El cernícalo, ave solitaria, acechaba a su posible presa desde lo alto de un roble. De un escondite de la tierra surgió la musaraña, ávida de insectos. Voló presta el ave de rapiña y de un zarpazo la agarró.
A las puertas de la muerte, la musaraña planteó un discurso de corte disuasivo.
Escúchame -le dijo en tono indiferente-, te prevengo que mi cuerpo huele mal. Si me devoras, resultaré un plato muy desagradable que descompondrá tu estómago. No te pido que me perdones la vida. En cierto sentido te advierto acerca de la tuya.
El cernícalo contestó:
Mil maneras tiene el animal de defenderse cuando se asoma a las orillas de la laguna Estigia. Las dos que has usado no sirven. No poseo buen olfato y mi estómago es muy firme. Soy ave vieja y no hago caso a los consejos que provienen de una urgencia diferente que la mía.
De manera que me vas a comer, habló la musaraña.
Así es, contestó el cernícalo.
Y qué esperas, no me hagas sufrir de sobra.
Es que no tengo hambre. Te estoy comiendo por costumbre.
Entonces no me comas.
Tienes razón. Buen momento para cambiar de costumbres.
Y la dejó ir. La musaraña se volcó a su labor y el cernícalo se durmió en la rama de su roble.
Al otro día la vio salir de su escondite y se la engulló en un dos por tres.
Moraleja: tal como los animales, los hombres se van construyendo de acuerdo con su naturaleza. El cambio de vida es un espejismo que dura pocos días.
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1 comentario:
¿Valieron la pena esas horas en que se rompió con la rutina?
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