajó del cielo a descansar. Dándole la espalda al pirata mudo, le dedicó su ojo bueno a la plumífera y trató de hacerse el humorista con ella. Fue entonces cuando el vigía advirtió que los animales podían hablar de verdad, no hablar por imitar, e intervino con su lengua nula, que por milagro debutó.
-Diablos, estos loros hilvanan frases plenas de significado. ¡Y hasta a mí mismo se me está dando el poder de la palabra! ¡Neptuno emerge en mi vida!
El loro tuerto no le hacía caso, concentrado en sus arrebatos seductores.
-Como te iba diciendo, yo soy el jefe de estos truhanes...
-Ji ji ji ji ji... -respondíale la lora presumida.
-Eh, amigo, avísales del tesoro a los de abajo -intervenía el pirata mudo.
-Ese cargamento que va pasando será mío entero. Antes de que llegue el invierno estaré bañado en oro.
-Ji ji ji ji ji...
-¡Baja pronto a dar el aviso, animal!
-Y ahora que te he abierto mi corazón, lorita mía, vamos al grano. ¿Me acompañas a mis discretos aposentos?
-Ji ji ji ji ji...
-¡Que se alejan los galeones!
-¿Te echas a volar? ¡No te vayas!
-Ji ji ji...
En un arrebato de cólera, el pirata mudo golpeó por accidente a la lora presumida en la cabeza; esta cayó fulminada dentro de un caldero en el que los bandidos fundían monedas de oro robadas de otros barcos. El loro tuerto miró hacia abajo, horrorizado: los piratas retiraban un ave dorada (¡vaya!, ella sí; él no) que con el tiempo se convirtió en símbolo y emblema de proa de la nave. El loro improvisó soliloquios de amor con el ojo cubierto de lágrimas pero el pirata mudo ya no le entendía, porque el barco había salido de la zona rara.
Moraleja: de nada sirve la comunicación entre un pirata mudo y un loro tuerto, si media entre ambos un símbolo.

1 comentario:

La Lora presumida dijo...

Ji ji ji ji ji...