viernes, 20 de marzo de 2009

El león y la hiena

(Fábula dedicada a mi amigo Rodolfo Gambetti).

Hasta el león conoce la flaqueza.
El majestuoso mandamás de la selva y la sabana había enseñado a tarascones y así había edificado su estético imperio, que nadie le osaba discutir. Mas demasiadas lunas atravesaron la tierra e innúmeras flores brotaron y cayeron de los baobabes. Al león le entró invisible melancolía y un buen día fue llamado a la oficina de los monos. Eran éstos dos reputados ejemplares vestidos de frac que regían en verdad la ley de la selva, ya que se supo después que el león estaba puesto allí de utilería. El león lo sabía de antes y se hacía el leso y por eso había durado tanto como amo y rey.
Le ofrecieron condiciones dignas de su rango para un retiro elegante, que aceptó, ligeramente asustado. Al otro día los animales miraron con sorpresa la colina: estaba vacía, no había león que los rigiera; cundió el desaliento entre la fauna.
La tosca hiena subió hasta la cercana cima, tanteando el terreno a la espera de una trampa. Aún conservaba cicatrices de feroces mordiscos que en su día le había propinado el león, para domesticarla. Cuando accedió al fin a su santuario descubrió que no había trampa alguna. El sitio estaba deshabitado, el pasto empezaba a crecer donde siempre descansó su cuerpo y bajo una piedra había un mensaje escrito de su puño y letra. Decía así: "Trata de reemplazarme".
La tosca hiena, que siempre reía con malicia, esta vez lloró.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No parece un puesto muy deseable sabiendo quien rige de verdad...

Un abrazo