martes, 2 de junio de 2009

El perro bizco, el gato tuerto y el ratón ciego

El reino de esta fábula se compone sólo de una casa con patio y tres animales: un perro, un gato y un ratón.
El perro adolece de un ligero defecto de nacimiento que por no ser tratado a tiempo se convirtió en mal crónico. Es bizco, cosa menor por lo demás, considerando que un gran filósofo humano del Siglo 20 padeció la misma sintomatología y lo pasó requetebién.
Las del gato ya son palabras mayores. De chico quedó tuerto y no es del caso recordar los hechos que causaron su desgracia. Sólo agregaremos que anda siempre con la cabeza ladeada para ver mejor.
En cuanto al ratón, cáspita, ahí sí que estamos en problemas. Padece de ceguera desde su más tierna infancia, por haber mirado el sol nueve minutos seguidos.
Cómo han logrado vivir los tres juntos en tan poco espacio y logrado sobrevivir los dos últimos de sus enemigos naturales sería un misterio, si es que el autor de esta fábula no tuviese la generosidad de brindarnos la explicación.
Consigna de partida el fabulador que los tres son inmortales, lo que no significa que de pronto no sean capturados, heridos y hasta desollados por sus rivales, pero eso no es lo que importa. La gracia de esta fábula estriba en el eterno juego del trío, que consiste en que el perro bizco persigue al gato tuerto mientras el ratón ciego huye de los dos. Como el perro ve doble, varias veces ha salido disparado por la ventana del dormitorio ubicado en el segundo piso por tratar de cazar al gato. El felino ha desarrollado una bonita manera de evitarlo, consistente en ubicarse de preferencia a contraluz. La cabeza ladeada le sirve para mirar de frente y las veces que ha caído en sus fauces fue porque lo pillaron durmiendo o se confió en la torpeza del can. Si el gato no fuera tuerto hace rato que se habría comido al ratón ciego; cuando lo logra, una vez cada 16 o 17 años, la carne vieja de roedor, casi puro cuero, le sabe tan mal que lo vomita enseguida hecho huiros. Al ratón no le queda más que confiar en su instinto y sus bigotes. Se ha debido mutilar los dedos para que no le crezcan uñas que suenen contra el piso; un día intentó hacer alianza con el perro y le fue malito, digamos que su vida es de las tres la peor, pero como lo mejor es enemigo de lo bueno aquí nadie gana y nadie pierde, es todo una mera ilusión.
La casa consta de tres dormitorios, living-comedor, dos baños uno en suite, cocina, antejardín y patio. Es una casa como Dios manda, aunque se halla deteriorada, ya que el dueño murió hace tiempo y sus herederos la dejaron abandonada, de tal modo que llegaron estos tres, especie de okupas, y se instalaron en sus dependencias. El dueño era un señor Franz Kafka, bien amable pero poco previsor.
Volviendo con el perro, como no tiene quién se lo coma es el más flojo de los tres. Su presunta torpeza es consecuencia de dicha realidad. En vista de tanta burla solapada resolvió colocar a la entrada de su dormitorio un retrato suyo apoyado del siguiente recordatorio: "El más torpe siempre es el más fuerte". Con los siglos se ha deteriorado, pero sigue siendo torpe. Lo que vale es el porte de su cabeza, los colmillos y la fuerza que le emana de su noble corazón; ojo que el noble es el corazón, no el perro. El gato tuerto sabe mucho de esto. Cuando cae en sus fauces sufre lo indecible, más que los mitos griegos, y recién por la tarde ya está recompuesto a medias. Por dentro siente lo mismo que si anduviera con la caña.
La de historias que se podrían recopilar con este trío. La pesadilla más frecuente del ratón tiene que ver con devorarles los ojos al gato y al perro; cuando despierta sigue ciego, es una enorme pesadumbre la que siente. Permanece el día entero en su cuevita, sin ganas de huir. El gato siempre se ha sentido como el jamón del sandwich y es el único de los tres que habla solo en voz alta, dormido o despierto. Dormido suele decir "¡ya, déjate!". Despierto, su típica protesta es "me tratan como al segundo hijo y yo quiero ser el conchito de la familia". El sexo forma parte de sus vidas pero no encuentra un desahogo natural, por razones obvias. Sobre este acápite hay toda una serie de anécdotas que darían para escribir un libro.

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