martes, 7 de octubre de 2008

La tortuga longeva y su epitafio

Moría la tortuga; la fueron a visitar. La selva entera se reunió en su morada y mientras dos cigüeñas le prestaban atención los animales parloteaban. Recordó el ratón las bondades del reptil, su linaje de caballero español. Agregó a sus bondades la lechuza su conservador estilo; la cucaracha subrayó su don de gente; el ornitorrinco, lo generoso de sus actos; el cisne, su decencia; la almeja, su humildad; el ganso, su mesura; el lobo, su pacifista espíritu. Faltaban loas para prestigiar al moribundo.
Los tortugos sirvieron el almuerzo sin fijarse en gastos, según lo dispuesto y enseñado por su padre: a todo el que acuda a mi casa, désele de comer y de beber.
La tortuga no moría, pasaban las horas. Entrada la noche mamíferos, insectos, anfibios, peces y aves contenían la respiración ante su choza. Cada uno sabía de sobra que estaba descuidando su negocio; aun así nadie se marchaba: esperaban el deceso, sentíanse traidores de querer moverse un metro. De pronto las enfermeras histéricas salieron de la humilde habitación: "¡Se muere!", graznaron.
No se supo cómo, pero todos entraron a la pieza. Desde el costado del lecho alumbraba su arrugado rostro una vela escuálida. Competía el hilo de la luz con el hilo de la vida.
-Voy a morir -susurró de la voz de la tortuga longeva. Un murmullo de desaprobación llenó el recinto.
-Sé que ustedes han venido a despedirme, algo de eso han comentado mis nietos por la tarde, pero déjenme decirles algo...
La selva entera quiso hablar. La tortuga los hizo guardar silencio poniendo una pata en su mandíbula.
-No me interrumpan, por favor, que me faltan las fuerzas.
La sala enmudeció. Dijo entonces la tortuga:
-Muero sin haber aprendido a amar. Lo intenté, hice lo imposible, estuve a punto. Fue sólo una pata, a veces la punta de la cola la que me afirmó a la arena, mas no quise despegar. El amor era desde el comienzo la última prueba de mi vida; su fracaso invalida lo que ustedes entienden como logros. No tuve coraje y así me despido del mundo, rodeado de...
-¡Ha muerto!, aulló la hiena y se largó a llorar.
Hubo grandes funerales. Fue sepultado su cuerpo en un camposanto que mira al mar desde lo alto. Es un bello cementerio; más hermosa aún su tumba en la que a modo de moraleja ordenó que se inscribiera el siguiente epitafio:
"Si tu egoísmo no te deja amar, siente compasión de ti mismo".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusto la moraleja...un poco de autocompasión no viene mal

Besos Dinosaurio