jueves, 23 de enero de 2020

Soliloquio del lobo aletargado

Yo fui antes un lobo aletargado, satisfacción malévola, demonio reciclable, un caballo muerto en el establo.
Pero vivió el hombre una época de histórica sequía. Esto no se trata de árboles ni plantas ni arroyos ni esteros, ni de la utopía de la nube cargada de agua ni de la nube vacía como teta de vieja. Se trata de alimañas.
Sedientas de rencor contra el propósito del Supremo Hacedor, una a una fueron saliendo las fieras de sus escondrijos para devorarse entre ellas.
El hombre se acobardó; quiso esconderse en su refugio y las bestias se tomaron el mundo.
Eso me llevó a atreverme. El cielo estaba rojo, un resplandor iluminó hasta el fondo las paredes de la cueva. Asomé una pata; mi hocico tanteó el aire, la temperatura del ambiente, la humedad.
Corrí furioso, con los ojos inyectados de sangre. Imprudentes enemigos me salían al paso y oliendo el peligro los desairé; corría de frente, insensible ante el poder menguado de mis garras y mis dientes babosos, resollando, casi puro cuero y esqueleto. Al llegar a los pies del monte deposité la víscera. Allí quedó hecha sustancia, palpitando; cuando cayó la noche las luciérnagas le hicieron compañía.

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