viernes, 11 de septiembre de 2009

El árbol que se sucede a sí mismo y la fatalidad de los buitres

Muchos animales intentan imitar el destino del árbol que se sucede a sí mismo, pero pocos lo logran y los que pueden hacerlo sólo consiguen remedar su arte. La culebra apenas renueva la piel, la lagartija estrena nueva cola, la oruga se convierte en mariposa, el renacuajo en rana, hasta un hombre hay que derivó en cucaracha, pero sucederse a sí mismo como el árbol, nadie. Porque el árbol ha sido siempre árbol, mas cada año renace; es otro y él mismo.
Salvo una colonia de buitres trashumantes que pasan sin mirar, buscando la carroña, con el tono y la majestad extraviada de los monjes de una secta medieval, ante el árbol se prosternan los animales de la selva al despuntar la primavera. Durante varios días guardan vigilia hasta que de los brotes del tronco rugoso surgen las primeras flores, luego las verdes hojas y el árbol se sucede a sí mismo, diríase no igual sino mejor que la pasada vez. Entonces, antes de que cada bicho se retire a su agujero a continuar con los vaivenes de sus vidas, el árbol habla.
El mundo es riqueza, hay alimento para todos y no es necesario que se coman unos a otros, les propone. Escucha, humilde gorrión, ¿te son tan imperiosas las lombrices? Y tú, amado tigre, que piensas que vuestra fama reside en el goce del sabor de la carne de la cebra, no te engañes. Y tú, cocodrilo, ¿no te cansas de dar zarpazos escondido en las riberas? Yo a nadie le hago daño, vivo de la luz y del agua y me sucedo a mí mismo. Y no es éste un sermón que nazca de la vanidad; no hay soberbia en la buena experiencia y los buenos deseos. Querer que los demás sean como uno no es mirarse el ombligo, si se vive la dicha de la propia realidad. Le temo al leñador, le temo al rayo, estoy en sus manos, y aun así soy feliz. Si aprenden un poco de mí también podrán rozar algún día esta sensación de serenidad y conformismo.
Todos lo escuchan y prometen ser mejores, sobre todo los más débiles, que son los más necesitados. Ayunan varios días hasta quedar en los huesos, como el profeta Elías, pero luego cunde la resignación y la selva vuelve a su orden natural.
Aún más: el lamento de los buitres, que en fila india marchan a lo lejos, ensombrece la influencia y el latido bienhechor del padre vegetal: "Tampoco hacemos daño alguno, vivimos de la repugnancia de la muerte, y no somos felices", se oye al coro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha encantado....tampoco hacemos daño a nadie estamos sometidos a nuestras leyes...

Un abrazo
L.