jueves, 22 de mayo de 2008

La memoria de papá elefante

Papá elefante recibió a sus hijos en su casa al pie de la montaña. Habían viajado de muy lejos para verlo y venían acompañados de sus mujeres y de sus propios retoños, los nietos y nietas de papá elefante. Se celebraba el día del padre y en todas las cuevas, guaridas, nidos de la selva se repetían reuniones similares.
Sentados a la mesa afloraron cálidos recuerdos. Se brindó por los ausentes y a papá elefante se le pasó un poco la mano con el vino. Durmió la siesta entre gritos y correrías de los elefantitos. Los más grandes de la familia hacían sobremesa y las elefantas lavaban la loza.
Al atardecer cada descendiente emprendió el regreso con los suyos. Papá elefante les echó monedas en los bolsillos a los pequeños, les regaló ricas tortas a las elefantas y les repartió discretamente sendos cheques a los hijos. A todos los salió a despedir a la puerta. Luego se recogió en su hogar a ver las noticias.
El hijo mayor había comprado a duras penas un Fiat 600 y en él retornaba a casa con su propia familia. Los tres elefantitos ocupaban los asientos traseros. Adelante, su mujer le metía conversación.
-¿Lo notaste más viejito? -le decía.
-Sí, un poco.
-Se ve acabado tu papá.
-Algo me fijé.
-Se le olvidan las cosas, cambia los recuerdos... ¡y esa historia de cuando se paraba en dos patas en el circo!... ¡ya me tiene aburrida!
-Me di cuenta.
Los diálogos en los demás autos no eran muy diferentes, de modo que no nos detendremos a desmenuzarlos. Lo importante es lo que sucedió en la casa de papá elefante.
Éste, luego de ver las noticias apagó el televisor y se sentó a reposar en su berger. Trataba de recordar y, en efecto, se le iban los recuerdos, se le mezclaban las imágenes. Su vida anterior le pareció de pronto fantástica, inventada o al menos, escindida de la actual. No puedo ser el mismo que de niño corría tras un volantín en las praderas del África, el mismo que de joven vivía al tres y al cuatro en una pensión de Ciudad del Cabo, el mismo que recorrió el mundo y le dio su vida al circo. Ésos eran otros siglos, otros elefantes, no era yo. He vivido demasiado y al menos cuatro o cinco de esas vidas fueron de sobra. Mi vida es ésta, mi única vida es ésta. Mis seres queridos se han ido y yo vivo solo, rodeado de comodidades, sin ganas de disfrutar nada de lo que tengo. Lo único que me atrae es ver las noticias y mi único deseo es morir lo más viejo que sea posible y sin dolor.
Así pensaba y así sentía.

2 comentarios:

Fortunata dijo...

Mmmm ¿De viejitos los elefantes ya no tienen dudas existenciales, ni les da miedo lo que hay después? ¿Todo se reduce a alargar la vida lo mas posible y sufrir a ser posible poquito?

Anónimo dijo...

¿No le parece, querida Fortunata, que ya con esos dos anhelos hechos realidad nos podríamos dar por satisfechos?
dr. Vicious