miércoles, 13 de mayo de 2009

La araña, la tijera y la calavera humana

Una rara distracción de los dioses me permitió conocer a los animales del Hades. Se colaron en uno de mis sueños en el intervalo de un par de minutos, mas ahora no logro conservar en mi memoria más que algunos segundos.
Desperté sobresaltado, sudoroso por la emoción vivida, pero ansioso de edificar pronto lo que sería este relato, que, descubro, no es ni la sombra de las imágenes que me acompañaban al momento de volver al estado de vigilia.
Mi madre se sentía contenta de ir conmigo, pero ligeramente apesadumbrada de no haber podido llegar al Vaticano durante su periplo por Europa, el único que hizo en su vida y que en la realidad sí la llevó al Vaticano. Pero anoche se lamentaba de no haber podido alcanzar esa meta, y yo pensaba que tal vez para el próximo viaje se la podría conceder, aunque íntimamente sabía que nunca habría próximo viaje. Era por la tarde y el cielo estaba cerrado, cargando el aire de una atmósfera de aflicción. Enfilábamos por un camino rodeado de altos eucaliptos que ensombrecían aún más el paisaje. El camino subía hacia una pequeña colina cuyo telón era una especie de velo blanco. Si uno pudiese huir de sus sueños, yo lo habría hecho de éste sin dudar un segundo; pero tal como se presentaban las cosas resultaba imposible y no era momento de echarse a morir. Había que seguir soñando.
Mi madre se cansó y jaló una gruesa liana de espinos que la levantó a una altura de unos tres metros. No era un buen lugar para el descanso: detrás del velo se hallaban los animales del Hades, confundidos entre ramas colgantes. Conque éste es el Hades, me dije. Ambos conversábamos; ella desde su altura y yo con los pies bien puestos en la tierra observando a los animales agazapados a su espalda.
Distinguí claramente a tres: la araña blanca, la tijera y la calavera humana. La araña blanca tenía una forma alargada y medía aproximadamente 7o centímetros; se movía levemente hacia ella. La tijera estaba inmóvil, colgando entre las lianas tras el velo con las cuchillas cerradas, como una res cuelga del garfio del carnicero. La calavera humana se hallaba casi en el suelo, a mi derecha, sobre un pequeño promontorio.
La situación se tornaba riesgosa y aunque el objetivo de los animales no parecía ser mi madre le advertí de su presencia y bajó de inmediato. Yo la recibí, pero antes de marcharnos sucedió lo espantoso. La calavera abría sus mandíbulas y le hincaba los dientes a la tijera. Tenía ansias de devorarla; pero la tijera ofrecía resistencia y de pronto arrastró a la calavera y con la ayuda de la araña la calavera fue tragada. Hubo un momento de frenesí, cuando la calavera no pudo resistir la fuerza de sus adversarios y cedió. Cedió y fue conducida hacia la muerte sin gritos de triunfo ni lamentaciones de horror, porque no había tiempo para eso.
En el sueño se había reproducido el momento exacto en que un animal entra en las fauces de otro. El instante en que se desata una poderosa liberación de energía desde las mentes, la del que cae dando todo lo que tiene y la del que vence y toma con una satisfacción indescriptible.
La calavera se infló y terminó dentro de un recipiente de ácido negruzco, deshecha.
A veces siento que mis sueños me llevan demasiado lejos. El de anoche me permitió conocer cómo viven las almas en el Hades. En estado de eterno recelo, devorándose unas a otras.

1 comentario:

La Lechucita dijo...

!!!Impresionante!!....