viernes, 30 de julio de 2010

El león y los siete animales

Convocó el león a siete bestias del reino; los animales pidieron garantías, el rey no se las dio. Cada uno de ellos pensó que iba al matadero, pero sólo el más valiente se atrevió a revelar su pensamiento.
-¡Qué será de nosotros! -clamó.
-A seis me comeré, más no da mi buche. El séptimo quedará a salvo -aclaró el león.
Arrinconados en lo más profundo de la cueva el león los hizo hablar, avergonzado de que el sobreviviente se marchara propalando la horrenda verdad de una instintiva decisión.
-Poderoso rey, yo volaba alegremente por los cielos, sin pensar en la hora postrera, cuando escuché tu llamado. Te suplico una migaja de consideración hacia la inocencia de mi alegría. Déjame vivir aunque sea un día más -dijo la mariposa, y el león se conmovió.
-Temido soberano, aunque mi caso es diferente, no menor de compasión lo considero. Si despliego el ramillete de mis plumas en colorido abanico es para cantarle a la vida y al amor. ¿Castigarás con la muerte tan maravillosa ofrenda? -dijo el pavo real, y el león se conmovió.
-Amado padre, si he vivido en las tinieblas no ha sido para vislumbrar el infierno. No soporto la luz, los seres luminosos quieren matarme, no porque yo sea malo. He llegado a pensar que lo desean para sentir placer. Te imploro que me devuelvas al anonimato de mis túneles -dijo el topo, y el león se conmovió.
-Sé harto de estas cosas, porque he vivido alimentándome de ratas. Ahora que la rata soy yo comprendo a ese animal y desde mi nuevo estado te ruego me concedas el perdón, de lo contrario te adelanto que daré batalla -dijo el peuco, y el león se conmovió por el amor que el rapaz le tenía a la vida.
-Prudente mandamás, mi carne es correosa y se halla pegada a los huesos. No he cazado en quince días; más vale que me pases de largo -argumentó el zorro, y el león le halló razón.
-Viejo amigo, si has pensado en los días que vendrán, mejor sería que postergaras tus deseos con mi cuerpo corrompido. Mis hermanos suelen ensañarse con los victimarios de la raza -dijo el buitre, y el león se asustó.
-Si pensara que todo debe suceder porque la ley de la vida lo manda, me entregaría voluntariamente a sus fauces, venerado señor, pero ya que razono y siento de distinta manera, considero mi deber solicitarle que cambie de opinión -dijo el delfín, y el león se conmovió.
El rey de la selva se retiró a deliberar junto a la leona y sus cachorros. Mientras los contemplaba y a medida que pasaban los minutos y las horas, crecía en su alma una emoción desconocida hacia sus hermanos en la tierra y una mansa pesadumbre en su corazón. Cuando la piedad se le hizo insoportable volvió y los dejó ir a todos.

Moraleja: la felicidad se halla en el amor verdadero, en cuya esencia se aloja un fondo de tristeza.

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