jueves, 3 de julio de 2008

El microbio y la ameba

Una ameba pegajosa se arrastraba por el intestino de maese Pedro cuando a lo lejos vio venir un sabroso microbio, suculento manjar para un día de perros. La ameba estaba en los huesos, límite en que la astucia que nace del hambre ya pierde su efecto y da paso a la resignación. Dicho de otra forma, su poder de cazadora venía a menos.
El microbio pasó delante de ella, como burlándose. También la había divisado de lejos. Era un microbio robusto, de buen aspecto, en pleno desarrollo. Un microbio musculoso. Todo un microbio. Pero tenía un grave defecto: con el tiempo su curiosidad lo había hecho desarrollar cierta tendencia hacia la depravación. De modo que voluntariamente se dejó cazar, "para probar qué se siente".
La ameba estiró sus seudópodos y lo atrapó. A los pocos segundos se llenó de nutrientes y creció a tranco de ogro de siete leguas, pero interiormente su organismo comenzó a experimentar severos cambios, al tiempo que su mente divagaba sobre raros asuntos. Qué me pasa, pensaba maese Pedro en la fragua, el calor me está haciendo mal, o habrá sido el caldo que tomé por la mañana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ahora entiendo por que le suenan las tripas de esa forma.