martes, 30 de septiembre de 2008

El león, su reino y Leviatán

Enfermó el león y su corte llamó a un galeno. El médico resultó ser un alce viejo y encorvado que sólo aceptó examinar de oídas, o de lejos, que es lo mismo, temeroso de caer en sus fauces ansiosas de comida incluso en la dolencia. Según los síntomas descritos dictaminó un problema de esófago. Recetó dieta y reposo.
Comenzó entonces el desfile de animales a su reino. El león estaba débil y según su estado de ánimo contaba una u otra versión de sus achaques. No por otra razón sino por ésa, de la habitación del enfermo las cebras salían confiadas, las ranas vigilantes y los halcones, asesinos. La hiena aconsejóle entonces que mejor grabase un solo mensaje para ser escuchado por todo aquel que prestara oídos a su desgracia. Así lo hizo el león.
Hubiese sido mejor que el rey hablase por sí mismo. El mensaje fue tan mal redactado que se prestó para todo tipo de interpretaciones. Los más lo creyeron moribundo y se rebelaron desde los márgenes del reino. Los menos quisieron reanimarlo a punta de tónicos, pero el león desfallecía furioso entre la mediocridad. Sin rey visible, reorganizóse el reino a su laya; vino época de hambruna.
En los lechos abisales dormía Leviatán. El monstruo exiliado despertó ante el llamado de los peces. Había esperado años para su segundo periodo, ¡tenía un apetito!
Cuando su figura de serpiente emergió en la superficie sonaron trompetas y fue conducido a tierra en una barca de oro. No más ingresar a la bahía dispuso el nuevo orden de las cosas: número uno, muerte al león; número dos, reparto igualitario de los bienes de acuerdo al tamaño de cada animal y su cantidad de cargas familiares; número tres, fin de las guerras en el reino.
Mandó al león a morir al bosque, pero en lo más profundo de la selva el búfalo se apiadó de él y llegó de vuelta con un corazón de cordero.
La selva le hizo bien a su salud. Al poco tiempo el rey volvió a su hogar sobrante de ambición y fue aclamado. Leviatán le opuso escasa resistencia: ya era demasiado viejo.
Moraleja: mientras persista una chispa en el deforme espíritu del individuo, éste seguirá siendo el rey de las cosas, aunque le pese, y Dios vigilará a la distancia.