viernes, 27 de noviembre de 2009

La merluza que sucumbió de amor

Dos merluzas, una hembra y un macho, conversaban a las puertas del infierno. Hablaban de sus respectivas muertes.
"Caí en la famosa trampa de los hombres. La red me levantó cuando viajaba al sur y me soltó en un buque -dijo el merluzón, que lucía hecho harapos-. En la cubierta había un remolino ensordecedor, que me deshizo. Fue horrible, pero rápido. Apenas alcancé a sentir el miedo. Después me lavaron, me secaron, me echaron a una bolsa y cuando abrí lo poco que me quedaba de los ojos estaba en el pico de un ave prisionera. A su lado había miles de pollos en fila y sólo sabían comer. Fue como mi segunda muerte. Mi tercera muerte sucedió cuando unos electricistas bajaron de un poste y compraron el pollo asado que contenía mis restos. Fui devorado junto con el plumífero y ahora espero la nave que me lleve por fin a la isla de los muertos. ¿Y a ti, hermosa, qué te ha pasado?".
"Yo morí de amor -suspiró la merluza, y le temblaba la voz-. Esperé por años a mi amado en las frías aguas del Pacífico, pero nunca lo pude ver, porque no apareció. Venía de los mares frente a las costas de África y sorteó tormentas y huracanes para llegar a mí. Mas eran demasiados los peligros; debió de tragarlo una de esas serpientes marinas de que tanto hablaba mi mamá. No lo pude resistir. Esta misma tarde espero estar con él en el infierno. Sé que me estará esperando".
El merluzón palideció. Se miró a sí mismo, avergonzado, ni siquiera un esbozo de lo que había sido en vida, y la voz se le quebró:
-¿Y si el destino lo desvió? ¿Y si estuviera vivo? -preguntóle a la merluza.
-Entonces lo estaré esperando yo -respondió ella, sin vacilar.
Cuando apareció Caronte el barquero, el merluzón se ubicó en el rincón opuesto del asiento que ocupó la merluza y durante el viaje no dejó de mirarla. Al bajar a la isla se perdieron de vista en la inmensidad y jamás volvió a saber el uno de la otra.