miércoles, 15 de octubre de 2008

El loro y su discurso

Sentóse ante su escritorio el loro. El bosque estaba afuera, esperando su palabra. Esperando es un decir; la verdad es que saliera o no el loro a parlotear, el bosque seguiría con lo suyo. Un batallón del ejército de hormigas subiría por las ramas, el otro marcharía bajo la hojarasca; el león bostezaría, la lagartija buscaría el rayo de sol, el halcón acecharía, el conejo saltaría entre la hierba; en fin, para qué hablar de más.
Bosquejó el loro cuatro opciones de discurso.
Hoy hablaré de las reuniones de carácter social, de cómo quien actúa en ellas debe desprenderse de su yo y asumir una función en el conjunto del programa. Pero eso a quién le importa. A las reuniones sociales se va a comer y a beber. Si dos animales amigos se encuentran hablarán en un rincón de sus problemas. Si no es así, existe un libreto que saca del apuro.
No, mejor hablo de lo que hoy destaca, lo que hace cambiar al mundo. ¿Qué hacía antes cambiar al mundo? Los libros de los grandes autores. ¿Dónde están hoy esos libros? En las librerías especializadas. ¿Llegan a ellos los que cambian el mundo? No, porque los que cambian el mundo corren hoy por la selva en buzo y zapatillas. ¿De modo que saco algo con escribir un discurso? Nada más que aclarar mi cabeza de loro.
Entonces, lo que debo hacer es preparar un discurso sobre el problema que aqueja hoy a la selva, de cómo la selva se ha desorganizado, producto de decisiones mal tomadas, y lo que olía a abundancia hoy huele a miseria. El problema de la selva no reside en cada uno de sus animales, sino en las grandes decisiones que toma el conjunto de leones que se reparten su dominio. Lástima que esas decisiones nunca las sabrá un loro como yo ni una hormiga como las que veo subir por las ramas de este árbol, ya que ni ellas ni yo tenemos acceso a cueva de león alguno. Dicen que los que entran no vuelven a salir, así que mejor no intentarlo.
El loro llenaba páginas de páginas. Sintió un olor dulzón de una araucaria. Los piñones reventaban en las ramas filudas. El loro se largó a volar, directo a las semillas. La primavera pudo más que su afán pedagógico. Bañó sus alas el sol, la brisa fresca le peinó la frente, el músculo se maravilló de movimiento.

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