viernes, 31 de enero de 2020

El circo de los animales filosofa sobre la imperfección del reino

Antes de que empezaran los incendios en el bosque reunió el búho a todos los animales. Las cacatúas le habían informado sin excesiva discreción que cundía el desaliento y la rabia entre las diversas especies.
La sesión se abrió a las 9:30 pasado meridiano, en segunda citación. Ofreció la palabra el búho y la rinoceronta hizo de secretaria de actas; los animales fueron descargando sus pesares. Pronto le quedó clara al convocante la naturaleza de la desazón: cada cual se quejaba de lo que carecía. El temible león, por citar un ejemplo, afirmó con conocimiento de causa que jamás había logrado nadar bajo el agua, aunque intentos no le faltaron, pero eso era lo de menos, ya que lo que últimamente le quitaba el sueño era constatar que las leonas comenzaban a desobedecerle. Dijo la serpiente que le faltaba fuerza para enroscar un elefante, y dijo el elefante que los ratones lo dejaban en ridículo. La gallina elevó severa protesta por haber nacido con cabeza de pollo y el perro se confesó incómodo ante los versos de Neruda que lo definían como un león desorientado, no sin antes subrayar que no tenía nada personal contra el poeta. El gato declaró que el agua de la lluvia le provocaba sentimientos encontrados y que se le atascaban en la garganta las plumas de los pájaros. La merluza admitió haber soñado noches enteras con la transparencia del aire y el águila insistió en la injusticia de vivir tan arriba del cielo, tan lejos de la comidilla que por las tardes armaban las comadrejas alrededor del brasero. La araña, la mosca y el escorpión expresaron su disgusto frente a la calidad de su veneno o la fragilidad de sus alas; en fin, todo aquel que pudo hablar elevó su reclamo. 
Para cerrar la reunión, el búho la ofreció la palabra al cernícalo, quien se las daba de filósofo, y esto dijo:
"Admirado búho, queridas animalas, animalos y animales. Se habrán dado cuenta de que la unanimidad de las protestas vertidas durante esta amable reunión aluden a la imperfección de nuestros esqueletos y a la imperfección del bosque. Nadie está perfectamente hecho, de modo que remediar tal asunto supone una misión titánica, aunque no seré yo el que tiraré para la cola, si llega el momento de afrontar tal desafío..."
Hubo un silencio embarazoso. "Eso no nos deja contentos", murmuró la comadreja, a la que no le daban más los sesos que para ese lamento. "El cernícalo quiere sacar las castañas con la mano del gato", susurró el puercoespín. "Yo tengo un discurso mejor que ese, matemos entre todos al león y se acaba el cuento", tanteó el arrastrado cocodrilo, que al fin sacaba a flote la envidia por el melenudo rey que se incubaba en su alma. "Prudencia y firmeza ante los cantos de sirena, hermanos míos", musitó la paloma, y nadie la escuchó.    
El búho reparó en que la asamblea tendría para toda la noche si seguía dando la palabra, mientras sus garras le recordaban que la tarea de cazar entraba a su mejor momento. Le hizo un guiño imperceptible al loro patero, el loro voló al estrado, el búho le cuchicheó, el loro le hizo una reverencia y retornó a su rama.
"El loro me trae una lamentable noticia: ha fallecido el gusano", dijo el búho.
"¡No puede ser! Ayer no más lo vi y estaba sano", protestó el topo.
"Se atragantó con un terrón y estiró la pata, de modo que en señal de duelo se suspende la sesión. Anote, secretaria", le respondió el búho y se echó a volar.

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