lunes, 9 de noviembre de 2009

El pavo real y el búho

El pavo real desplegó su cola en abanico y se ofreció a la vista. El claro alumbrado por el sol se llenó de animales curiosos. A decir verdad, dos son los espectáculos que garantizan la reunión de las especies: el despliegue de la cola del pavo real y los fuegos artificiales que organiza el león a fin de año.
Por la tarde el pavo real acudió a la consulta del búho.
-¿A qué ha venido esta vez? -preguntó el doctor- Dispongo de 30 minutos. A las 6.15 entra la culebra y a las 6.45, el elefante.
-¿Y qué problemas pueden tener esos?
-Malo para la ética es revelarlo, pero como creo que su afección es menor, se lo voy a contar: la culebra quiere tener brazos para usar chaleco; el elefante sufrió una crisis de pánico cuando vio al ratón.
-Ah... eso -murmuró el pavo real, profundamente deprimido-, nada comparable con lo mío.
-A ver, eche afuera -le pidió el búho; encendió la lámpara.
-Cuando exhibo mi plumaje en medio de la selva siento un placer inmenso. Los animales se pasan el dato unos a otros; de pronto me rodean, me miran, comentan, se dicen cosas al oído. Pero la hembra a la que quiero atraer no llega.
-¿Eso es todo?
-No, falta.
-Está bien. Todavía nos quedan 20 minutos. Prosiga, pero le advierto que lo mío no es un consultorio sentimental.
-No se preocupe, que además voy a otra cosa. Después de un rato se marchan todos y quedo yo solo; pasa siempre lo mismo.
-¿Y qué?
-Que esta mañana recogí mis plumas y en vez de volver a mi casa me fui a la taberna. Cuando entré como un pobre gato, nadie me reconoció.
-¿Qué tiene contra los gatos?
-Es un decir.
-Pensar en gatos delata vanidad.
-Ah, no sabía...
-Prosiga. Nos quedan diez minutos.
-Le decía que adentro de la taberna me tomé un combinado y me anduve caramboleando. Por la hora.
-A todos nos pasa alguna vez. Tenía que haberlo acompañado de unos gusanos con mayonesa.
-Al ratito me fijé que los animales se estaban refiriendo a mi show. Me costó entender, por el barullo, pero escuché frases como ¿lo viste? ¿Viste sus colores? ¿Viste el abanico? El sapo dijo yo lo vi de cerquita. El perro dijo a mí me tapó el caballo. El cernícalo dijo yo lo vi del árbol, se veía mejor del árbol...
-Pare, pare, ya sé donde va, pero nos quedan dos minutos y falta la moraleja.
-Lo escucho, doctor.
El búho giró la cabeza hacia la ventana y, contra lo esperable, le habló a este humilde servidor:
A usted, señor, que nos dibuja desde arriba, le voy a recordar dos cositas. Usted lee para imitar lo que lee, y luego escribe para ser leído. Asúmalo, métaselo en su cabezota. Hay quienes lo leen a usted para escribir y hay quienes lo leen por curiosidad, para divertirse, por tedio; en todo caso como actividad secundaria. Sólo a uno en un millón usted le cambiará la vida con sus fábulas: a usted mismo, no se engañe. Y si desea un buen consejo, o moraleja, como la llama, le sugiero que abra su plumífero abanico en la soledad de su cuarto, tiene todo el derecho del mundo y no es malo hacerlo, quiero decir admirarse ante el espejo, darse mil vueltas, emocionarse de verdad; pero olvídese de esa estupidez cuando salga a la calle.

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